lunes, 17 de septiembre de 2012

El tema de las duchas


  El tema de las duchas, complicado convencerle de que es una norma que debe seguir, está reacio, la pestuz de su gordura la defiende como enquistada fragancia que define su persona (a propósito de gordura, apostilla: "No soy gordo, soy amplio"). El ducharse entraña tales dificultades motrices que arriesga la salud. En verdad la movilidad es dificultosa, sobre todo cuando ha de agacharse si se le cae un adminículo, recuerdo el céntimo de euro que recogí y él abandonó sobre el mostrador de portería, desdeñoso, resto de un limosnero ocioso que hurgó con desidia en el portamonedas. Me sirvió para el pico en una compra de farmacia, se lo referí, mira por dónde, risas. Llegó a someterse al encantador delirio del agua caliente sobre un cuerpo recostrado, la frotación desganada pero insistente, el resultado, un nuevo ser, esplendoroso, perfumado, no parecía él. Hasta la vestidura era clara y radiante.
  Apenas lo soportó un día, a la noche, de madrugada, sufrió una pequeña incontinencia (lo de pequeña es una exquisitez lingüística suya, una dulcificación de la gravedad del suceso, la inducción de una conmiseración anticipada), y ello, achacable al malestar acarreado por la insistencia en ducharse, ignorando sus dificultades. "Apúntalo ahí", me dijo, señalando el cuaderno de incidencias. Buscó ropa limpia, volteé el colchón y lo cubrí de sábanas nuevas. Harían falta fundas o paños absorbentes para estos casos; pero ha sido un imprevisto, normalmente no le ocurre, es la consecuencia de la imposición de ducharse.
  Bienvenido está otra vez de paso, ha venido de A Coruña, a ciento y pico euros los alquileres, barato, la tercera parte de sus 426, cifra cabalística para los no contributivos, excluidos sociales, etc. Otra vez atento a las vicisitudes del Centro. Anticipando actitudes, reacciones, como a él le tocara. En el dorso del meñique el escudo de la legión, el bigote fino y despejado hasta medio centímetro de la orilla de la napia ladeada, la cabeza ahuevada de misil atómico. Me para de camino en bici al Pichón donde me aguarda un sosegado desayuno con Kamo Pogossian, la calle Pericón como un largo pasillo entrañable y reclamatorio, blancuzco del día de nubes dóciles y parsimoniosas. Reluce el tema, ni siquiera sé cómo lo trae a colación, pero me lo estampa: "Como me tocara a mí de compañero de habitación bien que se iba a duchar. No tengo por qué aguantar la peste. Vale los ronquidos, pero la peste... Ese lo meto yo por verada. Tiene mucha cara, que si la Rai, si le falta la sentencia de separación, se hace el longuis, no llevará años sabiendo de la paga, no la tiene porque no quiere o sabe que no le pertenece. A pedir, que ya va con el cartelito preparado, en la bolsa verde. Saca lo suyo, no proteste. En el centro hay unas normas, hay que ducharse, no me venga con cuentos porque esté gordo. Con más razón, que apesta."
  Al día siguiente Fernando repite los halagos de la jornada precedente: "Me has salvado la vida. Qué haría yo sin ti", la mano amorcillada extendida para que yo se la estreche amistosa. Exagera. Es que toca la última petición, a modo de despedida, y porque hasta que no se ponga con el cartelito en el cruce de Sagasta y Ancha no tiene para el café mañanero. "Necesito pedirte un favor. El último." Mal hábito, con el panorama en derredor, ya le sermoneé, pero conquista su sonrisa entre infantil y aviesa. "De los redondos. Anda, que mañana ya me piro." El cartelito acomodado en el regazo, aguardando a entrar la mañana con buen pie, es día de fiesta, día del trabajador, y ese es el suyo. Aunque puede que todo cambie. "Mañana me marcho a Torre del Mar, con mi amigo que viene por mí. Me coloca en un hotel, de vigilante. A mil dos cientos euros al mes, dietas incluidas y coche de empresa." De pronto es apabullante tan radical cambio. He topado este género de fantasías alguna vez. Supongo que alguna cuajará. ¿Habrá pensado en ducharse cuando ejerza? Le doy dos de los redondos, le sorprende mi generosidad. "Y como te vuelva a ver, ya no te conozco", le digo con rudo humor afectado. "Vendré a visitarte en el coche de empresa. Te lo prometo." Nos reímos mientras veo alejarse su amplitud pausadamente.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Maltratador


  Un mentor le enseñó los asaltos a los chalets, la vigilancia en dos o tres días, los hábitos de los residentes, los puntos idóneos de acceso, el coche o la moto aparcados en la puerta. Ventanas de fácil apertura con un destornillador, sin forzarla, entrada de noche, incluso con los residentes durmiendo, linterna pequeña, guantes para no dejar huellas. Sin querer repiten escondites comunes, ¿cómo pueden coincidir? Más de una vez debajo de las bombonas de butano una bolsa con dinero en efectivo, en cajas de zapatos, en cajones de cómoda. A veces se ha recreado, solazándose en la casa, en el salón, imaginándose habitante, tomándose un café recién calentado en la cafetera de la cocina, sin hacer ruido, mientras en otro ala de la casa, o arriba, dormían dulces sueños los habitantes, dulces singladuras sin gasto, no percatándose del intruso que sustraía los ahorros, del ladrón de ropas oscuras, mimetizado con la noche, y hasta viendo la tele.
  Una vez le asustó una vieja, el sobresalto fue mayúsculo, con grito sobrecogedor y todo. Andaba sigiloso, de puntillas, como quien dice, ni oía ni le oyeron, y cual espectros se chocaron como dos viandantes que doblan una esquina en la calle y se dan de bruces, el grito, o más bien el alarido, los paralizó hasta reaccionar él y salir corriendo, menudo susto, era como para haberla denunciado, ¿a qué coño se habría levantado?, ni le dio tiempo a coger nada.
  El dinero para droga, para el consumo, el consumo para el dinero, la droga para el dinero, delito contra la salud pública, cárcel, tanto que asaltó domicilios de noche y no le condenaron por esto, a lo sumo visitó algunos calabozos para salir airoso al cabo de las horas por falta de pruebas.
  Ex legionario sin dientes caídos por la coca y la heroína, ahora ya no sopla la corneta de llave como en aquellos tiempos de desfile de la banda, la canción del novio de la muerte, los viajes en Semana Santa para acompañar al Cristo de Mena en Málaga, la gente febril y jubilosa ante la exhibición de los gastadores. El jerezano, lo llamaban en Ronda, y en los pirineos cuando los abandonaron a su albur, prueba viril de supervivencia, que él manejó diestro robando en corrales, los compañeros celebrando la hábil provisión de gallinas, de dónde las habrá sacado.
  Dos mujeres, dos niños, dos denuncias por maltrato de cada una de ellas, la más reciente en Barcelona, a donde se asentaron después de errar por albergues de España partiendo de Jerez, donde se conocieron. El niño de cuatro años, habla con él por teléfono. Ya tiene una orden de alejamiento que incluso con la anuencia de ella soslayaban para verse a solas e intentar encarrilar todo el embrollo de sus sentimientos incontrolados. El le pegaba porque ella se ponía histérica, cuentos, porque él estaba bebido, y por cabrón y ella no zanjar el asunto de una vez por todas, despidiéndolo de su memoria, de sus falsos arrepentimientos a posteriori, de la sumisión llorosa que ya no la engañaba, el carácter celoso y macho, de pequeñajo bruto y cojonudo. En la última comparecencia ante el juez se jugaba diez meses de prisión por maltrato, ella no compareció, a la espera de la sentencia, le caerá una multa seguramente, apuntó el abogado. ¿Por qué ella no compareció? Desde luego no porque atenuara la importancia de los golpes, los insultos, las bofetadas, chulo de mierda, sino que vuelve por la vía indirecta de su padre y una amiga a llegarle el arrepentimiento, es el padre de su hijo, le insinúa la reconciliación, las buenas intenciones, está en un programa, ha decidido curarse, estrategia conmovedora. O porque creería que llegando a cumplir condena por su denuncia propiciaría mayor animadversión, mayor cúmulo de odio, reservándose la venganza para el momento de salir a los diez meses, lo conoce, sabe cómo se las gasta el chiquitito mala leche, cara ñu avieso, batracio maltratador.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El cubano


Refugiado político
de los que el gobierno español
pactó con Castro
para excarcelarlos
y darles libertad aquí.

Perennemente rebeldes.

Una tarde de pedo
entra en el Centro
y del toque de atención
levanta en armas la muleta
y la lengua se le dispara.

Expulsado.

Kamo le encara a la
puerta:
- Vienes a quejarte de España
a insultar, cuando aquí te dan techo
y comida.
El otro prosigue rezongando
con voz ahuecada:
- Hijos de puta. Me cago en sus muertos.