viernes, 8 de marzo de 2013

Pareja que riñe



  Marcos y Tazjar no es una pareja que riñe, es una pareja que se odia, incluso que se agrede. Los rostros emanan una ira apenas contenida por la prudencia de hallarse en un sitio público y por eso finalmente se recluyen en un cuarto de baño, consagrándose en el improvisado ring de las parejas. Son jóvenes, seguramente huidos o expulsados de sus ámbitos familiares, seguramente él se ha convertido en guía de ella por este país extranjero, exigiéndole normas machistas en desuso. No hay árbitro, es de noche, la gente duerme o en la planta baja ve la televisión, donde atiende a la película de fantasía épica, espadas imponentes y profusos atavíos de pieles animales que ellos mismos andaban atendiendo, hasta que han decidido entablar su propio duelo en un espacio donde la tensión pueda chispear. Giran uno alrededor del otro, mantienen una prudente distancia, lanzan zarpazos al aire, probatorios de la amenaza que exhiben. El móvil confiscado por él es el concreto objeto de discordia, ella quiere que se lo devuelva. El espejo encuadra la escena, el suelo de losa resbala, la taza contempla por su ojo indiscreto, sobre la placa ducha sin cortinas la manguera dibuja un tirante serpenteo.
  Golpean a la puerta, se sobrecogen, habían intentado ser discretos. No es este un territorio propicio, acechan guardianes del orden. No abren. Aguardan.
  -Abrir la puerta, por favor.
  Ante ellos el vigilante, yo, que toca la campana de fin del asalto. Salen amagando una confrontación inconclusa, unos postreros zarpazos al aire, él se descansa en la escalera a oscuras, ella extiende la mano para exigirle el móvil. Faltan lugares donde evadirse y confinar su riña de pareja, donde derramar la ofuscación de la ira sin testigos, sin árbitros, y entonces sí se prodiguen arañazos más explícitos, incluso marcas. Es imposible esconderse de mí porque puedo aplicarles la normativa del código de los cabreos en público y por eso él decide entregarle el móvil con hostilidad y desgana, no así el cargador, lo que los deja en un empate técnico, antes de retirarse a sus distintos aposentos, como está mandado aquí, llevando consigo el desaliño de la disputa.
  Juan Sala ha sido despertado dado que le perturbó el jaleo en el cuarto de baño contiguo a su dormitorio y emerge del mismo con su sempiterna pelliza de piel de algún plástico imitativo de mamífero natural. Después que en la sala de la televisión admire soñolientamente las bárbaras espadadas de superhéroes de cavernas y otros espacios montañosos, me brinda su propia versión de un apunte de altercado inscrito en nuestro cuaderno de incidencias, desdiciendo la palabra altercado, por exagerada. El tal Morales le empujó a él y a Omar para abrirse paso hacia la ventanilla del comedor a la hora del desayuno, solo dijo: qué pasa colega, el otro haciéndose el sueco y rezongando. Ya le había molestado estando en el baño, irrumpiendo para decir: acaba ya que quiero mear, con una traspiración y hosco malhumor etílico. Además había sido sorprendido en otra ocasión orinando en el cubo de la fregona, cómo se podía consentir, aunque fuera verdad que no estuviera muy bien de la olla. No dijo nada más al desayuno, qué pasa colega, ni mucho menos altercado, en otras circunstancias hubiera rememorado su pasado menos paciente y le hubiera invitado, no aquí, en la calle: qué pasa colega, tú de qué vas.
  Por la mañana la displicencia de pareja no se arregla cuando ella se acomoda en el asiento de la misma mesa del desayuno, han logrado dormir, no ha sido una noche de reiteración enfadosa contra la almohada, al menos hasta el momento del vencimiento por cansancio físico. Ella, aun con poca batería, ha debido satisfacer sus mensajeos de móvil quién sabe con quién que le fastidia a él hasta el punto de abandonarla en la mesa rechazando aquella aproximación pacífica y reconciliadora. Sale disparado a la calle, y ella, tras una duda instantánea donde sopesó el rencor y el afecto, rasgó por medio y salió detrás, dejándose el colacao humeante. Dentro de la media hora siguiente regresan por separado con independencia de ofuscaciones, retirando sus maletas para acaso no volver más a la jaula de sus remilgos odiosos, concibiendo que aquella pueda ser propiciatoria. El asomo al exterior de sus enfados lo hacen con una corrección impostada, como si hubieran olvidado desenvolverse fuera del interior de sus tiranteces y pugilatos, lo cual debe unirlos más de lo que aparece, a tenor de que a la tarde regresan mimosos y acalamerados como si no hubieran estado a punto de matarse.

2 comentarios:

  1. Eres increíble... has hecho de un punto en la vida de dos personas un punto y aparte en la historia de las historias bien contadas que además merecen ser leídas.. sin duda tengo suerte.

    Mia

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    1. Creo qu estaban en la fase de pretender demostrar que podían prescindir del otro como no accedieran a sus demandas... Al final debieron encontrar un atajo para la reconciliación...

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