miércoles, 8 de agosto de 2012

Los ronquidos

  En el comedor, al desayuno, desbarra. Por alguna razón, centra su encono en alguien al que está dispuesto a pinchar. Es que no le deja dormir, se diría que conspira contra él deliberadamente, que determinados vaivenes nocturnos están específicamente pensados para mortificarlo a él, y desgastarlo, impedirle el sueño, extenuarlo. Habiéndose percatado, no va a permanecer expectante. Le dará igual acabar sus días en la cárcel. El que se ve arrastrado hacia un lento e insidioso declive, en un rapto de desesperación puede precipitarlo, todo le da igual, su propia perdición sería un desenlace lógico. Al preguntarle una vez, viéndolo apoyado al borde de una mala hostia dinamitera, qué le pasaba, dijo: ¡Que me estoy muriendo! En alguien tan joven, que apenas frisa los treinta, extrañará, e incluso parecerá vanidad esta quejumbre fatalista. Hay que aclarar, aunque ello tampoco lo justifique, que padece el síndrome de Konh, lo que significa que le han incidido en el abdomen para librar por aquí las heces a una bolsa y así la profusión de fístulas en el ano le cicatricen. Cuando aborda el pastillaje y se le cae la tapadera, un blister o una pastilla, blasfema desaforadamente, al no poder agacharse a recogerlo. No es la suya una gordura fláccida, más bien compacta, acompañando a la cólera en los ojos y al verbo pugnaz. De mala gana pide que le ayuden. Una vez debió acudir al hospital en ambulancia, una recaída de su estado, dolores agudos, abatimiento muscular. Después de ser atendido, no quisieron fletarle una ambulancia para regresarlo al punto de partida, esto es, al Centro. Naturalmente, removió a denuestos la abulia hospitalaria, exigiendo lo que entendía su derecho, hasta salirse con la suya. Cuando expresa la quejumbre de que se está muriendo, no lo hace con pena, sino con mala hostia.
  La razón de que quiera pinchar a un compañero de habitación es que no le deja dormir porque ronca. El sempiterno problema de los ronquidos, o quienes no los soportan. Parecerá mentira, una salida de tono; pero no, y no es que el ambiente lo propicie, es la propia frustración furibunda. No se entiende que no lo haga a posta, como si específicamente atentara contra él, el sueño es un estado inconsciente, pero desde allí se puede conspirar contra otro, parece ser. La mala hostia está continuamente redireccionándose, hasta que localiza una víctima propicia.
  Intervengo para apaciguarlo, para imprimir cordura a su desbarre mañanero, zanjemos en este punto el desahogo, muchas amenazas se diluyen si se impone la sensatez y se descargan sobre un objetivo neutro. Pide que le cambie de habitación, imposible porque está todo ocupado, insiste en que dormirá en el sillón del hall, le digo que apure en la televisión a la noche para coger cansancio, dice que ya toma lorazepán, que es la mierda de tío ese con los ronquidos, le digo qué culpa tiene el hombre de roncar.
  Quizás al final acabe siendo uno quien se constituya en el nuevo objetivo redireccionado que encaje su ira y por lo cual vaya a la cárcel.

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