Hay miradas en el seno de peticiones formales
(un vaso de agua, papel para el baño...) que causan simpatía y ternura porque
encierran un secreto. Parece que uno pueda ser receptivo a aquello que quiere
salir pero algo se lo impide. La voz es también un influjo, como si pretendiera
no elevarse demasiado no por miedo a ser oída sino por su propio discreto
acotamiento, asumido desde el varapalo inflexivo que ha condicionado su
juventud. En grupo habla con seguridad y enriqueciendo con anécdotas la
conversación, haciendo referencias que complacen la admiración por, pongamos de
ejemplo, la tecnología informática y sus genios pirados. Dice que el hermano de
su exnovio le arregló el ordenador desde la distancia, entrando en él desde el
suyo; el puntero del ratón mariposeaba solo por la pantalla. Al lado poco
interviene quien se supone su actual pareja, por el habla de fuera, piel morena
y pelo rizado bajo una sempiterna gorra, salcillo en el labio inferior, tatuaje
semioculto en el brazo derecho; sus solicitudes rozan la cuidadosa deferencia
de quien no desea, pese a que le incomoda, alterar las normas en su beneficio.
Ella no es una belleza consumada, la silueta se pierde en sutiles
irregularidades, aunque su semblante es tal que cautiva: sonrosado, terso,
propicio al discurso comedido y bien hilvanado, con finura. Él es una perpetua
sombra, equívoca, esforzadamente amable, que ella admite con impasibilidad
contradictoria, sin intercambiar confidencias presumibles en su condición de
pareja. El Tito, fiel a su costumbre, ha intentado coquetear con ella derramando
taconeo y palmas flamencas y atrayendo su atención con un saludo irrenunciable.
Ella lo ha eludido con una media sonrisa distanciadora. La presunta pareja ha
vigilado su reacción desde un asiento apartado.
Hay señales que van sumándose y abundan en
una inconsciente simpatía que puede que desemboque en un escorzo de
confidencialidad. La respuesta a algunas bromas o comentarios respetuosamente
jocosos, un mohín más personal y confiado, distinto a la contención precavida
de los otros. El día de la presumible marcha de la pareja, Patricia se ha
demorado en el vestíbulo mientras él se entremezcla en el grupo que hace cola a
la puerta, para la consiguiente entrevista con la asistenta social. Entonces le
pregunto de dónde es y, como esperado después de la incubación de las señales
que hemos ido amasando, fluye el diálogo. Es de Madrid, por crianza, aunque
nacida en Vigo. Ha estudiado periodismo y conocía el sur de eventuales trabajos
de emisaria. Aquí hay para un buen reportaje, digo. Ella asiente con un
convencimiento que cala más allá de mi expresión, de mi alcance como huero
pilar de este submundo. Trasladamos a la cola de la puerta, donde está la
presunta pareja con alelada expresión vigilante, la conversación, que alcanza
las condiciones insalubres del centro de Sevilla, por donde también ha pasado.
El hacinamiento, la indecencia de los baños, los orines no lavados de los
colchones, los insidiosos despropósitos (una embarazada durmiendo en una
camilla durante días...), realzan la benevolencia de este nuestro, más modesto
y discreto.
Aunque me despido y abandono sin relevo el
Centro y a la heterogénea y deslucida cola a la puerta, desando el camino que
me había alejado en bicicleta al recordar un recado que he de trasladar a la
asistenta social. Al buscar la esquina donde aguardar la llegada de su coche,
me topo a Patricia, fumando tranquila, a orillas del bar que acoge a felices desayunantes.
Opuestos a la entrada, ocultos por el edificio, no nos ve la cola, no nos
advierte su pareja en la cola, y de iniciar la charla distendida, su candor y pómulos
sonrosados me perfilan el secreto amordazado.
Él la sigue desde Sevilla, en absoluto es su
pareja, no se lo quita de encima, le propone aparentar para convencer y
beneficiarse de los recursos. Ella no quiere, desconfía, ha pasado por cárcel
en Portugal, desconoce el motivo. Ante su afable y sospechosa terquedad lo contó
a la asistenta y esta le sugirió denunciarlo por violencia de género. Por la
esquina asoma y cándidamente se aproxima, como repentinamente consciente de
haberla descuidado y sospechando la conversación, cuyo contenido inquiere con mohines
disconformes al unírsenos. Pero no obtiene nada, y a mí ya me ha dado tiempo a
apremiarla para que no deje de acudir al instituto de la mujer en el Palillero
esa misma mañana.
Crees en las miradas virtuales? Se puede mirar virtualmente y ver algo?
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