El
hombre primitivo habita el Centro, el reproche descarnado linda la controversia
y la pelea como consecuencia de la desconfianza o la natural alerta defensiva.
No importan los favores del pasado, la desmemoria cunde rápido.
Carita
de Plata diariamente, minutos antes de la hora de cierre del Centro, acudía a
los porches de la plazoleta de Capuchinos a ofrecer a los durmientes entre
cartones y mantas: tabaco, abrigo, alimento, alguna poesía, etc. Cuando se ha
quedado en la calle porque ha expirado su estancia, ha buscado un hueco allí al
lado de aquellos a los que socorría. Se enfundó en el saco y se acopló junto al
viejo. El napias con bigote no paró de traquetear en toda la noche, se
levantaba a buscar agua de algún sifón remoto, no le dejó pegar ojo. El viejo a
su lado, profusamente envuelto, sin asomar vaciaba la próstata en una botella
oculta, el constante chorro hiriendo la noche. Cuando ha conciliado el sueño,
el napias lo ha zarandeado y le ha echado la bronca por roncar. ¿Por roncar?
Bueno, vale; pero ¿y él? ¿que no paró de molestar en todo el inicio de la
noche? El territorio es de ellos por hábito adquirido, así que se muda.
Al día
siguiente duerme en la playa. Se instala al lado de un apilamiento de hamacas
frente al Flamingo, bar de copas de la zona de playa, cerca de la Victoria. Trascurrirá
una semana. Tendrá el apoyo del dueño: le permite dejar el equipaje en un almacén,
acomodarse por allí durante el día, como no, recitar poesía, etc. Hay aquí una
exposición de pintura, de los alumnos de un taller que dirige un chico del que
se hace amigo. Este le ha pedido una reseña para el periódico. La inspiración
le vendrá lo mismo que el día de la muerte de José Luis Sampedro. Se publicará
en el Diario de Cádiz y en el Independiente.
Paso por
delante de las mesas de la terraza una noche. Carita de Plata acomodado en una
junto al amigo pintor, monitor del taller cuyos alumnos exponen.
-La
acera de los mariquitas es la otra.
Hace las
presentaciones. El otro se despide previo recordatorio de la reseña sobre la
exposición. El habla de Carita engolada de la leve y dulce embriaguez.
-Tú lo
que buscabas es un poeta para invitarlo a una hamburguesa.
Nos
metemos en el Burguer King que hay veinte metros más adelante. Lleva puestos un
sarape y una gorra. La chica de la visera se impacienta al verlo dudar en la
elección, que depende de la generosidad de mi bolsillo.
Nos
sentamos y me cuenta el festival contra el racismo organizado por la APH. Recitó durante
veinticinco minutos. Compuso una poesía titulada "la Raza superior". La
iniciaba dirigiéndose a la hija de su amigo gitanito de la Viña, de nombre Mercedita, a
la cual explica la vergüenza que siente como miembro de esta raza superior; la
que sintió cuando viajó a Gabón de turista con su mujer e hijos hace muchos, allí,
la madre negra de unos niños que le embelesaron con su alegre juego se les
acercó para preguntarles, al reconocerlos europeos, si desearían acoger sin
pago ninguno uno de sus hijos. Aquella misma extrañeza e incomodidad de ser
extranjero y hacer turismo por unas tierras con un lado misérrimo invisible la
sintió trabajando de tour líder para Nouvelles Frontières. Tres eran los
destinos a él adjudicados: Egipto, Grecia y Brasil.
Tampoco
ha dejado de recitar y pasar la gorra en el Albahicín o la Isleta. Aquí una
noche conoció a la jefa de los As. Soc. que lo emplazó a su despacho al día
siguiente. En el despacho lo interpeló sobre el funcionamiento del Centro y su
impresión del personal trabajador. Solo salvó la cabeza del barbas, un
servidor, lo cual tampoco es mucho decir en favor del Centro.
-Aunque
estés solo tres días recogido, te tiene que dar la impresión de que esos tres
días no estás en la calle tirado, lo que no se consigue con un trato castrense
ni con la sensación a la hora del desalojo de que te ordenan: ¡venga! ¡a la
puta calle!
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