Marcos y Tazjar no es una pareja que riñe, es
una pareja que se odia, incluso que se agrede. Los rostros emanan una ira
apenas contenida por la prudencia de hallarse en un sitio público y por eso
finalmente se recluyen en un cuarto de baño, consagrándose en el improvisado
ring de las parejas. Son jóvenes, seguramente huidos o expulsados de sus
ámbitos familiares, seguramente él se ha convertido en guía de ella por este
país extranjero, exigiéndole normas machistas en desuso. No hay árbitro, es de
noche, la gente duerme o en la planta baja ve la televisión, donde atiende a la
película de fantasía épica, espadas imponentes y profusos atavíos de pieles
animales que ellos mismos andaban atendiendo, hasta que han decidido entablar
su propio duelo en un espacio donde la tensión pueda chispear. Giran uno
alrededor del otro, mantienen una prudente distancia, lanzan zarpazos al aire,
probatorios de la amenaza que exhiben. El móvil confiscado por él es el
concreto objeto de discordia, ella quiere que se lo devuelva. El espejo
encuadra la escena, el suelo de losa resbala, la taza contempla por su ojo
indiscreto, sobre la placa ducha sin cortinas la manguera dibuja un tirante serpenteo.
Golpean a la puerta, se sobrecogen, habían
intentado ser discretos. No es este un territorio propicio, acechan guardianes
del orden. No abren. Aguardan.
-Abrir la puerta, por favor.
Ante ellos el vigilante, yo, que toca la
campana de fin del asalto. Salen amagando una confrontación inconclusa, unos postreros
zarpazos al aire, él se descansa en la escalera a oscuras, ella extiende la
mano para exigirle el móvil. Faltan lugares donde evadirse y confinar su riña
de pareja, donde derramar la ofuscación de la ira sin testigos, sin árbitros, y
entonces sí se prodiguen arañazos más explícitos, incluso marcas. Es imposible
esconderse de mí porque puedo aplicarles la normativa del código de los cabreos
en público y por eso él decide entregarle el móvil con hostilidad y desgana, no
así el cargador, lo que los deja en un empate técnico, antes de retirarse a sus
distintos aposentos, como está mandado aquí, llevando consigo el desaliño de la
disputa.
Juan Sala ha sido despertado dado que le
perturbó el jaleo en el cuarto de baño contiguo a su dormitorio y emerge del
mismo con su sempiterna pelliza de piel de algún plástico imitativo de mamífero
natural. Después que en la sala de la televisión admire soñolientamente las
bárbaras espadadas de superhéroes de cavernas y otros espacios montañosos, me
brinda su propia versión de un apunte de altercado inscrito en nuestro cuaderno
de incidencias, desdiciendo la palabra altercado, por exagerada. El tal Morales
le empujó a él y a Omar para abrirse paso hacia la ventanilla del comedor a la
hora del desayuno, solo dijo: qué pasa colega, el otro haciéndose el sueco y
rezongando. Ya le había molestado estando en el baño, irrumpiendo para decir:
acaba ya que quiero mear, con una traspiración y hosco malhumor etílico. Además
había sido sorprendido en otra ocasión orinando en el cubo de la fregona, cómo
se podía consentir, aunque fuera verdad que no estuviera muy bien de la olla.
No dijo nada más al desayuno, qué pasa colega, ni mucho menos altercado, en
otras circunstancias hubiera rememorado su pasado menos paciente y le hubiera
invitado, no aquí, en la calle: qué pasa colega, tú de qué vas.
Por la mañana la displicencia de pareja no se
arregla cuando ella se acomoda en el asiento de la misma mesa del desayuno, han
logrado dormir, no ha sido una noche de reiteración enfadosa contra la
almohada, al menos hasta el momento del vencimiento por cansancio físico. Ella,
aun con poca batería, ha debido satisfacer sus mensajeos de móvil quién sabe
con quién que le fastidia a él hasta el punto de abandonarla en la mesa
rechazando aquella aproximación pacífica y reconciliadora. Sale disparado a la
calle, y ella, tras una duda instantánea donde sopesó el rencor y el afecto,
rasgó por medio y salió detrás, dejándose el colacao humeante. Dentro de la
media hora siguiente regresan por separado con independencia de ofuscaciones,
retirando sus maletas para acaso no volver más a la jaula de sus remilgos
odiosos, concibiendo que aquella pueda ser propiciatoria. El asomo al exterior
de sus enfados lo hacen con una corrección impostada, como si hubieran olvidado
desenvolverse fuera del interior de sus tiranteces y pugilatos, lo cual debe
unirlos más de lo que aparece, a tenor de que a la tarde regresan mimosos y
acalamerados como si no hubieran estado a punto de matarse.
Eres increíble... has hecho de un punto en la vida de dos personas un punto y aparte en la historia de las historias bien contadas que además merecen ser leídas.. sin duda tengo suerte.
ResponderEliminarMia
Creo qu estaban en la fase de pretender demostrar que podían prescindir del otro como no accedieran a sus demandas... Al final debieron encontrar un atajo para la reconciliación...
Eliminar