jueves, 19 de septiembre de 2013

La pareja acude a verme



  La pareja Juan Cala-Verónica acude a verme, saludan a algunos usuarios conocidos, espera que se marchen para abordarme en el interior. La génesis de las sonrisas es a menudo inexplicable, surgen ante la espontaneidad de un gesto amistoso, una visita, la simpatía arraigada en tiempos de compartir momentos de incertidumbre y congoja. Espontánea y desinteresada, por supuesto. Por supuesto si les puedo prestar diez euros.
  La ropería es golosa como las tiendas de marca para quien tiene dinero, solo que aquí no hay marcas, sino ropa usada, precaria, deficiente, habría que inventar incluso de la que siempre falta: interior, pantalones de talla mediana, zapatos de hombre del número cuarenta o cuarenta y dos... Yo prosigo finiquitando el orden y limpieza somera antes de chapar.
  No me disgusta la petición de dinero a cambio de unas sonrisas sinceras y certificar el entusiasmo y el buen rodar de la pareja. Pero el canje no ha de ser automático y consentido sin más, al menos hay que desayunarse algo y recabar las novedades que les atañen. Las Brisas, en la zona del Mercado de Abastos, donde estuvimos la última vez, pilla lejos; si cabe no hacer tan extenso el recorrido... Nos metemos en el Galicia.
  Ruedan los medios cafés y las tostadas y las novedades que les incumben y a mí siempre, por afecto y simpatía, interesan, más si a la postre he de convencerme de la debilidad ocasional de mi cartera.
  Lo más importante es que el nido de amor que me mostraron la última vez lo van a abandonar. Los motivos, principalmente dos. Uno: que se han comprado por mil quinientos euros una Nissan Trade y la van a acondicionar (a campinear) para dormir en ella; revestirán las paredes de tablones de madera y encajaran un colchón mudable. Dos: que el ambiente últimamente empieza a ser muy jaleoso y desconsiderado respecto a los demás inquilinos. Ya no hay limpiadora y no hay organización para ocuparse de los puntos comunes: cuarto de baño y cocina. Principalmente ha degenerado a partir de entrar un antiguo y generoso indigente, tan generoso que permite pernoctar allí a quien se le antoja y por quien experimenta una peregrina flaqueza, lo cual comporta la desconsideración hacia el resto en cuanto a ruidos nocturnos, campar en paños menores y la susodicha limpieza y orden.
  En una ocasión Juan Cala se topó a un andariego de pasillo despelotado y a este sí le llamó la atención. "Vale, ya. Que hay mujeres y pueden aborrecer el espectáculo". Su gesticulación es de enorme proteccionismo hacia ella y de complicidad varonil hacia mí. Ellos se han desenvuelto hasta ahora como cuando estuvieron en el Centro, sin tratar ni molestar a nadie, el que les alteren y le hagan intervenir da muestras de su malestar.
  Me actualizan el estancamiento de la paga de ella, a falta del padrón histórico. La administración le ha cuestionado el tiempo que estuvo en Gerena (Sevilla), hospedada con una familia, a cuyos hijos instruía; la coexistencia con inquilinos en un mismo hogar que percibían paga y que figuraban como familiares. No; no eran familiares, asegura ella. El cruce de correos para aclararlo lo ha asumido nuestra T.S.
  En el móvil me muestran una foto de la Nissan Trade que compraron y en la que se van a encajar a dormir en cuanto la "campineen". A partir de la semana que viene se ahorrarán la mensualidad del alquiler, tres meses han permanecido en total. Les servirá además, por supuesto, para pequeños desplazamientos. El piensa ofrecerse a algunas chapuzas de albañilería; si hace falta, cargará con herramientas.
  Finiquitado con delectación el desayuno, a parte de pagarlo, asoma de mi cartera el billete primeramente anhelado. A causa de la compra de la Nissan han quemado la paga de este mes, y, además, no son de asomar por María Arteaga, menos en domingo que solo reparten bocadillos. Aunque me aseguran la inmediatez de la reposición, les dejo un tiempo indefinido, que es casi como consentir en considerarlo un donativo sin más, pues es lo mejor para no subrogar el refrán y así no perder ni el dinero ni el amigo.
  Nos despedimos asegurándome que me enseñarán la Nissan cuando esté “campineada”. Yo me conformo con que mi bici no esté pinchada.

  El rumano Dorphun Angel, al día siguiente, que concluye la estancia y abandona Cádiz, me regala la bicicleta de tamaño mediano que me había ofrecido otrora por diez euros, para no cargar con ella. No entiendo que no encuentre a nadie mejor para deshacerse de ella. Me compensa de los diez euros empeñados en la pareja. ¿Me compensa? La dejo intacta en el rincón de la última planta, la que da a la azotea, aparcadero improvisado de los eventuales ciclistas trotamundos. Al cabo de los días soy yo quien la regala a su vez, a J. Juan que vende variantes de cupones detrás del Mercado de Abastos entre semana y se pone en el baratillo los domingos.

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