lunes, 10 de septiembre de 2012

Maltratador


  Un mentor le enseñó los asaltos a los chalets, la vigilancia en dos o tres días, los hábitos de los residentes, los puntos idóneos de acceso, el coche o la moto aparcados en la puerta. Ventanas de fácil apertura con un destornillador, sin forzarla, entrada de noche, incluso con los residentes durmiendo, linterna pequeña, guantes para no dejar huellas. Sin querer repiten escondites comunes, ¿cómo pueden coincidir? Más de una vez debajo de las bombonas de butano una bolsa con dinero en efectivo, en cajas de zapatos, en cajones de cómoda. A veces se ha recreado, solazándose en la casa, en el salón, imaginándose habitante, tomándose un café recién calentado en la cafetera de la cocina, sin hacer ruido, mientras en otro ala de la casa, o arriba, dormían dulces sueños los habitantes, dulces singladuras sin gasto, no percatándose del intruso que sustraía los ahorros, del ladrón de ropas oscuras, mimetizado con la noche, y hasta viendo la tele.
  Una vez le asustó una vieja, el sobresalto fue mayúsculo, con grito sobrecogedor y todo. Andaba sigiloso, de puntillas, como quien dice, ni oía ni le oyeron, y cual espectros se chocaron como dos viandantes que doblan una esquina en la calle y se dan de bruces, el grito, o más bien el alarido, los paralizó hasta reaccionar él y salir corriendo, menudo susto, era como para haberla denunciado, ¿a qué coño se habría levantado?, ni le dio tiempo a coger nada.
  El dinero para droga, para el consumo, el consumo para el dinero, la droga para el dinero, delito contra la salud pública, cárcel, tanto que asaltó domicilios de noche y no le condenaron por esto, a lo sumo visitó algunos calabozos para salir airoso al cabo de las horas por falta de pruebas.
  Ex legionario sin dientes caídos por la coca y la heroína, ahora ya no sopla la corneta de llave como en aquellos tiempos de desfile de la banda, la canción del novio de la muerte, los viajes en Semana Santa para acompañar al Cristo de Mena en Málaga, la gente febril y jubilosa ante la exhibición de los gastadores. El jerezano, lo llamaban en Ronda, y en los pirineos cuando los abandonaron a su albur, prueba viril de supervivencia, que él manejó diestro robando en corrales, los compañeros celebrando la hábil provisión de gallinas, de dónde las habrá sacado.
  Dos mujeres, dos niños, dos denuncias por maltrato de cada una de ellas, la más reciente en Barcelona, a donde se asentaron después de errar por albergues de España partiendo de Jerez, donde se conocieron. El niño de cuatro años, habla con él por teléfono. Ya tiene una orden de alejamiento que incluso con la anuencia de ella soslayaban para verse a solas e intentar encarrilar todo el embrollo de sus sentimientos incontrolados. El le pegaba porque ella se ponía histérica, cuentos, porque él estaba bebido, y por cabrón y ella no zanjar el asunto de una vez por todas, despidiéndolo de su memoria, de sus falsos arrepentimientos a posteriori, de la sumisión llorosa que ya no la engañaba, el carácter celoso y macho, de pequeñajo bruto y cojonudo. En la última comparecencia ante el juez se jugaba diez meses de prisión por maltrato, ella no compareció, a la espera de la sentencia, le caerá una multa seguramente, apuntó el abogado. ¿Por qué ella no compareció? Desde luego no porque atenuara la importancia de los golpes, los insultos, las bofetadas, chulo de mierda, sino que vuelve por la vía indirecta de su padre y una amiga a llegarle el arrepentimiento, es el padre de su hijo, le insinúa la reconciliación, las buenas intenciones, está en un programa, ha decidido curarse, estrategia conmovedora. O porque creería que llegando a cumplir condena por su denuncia propiciaría mayor animadversión, mayor cúmulo de odio, reservándose la venganza para el momento de salir a los diez meses, lo conoce, sabe cómo se las gasta el chiquitito mala leche, cara ñu avieso, batracio maltratador.

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