lunes, 18 de marzo de 2013

Hay miradas



  Hay miradas en el seno de peticiones formales (un vaso de agua, papel para el baño...) que causan simpatía y ternura porque encierran un secreto. Parece que uno pueda ser receptivo a aquello que quiere salir pero algo se lo impide. La voz es también un influjo, como si pretendiera no elevarse demasiado no por miedo a ser oída sino por su propio discreto acotamiento, asumido desde el varapalo inflexivo que ha condicionado su juventud. En grupo habla con seguridad y enriqueciendo con anécdotas la conversación, haciendo referencias que complacen la admiración por, pongamos de ejemplo, la tecnología informática y sus genios pirados. Dice que el hermano de su exnovio le arregló el ordenador desde la distancia, entrando en él desde el suyo; el puntero del ratón mariposeaba solo por la pantalla. Al lado poco interviene quien se supone su actual pareja, por el habla de fuera, piel morena y pelo rizado bajo una sempiterna gorra, salcillo en el labio inferior, tatuaje semioculto en el brazo derecho; sus solicitudes rozan la cuidadosa deferencia de quien no desea, pese a que le incomoda, alterar las normas en su beneficio. Ella no es una belleza consumada, la silueta se pierde en sutiles irregularidades, aunque su semblante es tal que cautiva: sonrosado, terso, propicio al discurso comedido y bien hilvanado, con finura. Él es una perpetua sombra, equívoca, esforzadamente amable, que ella admite con impasibilidad contradictoria, sin intercambiar confidencias presumibles en su condición de pareja. El Tito, fiel a su costumbre, ha intentado coquetear con ella derramando taconeo y palmas flamencas y atrayendo su atención con un saludo irrenunciable. Ella lo ha eludido con una media sonrisa distanciadora. La presunta pareja ha vigilado su reacción desde un asiento apartado.
  Hay señales que van sumándose y abundan en una inconsciente simpatía que puede que desemboque en un escorzo de confidencialidad. La respuesta a algunas bromas o comentarios respetuosamente jocosos, un mohín más personal y confiado, distinto a la contención precavida de los otros. El día de la presumible marcha de la pareja, Patricia se ha demorado en el vestíbulo mientras él se entremezcla en el grupo que hace cola a la puerta, para la consiguiente entrevista con la asistenta social. Entonces le pregunto de dónde es y, como esperado después de la incubación de las señales que hemos ido amasando, fluye el diálogo. Es de Madrid, por crianza, aunque nacida en Vigo. Ha estudiado periodismo y conocía el sur de eventuales trabajos de emisaria. Aquí hay para un buen reportaje, digo. Ella asiente con un convencimiento que cala más allá de mi expresión, de mi alcance como huero pilar de este submundo. Trasladamos a la cola de la puerta, donde está la presunta pareja con alelada expresión vigilante, la conversación, que alcanza las condiciones insalubres del centro de Sevilla, por donde también ha pasado. El hacinamiento, la indecencia de los baños, los orines no lavados de los colchones, los insidiosos despropósitos (una embarazada durmiendo en una camilla durante días...), realzan la benevolencia de este nuestro, más modesto y discreto.
  Aunque me despido y abandono sin relevo el Centro y a la heterogénea y deslucida cola a la puerta, desando el camino que me había alejado en bicicleta al recordar un recado que he de trasladar a la asistenta social. Al buscar la esquina donde aguardar la llegada de su coche, me topo a Patricia, fumando tranquila, a orillas del bar que acoge a felices desayunantes. Opuestos a la entrada, ocultos por el edificio, no nos ve la cola, no nos advierte su pareja en la cola, y de iniciar la charla distendida, su candor y pómulos sonrosados me perfilan el secreto amordazado.
  Él la sigue desde Sevilla, en absoluto es su pareja, no se lo quita de encima, le propone aparentar para convencer y beneficiarse de los recursos. Ella no quiere, desconfía, ha pasado por cárcel en Portugal, desconoce el motivo. Ante su afable y sospechosa terquedad lo contó a la asistenta y esta le sugirió denunciarlo por violencia de género. Por la esquina asoma y cándidamente se aproxima, como repentinamente consciente de haberla descuidado y sospechando la conversación, cuyo contenido inquiere con mohines disconformes al unírsenos. Pero no obtiene nada, y a mí ya me ha dado tiempo a apremiarla para que no deje de acudir al instituto de la mujer en el Palillero esa misma mañana.

1 comentario:

  1. Crees en las miradas virtuales? Se puede mirar virtualmente y ver algo?

    M

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