-La
próxima vez que me despiertes de madrugada te parto la cara.
Fco
Morenas se lo ha advertido a Ricardo Aneiros por la mañana, con voz potente y
agria. Entró a las dos de la madrugada, no debía haber sido admitido, ya mi
compañero había extendido la baja por falta. Fco Morenas habla siempre
enfadado, con deseos de violentarse con cualquiera y Ricardo Aneiros le ha
brindado una buena excusa. Los dos están en el programa de Luz y Agua.
Ricardo
Aneiros es la segunda vez que falta a dormir en una semana. A la puerta de
entrada, levemente embriagado, me pidió pasar solo por las pastillas y una
camisa, conforme con asumir la pérdida de plaza momentánea. ¿Adónde iría?
¿Adónde durmió la semana pasada? La cabeza con forma de cebolla pelada, una
mosquita de pelo cano bajo el labio inferior, la nariz roma, desigual y con una
pequeña cicatriz, la dentadura hinchada (es una sensación irreal, supongo), con
mellas, la mirada abatida, el habla homosexual y lánguida. Es la noche de San
Juan, la noche de la luna más brillante, la plazoleta a su espalda está en
penumbra, un farol ilumina una esquina, el levante sacude las ramas de los
algarrobos.
Me
explica:
-Para
qué te voy a engañar. Me despisté viendo los cohetes. Solo quiero pasar, coger
las pastillas de la mesilla y marcharme. No quiero molestar.
-¿Y
dónde piensas dormir? ¿Dónde dormiste el domingo pasado cuando te comuniqué que
no vinieras hasta no hablar con la
TS el lunes por la mañana?
-En la
sala de espera del hospital. No me gusta quedarme en la calle.
Por la
mañana de aquel domingo Fco Morenas, con movimiento rápido del liso flequillo y
la mirada aviesa, buscó en mí sin encontrarla la anuencia de un comentario
soez:
-Se
habrá encontrado quien le rellene el culo.
Apareció
más tarde todo ensangrentado, con puntos en la nariz y la frente, los
pantalones con lamparones secos de sangre. Explicó que le habían agredido, sin
más, porque algunos grupos de jóvenes, según él, agreden sin más, por placer o
por causarles molestia su presencia errática y sonada. Me mostró los partes de
atención médica de Urgencias, eran dos, el primero comprendía entre las doce de
la noche y la una y media, el segundo entre las dos y media y las cuatro. El
primero por haberse caído a causa de la fuerte intoxicación etílica, el segundo
por agresión. Los partes, como en este caso, no siempre justifican una falta
por causas ajenas al afectado. Mi interpretación no invalida su versión.
-Si
hubieras estado aquí a la hora de cierre, nada te habría ocurrido.
-Pero es
que me agredieron -insistió con voz pausada, nasal, aun bajo los efectos de una
noche de embriaguez.
-La
agresión fue después. La primera intervención fue porque te caíste. Ibas
bastante tomado.
Usó la
ducha y se cambió de ropa; tiró a la basura la ensangrentada. El lunes los
técnicos de Luz y Agua y del Centro decidieron no sancionarle, eso sí, bajo
aviso de que una próxima falta no la perdonarían.
La
pasada noche, la noche de San Juan, la de la luna más brillante, lo puso fácil para
cumplir el deber normativo de privación de la cama. Solo quería coger las
pastillas, una camisa y marcharse a la sala de espera del hospital. No le gusta
molestar. Hay un hastío de largo alcance en sus palabras, como acumulación de
años de contrariedades y desdenes que ya ha conseguido que traspasen su ánimo
sin que le hieran. Comprende que mi deber sea oponerme a que su presencia
perturbe la quietud de la madrugada y a los durmientes que ignoran el frufrú
nocturno de las hojas de los algarrobos. Por eso le sorprende que le deje pasar
y quedarse a dormir, los cohetes le despistaron, o una búsqueda infructuosa, o
una resignación infranqueable. Promete que no va a molestar, que será sigiloso
como un gato, pero es un gato torpe y trastabillante y Fco Morenas un perro
alerta que salta fosco de la cama gruñendo y dando bandazos. Mi presencia
refrena los vituperios que no tienen consideración con el resto de reposantes
porque su malestar cabría hacerlo extensivo para animar un linchamiento
general. Pero por la mañana no se corta:
-La
próxima vez que me despiertes de madrugada te parto la cara.
Por la
tarde me encuentro a Ricardo Aneiros cruzando el semáforo de la plaza Sevilla,
en dirección a la estación. Arrastra una maleta. Sin duda le han debido expulsar.
Antes de pararme a hablar con él recupero en un flash mi desencuentro mañanero
con la TS. Porque,
naturalmente, yo no debía haberlo dejado dormir la pasada noche: no estaba
justificado que se despistara contemplando los cohetes. El protocolo
burocratizado anejo a los inscritos en programas de rehabilitación, promoción,
reinserción etc. es tan engorroso e implica a tantos técnicos del ayuntamiento,
Luz y Agua y Centro que es siempre más expeditivo que los zancadillee un
vigilante con una norma explícita. Habiéndomela saltado, he entorpecido el
procedimiento. Los furores de la TS,
por supuesto, estaban justificados. Y sin embargo, a la postre, no parece que
haya costado tanto largarlo.
A la luz
del día es como si arrastrara la noche con él, como si la llevara en la maleta
a ruedas, la luna más brillante en su interior, los algarrobos agitados por el
viento. La voz nasal emerge lánguida y sin indulgencia contra la TS de Luz y Agua, que es quien
se ha encargado de despedirlo.
-Me dice
que me vieron con un cubata en la mano mientras contemplaba los cohetes. ¿Te lo
puedes creer?
Tiene el
VIH, bronquitis crónica y la sospecha de que alguien ha ideado esta versión
para echarlo. El energúmeno de Fco Morenas que le hubo amenazado con partirle
la cara como volviera a despertarlo. De veras. Él solo se despistó contemplando
los cohetes, admirando sus estallidos multicolores, las miríadas de estrellitas
rociando por unos instantes el cielo oscuro, los estampidos orquestados por la
luna más brillante, en la noche de San Juan.