lunes, 10 de junio de 2013

Ha habido varias bajas



  Ha habido varias bajas de las de larga estancia por diversos y escabrosos motivos pero a mí quienes me esperan para corresponderme con una invitación pendiente es la pareja Juan Cala y Verónica. Por supuesto, aprovechan para proveerse de ropa, ella ha engordado por la nueva medicación, fuerte, que le están inyectando una vez a la semana (no es el modecate; es otro nombre raro y espeluznante). "Gordi. ¿Te valdrá esta?" -examina él con ojo inexperto unos pantalones vaqueros. Consiguen una buena remesa en la exigüidad de la ropería, incluido un juego de sábanas para cama de matrimonio. El entusiasmo está en sus caras.
  Posteriormente Bienvenido, apoyado en el cajón de portería, me dirá que se dio media vuelta y regresó al Centro para preguntarme si iba a ir al baratillo, pero que me vio acompañado de la pareja y desistió. "Me enseñaron la casa" -digo. "Cá uno es libre de ir con quien quiera. Estamos en una democracia" -apostilla. Atisbo las rencillas del pasado. Ya sé que detrás de su ser comedido y apacible, de su gesticulación afable, de su rostro ahuevado, con bigotito y semicalvo, se esconde el que antaño en el Puerto cumplió condena en el módulo de los de más alta peligrosidad. Con sesenta años y aún pletórico de rabia contenida. Paulatinamente acalora su discurso. Los tatuajes de los brazos y los dijes de las manos subrayan la rotundidad de los visajes violentos. La boca la crispa y muestra una dentadura deformada por una pasada tortura policial. El odio está perfectamente dibujado en su cara. Ahora que han salido los que habían conformado según él una dominación territorial a sus anchas se explaya (Tito, Rachid, Juan Cala...). "Que vayan dejando sitio. Tanto programa o tanta paga...". También carga contra los centros de atención social.
  Pero yo he disfrutado por la mañana con la pareja. Hemos cogido la cuesta de Capuchinos, tomado por Sagasta y entrado en una de las bocacalles donde hay una fachada parda. Me explican los pormenores mientras subimos las escaleras estrechas, el número de inquilinos, la bondad del dueño, el precio del alquiler. Cada una de las habitaciones de la primera planta tiene su llave. Una pertenece a un hombre soltero que les ha prometido un televisor. La otra a un matrimonio con una hija pequeña, todos compartiendo cama. El cuarto de baño y la cocina es común, aunque con receptáculos y cajones para cada cual. Es una casa que combina lo antiguo y lo nuevo, sin duda adecentada para el negocio del alquiler, dejando aquello que la robustez del pasado hace inmejorable. Por ejemplo, en el baño, la grifería y el mármol, que denotan el total de una casa exquisita antaño. Y en la cocina, un horno antiguo, cuya limpieza todos delegan en una chica contratada para dos veces en semana, lo cual ha generado algunas quejas.
  Entramos en su dormitorio y se disculpan del desorden. "Perdona que la cama esté sin hacer" -dice Juan Cala, siempre con su tono deferente y los ojos despiertos. El revuelto de sábanas se ha debido a la premura por haberme interceptado temprano, luego tendrán tiempo de hacerla, después de desayunar. Hay un espejo, una cajonera, un armario empotrado. Hay silencio y una ventana con luz de la calle. Y seis meses por delante de salario social que con suerte entronque con una paga de ella si les llega el patrón histórico por internet para adjuntar a los informes psiquiátricos. El perfecto nido de amor.
  En una terracita común, protegida con un semi cierro de ladrillos, él practica gimnasia, y hace una demostración conspicua de los tipos de flexiones que atañen a los músculos de la parte superior, media e inferior de los pectorales. Los hincha bajo la camiseta como un culturista y Verónica bromea conque uno de los sujetadores desechados antes en ropería le hubiera venido bien a él. Hay signos de los otros inquilinos, algunas pertenencias personales que, aseguran, no corren peligro de robo por los otros. Hay una escalerita de forja que conduce a un ático. Hay unas macetas con la tierra húmeda. "Yo quiero plantar unos geranios" -informa Verónica, siempre frunciendo los labios para una vocalización propia del norte, de San Sebastián. Es hora de ir a desayunar.
  Posteriormente Bienvenido, apoyado en el cajón de portería, recordará el tropiezo que tuvo con él hace unos años cuando lo acompañaba su anterior pareja. La Cloti lo envenenaba, aunque no lo disculpa por ello, piensa que, si bien Verónica no es una arpía como aquella, él no ha cambiado. A cuenta del acoso que ejercían sobre un viejo Bienvenido los abordó en la plazoleta y les amenazó de tal manera que hasta el diablo se hubiera amedrentado. No es Bienvenido de esos que afloran cuando los prepotentes y territoriales que se han asentado desaparecen por mor de las expulsiones (Tito por practicar el amor libre en los baños, Rachid por mercadear con pastillas y hachis...), pero los visajes de coraje que esgrime contra ellos me pregunto por qué no los destapó entonces. Más vale que no, a tenor de que la cabeza del Tito (del que critica la farándula que montaba en la sala de televisión, la apropiación mañanera del baño, etc.) la salta imaginariamente en pedazos y a Rachid (del que critica el despotismo y la excusa de la mano por operar) le rompe imaginariamente las costillas. Claro que el problema no es estrictamente de ellos sino del sistema de la atención social y sus adláteres, esgrimiendo odios intestinos contra las asistentes sociales de Luz y Agua en Cádiz y cáritas en San Fernando. Emplea una expresión muy dura: "¡Que viven de la miseria del prójimo!". La predilección por aquellos que se ajustan a su mecánica desprecia a los que simplemente, aun habiendo pasado por adicciones, y tras haberlas superado por sí mismos, alegan situación de desahucio como único y elemental motivo de demanda de alojamiento. Hay una dignidad prístina que defiende, una privacidad que los programas de rehabilitación gustan de hurgar y ofrecer como reclamo. El coraje se concretiza en aquellas empleadas que en momentos clave en que él las trató le propusieron un apaño indelicado o le ofendieron con una deferencia por otro con una imagen más piadosa que vender. Vomita reflexiones muy duras, que, no obstante, no dejan de ser el punto de vista alguien inmerso y sobreviviente en este submundo.
  Del cual ha escapado la pareja; ojalá no retrocedan más a él. Por la mañana, después de enseñarme la casa, hemos desayunado en las Brisas, un bar frente al Mercado de Abastos. El lugar es excelente, tiene en las paredes aparejos marinos: un timón, una foto gigante en blanco y negro del Juan Sebastián el Cano, un salvavidas, maquetas de barcos... Ya Juan Cala no es el mismo desde que está con Verónica, los buenos sentimientos han dejado atrás aquel pesquisidor que buscaba intimidar y sacar partido, aunque siga desenvolviéndose magistralmente y haya servido de confidente para contrastar las truculencias que se han descubierto y provocado un reseteo de usuarios de larga estancia y una desazón en los servicios sociales del ayuntamiento al enterarse de lo que ocurría (siempre pecando de ingenuos, y son parte responsable por su propensión a querer emitir informes exquisitos y pragmáticos). Ella lo ha cambiado, y por eso se casaron en Sevilla hace un año, cosa que ni siquiera hizo con la madre de su hija que vive en un piso de Jerez adquirido por él hace más de diez años. Los testigos fueron simples vecinos, los anillos de corte esotérico. También allí pasaron una temporada en un piso de alquiler, aquí, para ahorrar no dejarán de acudir al comedor social de María Arteaga, aunque evitarán las cenas en el de Santiago. Intentará sacar algún rédito al piso de Jerez, por eso de que "el uso y disfrute" era hasta que la hija cumpliera la mayoría de edad. Y si la cabeza no le traiciona, ella dará algunas clases particulares, pues la disfunción suya casi que más viene por el potencial memorístico y matemático que siempre mostró.
  Juan Cala mastica con la boca abierta, aunque se disculpa, el entusiasmo de la conversación le impide parar. La ilusión ilumina sus rostros, lo cual viene acentuado por el sol mañanero que entra por el ventanal a nuestra izquierda. La subsistencia sin dinero hace que les cause cierto extrañamiento este formato de desayuno a que se prestan por la invitación que me prometieron. Es la compensación a mi esporádica generosidad, nimia en comparación con aquella señora de las tortillas los domingos, y que, no obstante, ya tuvo su compensación en las sonrisas diáfanas de niños sorprendidos por un regalo magnificado. El tomate desborda las medias tostadas, los cafés sucumben con delectación, la mesa acaba en un desorden de platos y vasos aparatoso.
  Posteriormente a Bienvenido, apoyado en la portería, le he hecho una burda relación de los motivos de abandono del Centro: 1.- Por normal finalización de la estancia o de la gestión que se solicitó realizar. 2.- Por desagradable e inapelable expulsión con el consiguiente pataleo administrativo de los inconformes y prepotentes usuarios de larga estancia. 3.- Por feliz consecución de la espera y ascenso a un escalafón mayor como una vivienda de alquiler.

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