viernes, 3 de febrero de 2012

Faraudo sin circulación.


Apenas el temor brilla en sus ojos.
Acaso la resignación y un leve estupor
por la molestia de revivir la irrefrenable decrepitud.
La voz, no es voz, sino una emanación cavernosa
de la traquea perforada que los labios, contraídos
o elongados desde las mejillas, modula. Las
piernas no se las siente, es la pésima circulación,
en la calle le ha ocurrido otras veces y ha perdido el equilibrio.
Asistido en un parco ambulatorio, apenas la inyección
placebo le hizo efecto y otra vez cayó de bruces.
Esta vez lo recogen en una silla que produce dentera
al desplegarla de los hierros forzadamente ensamblados.
Sobre los rodamientos oxidados lo empujan, y me despide
con voz ronca de ultratumba traqueotomizada:
- ¡Gracias!

Fuera de la escucha, Miguel Ángel Varcárcel,
el tuerto, el otro ojo perspicaz en el altozano de
su testa grasienta y ensortijada, barrunta:
- ¡Está mal el hombre!

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