martes, 25 de junio de 2013

La próxima vez que me despiertes



  -La próxima vez que me despiertes de madrugada te parto la cara.
  Fco Morenas se lo ha advertido a Ricardo Aneiros por la mañana, con voz potente y agria. Entró a las dos de la madrugada, no debía haber sido admitido, ya mi compañero había extendido la baja por falta. Fco Morenas habla siempre enfadado, con deseos de violentarse con cualquiera y Ricardo Aneiros le ha brindado una buena excusa. Los dos están en el programa de Luz y Agua.
  Ricardo Aneiros es la segunda vez que falta a dormir en una semana. A la puerta de entrada, levemente embriagado, me pidió pasar solo por las pastillas y una camisa, conforme con asumir la pérdida de plaza momentánea. ¿Adónde iría? ¿Adónde durmió la semana pasada? La cabeza con forma de cebolla pelada, una mosquita de pelo cano bajo el labio inferior, la nariz roma, desigual y con una pequeña cicatriz, la dentadura hinchada (es una sensación irreal, supongo), con mellas, la mirada abatida, el habla homosexual y lánguida. Es la noche de San Juan, la noche de la luna más brillante, la plazoleta a su espalda está en penumbra, un farol ilumina una esquina, el levante sacude las ramas de los algarrobos.
  Me explica:
  -Para qué te voy a engañar. Me despisté viendo los cohetes. Solo quiero pasar, coger las pastillas de la mesilla y marcharme. No quiero molestar.
  -¿Y dónde piensas dormir? ¿Dónde dormiste el domingo pasado cuando te comuniqué que no vinieras hasta no hablar con la TS el lunes por la mañana?
  -En la sala de espera del hospital. No me gusta quedarme en la calle.
  Por la mañana de aquel domingo Fco Morenas, con movimiento rápido del liso flequillo y la mirada aviesa, buscó en mí sin encontrarla la anuencia de un comentario soez:
  -Se habrá encontrado quien le rellene el culo.
  Apareció más tarde todo ensangrentado, con puntos en la nariz y la frente, los pantalones con lamparones secos de sangre. Explicó que le habían agredido, sin más, porque algunos grupos de jóvenes, según él, agreden sin más, por placer o por causarles molestia su presencia errática y sonada. Me mostró los partes de atención médica de Urgencias, eran dos, el primero comprendía entre las doce de la noche y la una y media, el segundo entre las dos y media y las cuatro. El primero por haberse caído a causa de la fuerte intoxicación etílica, el segundo por agresión. Los partes, como en este caso, no siempre justifican una falta por causas ajenas al afectado. Mi interpretación no invalida su versión.
  -Si hubieras estado aquí a la hora de cierre, nada te habría ocurrido.
  -Pero es que me agredieron -insistió con voz pausada, nasal, aun bajo los efectos de una noche de embriaguez.
  -La agresión fue después. La primera intervención fue porque te caíste. Ibas bastante tomado.
  Usó la ducha y se cambió de ropa; tiró a la basura la ensangrentada. El lunes los técnicos de Luz y Agua y del Centro decidieron no sancionarle, eso sí, bajo aviso de que una próxima falta no la perdonarían.
  La pasada noche, la noche de San Juan, la de la luna más brillante, lo puso fácil para cumplir el deber normativo de privación de la cama. Solo quería coger las pastillas, una camisa y marcharse a la sala de espera del hospital. No le gusta molestar. Hay un hastío de largo alcance en sus palabras, como acumulación de años de contrariedades y desdenes que ya ha conseguido que traspasen su ánimo sin que le hieran. Comprende que mi deber sea oponerme a que su presencia perturbe la quietud de la madrugada y a los durmientes que ignoran el frufrú nocturno de las hojas de los algarrobos. Por eso le sorprende que le deje pasar y quedarse a dormir, los cohetes le despistaron, o una búsqueda infructuosa, o una resignación infranqueable. Promete que no va a molestar, que será sigiloso como un gato, pero es un gato torpe y trastabillante y Fco Morenas un perro alerta que salta fosco de la cama gruñendo y dando bandazos. Mi presencia refrena los vituperios que no tienen consideración con el resto de reposantes porque su malestar cabría hacerlo extensivo para animar un linchamiento general. Pero por la mañana no se corta:
  -La próxima vez que me despiertes de madrugada te parto la cara.

  Por la tarde me encuentro a Ricardo Aneiros cruzando el semáforo de la plaza Sevilla, en dirección a la estación. Arrastra una maleta. Sin duda le han debido expulsar. Antes de pararme a hablar con él recupero en un flash mi desencuentro mañanero con la TS. Porque, naturalmente, yo no debía haberlo dejado dormir la pasada noche: no estaba justificado que se despistara contemplando los cohetes. El protocolo burocratizado anejo a los inscritos en programas de rehabilitación, promoción, reinserción etc. es tan engorroso e implica a tantos técnicos del ayuntamiento, Luz y Agua y Centro que es siempre más expeditivo que los zancadillee un vigilante con una norma explícita. Habiéndomela saltado, he entorpecido el procedimiento. Los furores de la TS, por supuesto, estaban justificados. Y sin embargo, a la postre, no parece que haya costado tanto largarlo.
  A la luz del día es como si arrastrara la noche con él, como si la llevara en la maleta a ruedas, la luna más brillante en su interior, los algarrobos agitados por el viento. La voz nasal emerge lánguida y sin indulgencia contra la TS de Luz y Agua, que es quien se ha encargado de despedirlo.
  -Me dice que me vieron con un cubata en la mano mientras contemplaba los cohetes. ¿Te lo puedes creer?
  Tiene el VIH, bronquitis crónica y la sospecha de que alguien ha ideado esta versión para echarlo. El energúmeno de Fco Morenas que le hubo amenazado con partirle la cara como volviera a despertarlo. De veras. Él solo se despistó contemplando los cohetes, admirando sus estallidos multicolores, las miríadas de estrellitas rociando por unos instantes el cielo oscuro, los estampidos orquestados por la luna más brillante, en la noche de San Juan.

jueves, 20 de junio de 2013

El hombre primitivo



  El hombre primitivo habita el Centro, el reproche descarnado linda la controversia y la pelea como consecuencia de la desconfianza o la natural alerta defensiva. No importan los favores del pasado, la desmemoria cunde rápido.
  Carita de Plata diariamente, minutos antes de la hora de cierre del Centro, acudía a los porches de la plazoleta de Capuchinos a ofrecer a los durmientes entre cartones y mantas: tabaco, abrigo, alimento, alguna poesía, etc. Cuando se ha quedado en la calle porque ha expirado su estancia, ha buscado un hueco allí al lado de aquellos a los que socorría. Se enfundó en el saco y se acopló junto al viejo. El napias con bigote no paró de traquetear en toda la noche, se levantaba a buscar agua de algún sifón remoto, no le dejó pegar ojo. El viejo a su lado, profusamente envuelto, sin asomar vaciaba la próstata en una botella oculta, el constante chorro hiriendo la noche. Cuando ha conciliado el sueño, el napias lo ha zarandeado y le ha echado la bronca por roncar. ¿Por roncar? Bueno, vale; pero ¿y él? ¿que no paró de molestar en todo el inicio de la noche? El territorio es de ellos por hábito adquirido, así que se muda.
  Al día siguiente duerme en la playa. Se instala al lado de un apilamiento de hamacas frente al Flamingo, bar de copas de la zona de playa, cerca de la Victoria. Trascurrirá una semana. Tendrá el apoyo del dueño: le permite dejar el equipaje en un almacén, acomodarse por allí durante el día, como no, recitar poesía, etc. Hay aquí una exposición de pintura, de los alumnos de un taller que dirige un chico del que se hace amigo. Este le ha pedido una reseña para el periódico. La inspiración le vendrá lo mismo que el día de la muerte de José Luis Sampedro. Se publicará en el Diario de Cádiz y en el Independiente.
  Paso por delante de las mesas de la terraza una noche. Carita de Plata acomodado en una junto al amigo pintor, monitor del taller cuyos alumnos exponen.
  -La acera de los mariquitas es la otra.
  Hace las presentaciones. El otro se despide previo recordatorio de la reseña sobre la exposición. El habla de Carita engolada de la leve y dulce embriaguez.
  -Tú lo que buscabas es un poeta para invitarlo a una hamburguesa.
  Nos metemos en el Burguer King que hay veinte metros más adelante. Lleva puestos un sarape y una gorra. La chica de la visera se impacienta al verlo dudar en la elección, que depende de la generosidad de mi bolsillo.
  Nos sentamos y me cuenta el festival contra el racismo organizado por la APH. Recitó durante veinticinco minutos. Compuso una poesía titulada "la Raza superior". La iniciaba dirigiéndose a la hija de su amigo gitanito de la Viña, de nombre Mercedita, a la cual explica la vergüenza que siente como miembro de esta raza superior; la que sintió cuando viajó a Gabón de turista con su mujer e hijos hace muchos, allí, la madre negra de unos niños que le embelesaron con su alegre juego se les acercó para preguntarles, al reconocerlos europeos, si desearían acoger sin pago ninguno uno de sus hijos. Aquella misma extrañeza e incomodidad de ser extranjero y hacer turismo por unas tierras con un lado misérrimo invisible la sintió trabajando de tour líder para Nouvelles Frontières. Tres eran los destinos a él adjudicados: Egipto, Grecia y Brasil.
  Tampoco ha dejado de recitar y pasar la gorra en el Albahicín o la Isleta. Aquí una noche conoció a la jefa de los As. Soc. que lo emplazó a su despacho al día siguiente. En el despacho lo interpeló sobre el funcionamiento del Centro y su impresión del personal trabajador. Solo salvó la cabeza del barbas, un servidor, lo cual tampoco es mucho decir en favor del Centro.
  -Aunque estés solo tres días recogido, te tiene que dar la impresión de que esos tres días no estás en la calle tirado, lo que no se consigue con un trato castrense ni con la sensación a la hora del desalojo de que te ordenan: ¡venga! ¡a la puta calle!

lunes, 10 de junio de 2013

Ha habido varias bajas



  Ha habido varias bajas de las de larga estancia por diversos y escabrosos motivos pero a mí quienes me esperan para corresponderme con una invitación pendiente es la pareja Juan Cala y Verónica. Por supuesto, aprovechan para proveerse de ropa, ella ha engordado por la nueva medicación, fuerte, que le están inyectando una vez a la semana (no es el modecate; es otro nombre raro y espeluznante). "Gordi. ¿Te valdrá esta?" -examina él con ojo inexperto unos pantalones vaqueros. Consiguen una buena remesa en la exigüidad de la ropería, incluido un juego de sábanas para cama de matrimonio. El entusiasmo está en sus caras.
  Posteriormente Bienvenido, apoyado en el cajón de portería, me dirá que se dio media vuelta y regresó al Centro para preguntarme si iba a ir al baratillo, pero que me vio acompañado de la pareja y desistió. "Me enseñaron la casa" -digo. "Cá uno es libre de ir con quien quiera. Estamos en una democracia" -apostilla. Atisbo las rencillas del pasado. Ya sé que detrás de su ser comedido y apacible, de su gesticulación afable, de su rostro ahuevado, con bigotito y semicalvo, se esconde el que antaño en el Puerto cumplió condena en el módulo de los de más alta peligrosidad. Con sesenta años y aún pletórico de rabia contenida. Paulatinamente acalora su discurso. Los tatuajes de los brazos y los dijes de las manos subrayan la rotundidad de los visajes violentos. La boca la crispa y muestra una dentadura deformada por una pasada tortura policial. El odio está perfectamente dibujado en su cara. Ahora que han salido los que habían conformado según él una dominación territorial a sus anchas se explaya (Tito, Rachid, Juan Cala...). "Que vayan dejando sitio. Tanto programa o tanta paga...". También carga contra los centros de atención social.
  Pero yo he disfrutado por la mañana con la pareja. Hemos cogido la cuesta de Capuchinos, tomado por Sagasta y entrado en una de las bocacalles donde hay una fachada parda. Me explican los pormenores mientras subimos las escaleras estrechas, el número de inquilinos, la bondad del dueño, el precio del alquiler. Cada una de las habitaciones de la primera planta tiene su llave. Una pertenece a un hombre soltero que les ha prometido un televisor. La otra a un matrimonio con una hija pequeña, todos compartiendo cama. El cuarto de baño y la cocina es común, aunque con receptáculos y cajones para cada cual. Es una casa que combina lo antiguo y lo nuevo, sin duda adecentada para el negocio del alquiler, dejando aquello que la robustez del pasado hace inmejorable. Por ejemplo, en el baño, la grifería y el mármol, que denotan el total de una casa exquisita antaño. Y en la cocina, un horno antiguo, cuya limpieza todos delegan en una chica contratada para dos veces en semana, lo cual ha generado algunas quejas.
  Entramos en su dormitorio y se disculpan del desorden. "Perdona que la cama esté sin hacer" -dice Juan Cala, siempre con su tono deferente y los ojos despiertos. El revuelto de sábanas se ha debido a la premura por haberme interceptado temprano, luego tendrán tiempo de hacerla, después de desayunar. Hay un espejo, una cajonera, un armario empotrado. Hay silencio y una ventana con luz de la calle. Y seis meses por delante de salario social que con suerte entronque con una paga de ella si les llega el patrón histórico por internet para adjuntar a los informes psiquiátricos. El perfecto nido de amor.
  En una terracita común, protegida con un semi cierro de ladrillos, él practica gimnasia, y hace una demostración conspicua de los tipos de flexiones que atañen a los músculos de la parte superior, media e inferior de los pectorales. Los hincha bajo la camiseta como un culturista y Verónica bromea conque uno de los sujetadores desechados antes en ropería le hubiera venido bien a él. Hay signos de los otros inquilinos, algunas pertenencias personales que, aseguran, no corren peligro de robo por los otros. Hay una escalerita de forja que conduce a un ático. Hay unas macetas con la tierra húmeda. "Yo quiero plantar unos geranios" -informa Verónica, siempre frunciendo los labios para una vocalización propia del norte, de San Sebastián. Es hora de ir a desayunar.
  Posteriormente Bienvenido, apoyado en el cajón de portería, recordará el tropiezo que tuvo con él hace unos años cuando lo acompañaba su anterior pareja. La Cloti lo envenenaba, aunque no lo disculpa por ello, piensa que, si bien Verónica no es una arpía como aquella, él no ha cambiado. A cuenta del acoso que ejercían sobre un viejo Bienvenido los abordó en la plazoleta y les amenazó de tal manera que hasta el diablo se hubiera amedrentado. No es Bienvenido de esos que afloran cuando los prepotentes y territoriales que se han asentado desaparecen por mor de las expulsiones (Tito por practicar el amor libre en los baños, Rachid por mercadear con pastillas y hachis...), pero los visajes de coraje que esgrime contra ellos me pregunto por qué no los destapó entonces. Más vale que no, a tenor de que la cabeza del Tito (del que critica la farándula que montaba en la sala de televisión, la apropiación mañanera del baño, etc.) la salta imaginariamente en pedazos y a Rachid (del que critica el despotismo y la excusa de la mano por operar) le rompe imaginariamente las costillas. Claro que el problema no es estrictamente de ellos sino del sistema de la atención social y sus adláteres, esgrimiendo odios intestinos contra las asistentes sociales de Luz y Agua en Cádiz y cáritas en San Fernando. Emplea una expresión muy dura: "¡Que viven de la miseria del prójimo!". La predilección por aquellos que se ajustan a su mecánica desprecia a los que simplemente, aun habiendo pasado por adicciones, y tras haberlas superado por sí mismos, alegan situación de desahucio como único y elemental motivo de demanda de alojamiento. Hay una dignidad prístina que defiende, una privacidad que los programas de rehabilitación gustan de hurgar y ofrecer como reclamo. El coraje se concretiza en aquellas empleadas que en momentos clave en que él las trató le propusieron un apaño indelicado o le ofendieron con una deferencia por otro con una imagen más piadosa que vender. Vomita reflexiones muy duras, que, no obstante, no dejan de ser el punto de vista alguien inmerso y sobreviviente en este submundo.
  Del cual ha escapado la pareja; ojalá no retrocedan más a él. Por la mañana, después de enseñarme la casa, hemos desayunado en las Brisas, un bar frente al Mercado de Abastos. El lugar es excelente, tiene en las paredes aparejos marinos: un timón, una foto gigante en blanco y negro del Juan Sebastián el Cano, un salvavidas, maquetas de barcos... Ya Juan Cala no es el mismo desde que está con Verónica, los buenos sentimientos han dejado atrás aquel pesquisidor que buscaba intimidar y sacar partido, aunque siga desenvolviéndose magistralmente y haya servido de confidente para contrastar las truculencias que se han descubierto y provocado un reseteo de usuarios de larga estancia y una desazón en los servicios sociales del ayuntamiento al enterarse de lo que ocurría (siempre pecando de ingenuos, y son parte responsable por su propensión a querer emitir informes exquisitos y pragmáticos). Ella lo ha cambiado, y por eso se casaron en Sevilla hace un año, cosa que ni siquiera hizo con la madre de su hija que vive en un piso de Jerez adquirido por él hace más de diez años. Los testigos fueron simples vecinos, los anillos de corte esotérico. También allí pasaron una temporada en un piso de alquiler, aquí, para ahorrar no dejarán de acudir al comedor social de María Arteaga, aunque evitarán las cenas en el de Santiago. Intentará sacar algún rédito al piso de Jerez, por eso de que "el uso y disfrute" era hasta que la hija cumpliera la mayoría de edad. Y si la cabeza no le traiciona, ella dará algunas clases particulares, pues la disfunción suya casi que más viene por el potencial memorístico y matemático que siempre mostró.
  Juan Cala mastica con la boca abierta, aunque se disculpa, el entusiasmo de la conversación le impide parar. La ilusión ilumina sus rostros, lo cual viene acentuado por el sol mañanero que entra por el ventanal a nuestra izquierda. La subsistencia sin dinero hace que les cause cierto extrañamiento este formato de desayuno a que se prestan por la invitación que me prometieron. Es la compensación a mi esporádica generosidad, nimia en comparación con aquella señora de las tortillas los domingos, y que, no obstante, ya tuvo su compensación en las sonrisas diáfanas de niños sorprendidos por un regalo magnificado. El tomate desborda las medias tostadas, los cafés sucumben con delectación, la mesa acaba en un desorden de platos y vasos aparatoso.
  Posteriormente a Bienvenido, apoyado en la portería, le he hecho una burda relación de los motivos de abandono del Centro: 1.- Por normal finalización de la estancia o de la gestión que se solicitó realizar. 2.- Por desagradable e inapelable expulsión con el consiguiente pataleo administrativo de los inconformes y prepotentes usuarios de larga estancia. 3.- Por feliz consecución de la espera y ascenso a un escalafón mayor como una vivienda de alquiler.