La pareja Juan Cala-Verónica
acude a verme, saludan a algunos usuarios conocidos, espera que se marchen para
abordarme en el interior. La génesis de las sonrisas es a menudo inexplicable,
surgen ante la espontaneidad de un gesto amistoso, una visita, la simpatía
arraigada en tiempos de compartir momentos de incertidumbre y congoja. Espontánea
y desinteresada, por supuesto. Por supuesto si les puedo prestar diez euros.
La ropería es golosa
como las tiendas de marca para quien tiene dinero, solo que aquí no hay marcas,
sino ropa usada, precaria, deficiente, habría que inventar incluso de la que
siempre falta: interior, pantalones de talla mediana, zapatos de hombre del número
cuarenta o cuarenta y dos... Yo prosigo finiquitando el orden y limpieza somera
antes de chapar.
No me disgusta la petición
de dinero a cambio de unas sonrisas sinceras y certificar el entusiasmo y el
buen rodar de la pareja. Pero el canje no ha de ser automático y consentido sin
más, al menos hay que desayunarse algo y recabar las novedades que les atañen.
Las Brisas, en la zona del Mercado de Abastos, donde estuvimos la última vez,
pilla lejos; si cabe no hacer tan extenso el recorrido... Nos metemos en el
Galicia.
Ruedan los medios cafés
y las tostadas y las novedades que les incumben y a mí siempre, por afecto y
simpatía, interesan, más si a la postre he de convencerme de la debilidad
ocasional de mi cartera.
Lo más importante es que
el nido de amor que me mostraron la última vez lo van a abandonar. Los motivos,
principalmente dos. Uno: que se han comprado por mil quinientos euros una
Nissan Trade y la van a acondicionar (a campinear) para dormir en ella; revestirán
las paredes de tablones de madera y encajaran un colchón mudable. Dos: que el
ambiente últimamente empieza a ser muy jaleoso y desconsiderado respecto a los
demás inquilinos. Ya no hay limpiadora y no hay organización para ocuparse de
los puntos comunes: cuarto de baño y cocina. Principalmente ha degenerado a
partir de entrar un antiguo y generoso indigente, tan generoso que permite
pernoctar allí a quien se le antoja y por quien experimenta una peregrina
flaqueza, lo cual comporta la desconsideración hacia el resto en cuanto a
ruidos nocturnos, campar en paños menores y la susodicha limpieza y orden.
En una ocasión Juan Cala
se topó a un andariego de pasillo despelotado y a este sí le llamó la atención.
"Vale, ya. Que hay mujeres y pueden aborrecer el espectáculo". Su
gesticulación es de enorme proteccionismo hacia ella y de complicidad varonil
hacia mí. Ellos se han desenvuelto hasta ahora como cuando estuvieron en el Centro,
sin tratar ni molestar a nadie, el que les alteren y le hagan intervenir da
muestras de su malestar.
Me actualizan el
estancamiento de la paga de ella, a falta del padrón histórico. La administración
le ha cuestionado el tiempo que estuvo en Gerena (Sevilla), hospedada con una
familia, a cuyos hijos instruía; la coexistencia con inquilinos en un mismo
hogar que percibían paga y que figuraban como familiares. No; no eran
familiares, asegura ella. El cruce de correos para aclararlo lo ha asumido nuestra
T.S.
En el móvil me muestran
una foto de la Nissan
Trade que compraron y en la que se van a encajar a dormir en
cuanto la "campineen". A partir de la semana que viene se ahorrarán
la mensualidad del alquiler, tres meses han permanecido en total. Les servirá
además, por supuesto, para pequeños desplazamientos. El piensa ofrecerse a
algunas chapuzas de albañilería; si hace falta, cargará con herramientas.
Finiquitado con
delectación el desayuno, a parte de pagarlo, asoma de mi cartera el billete primeramente
anhelado. A causa de la compra de la
Nissan han quemado la paga de este mes, y, además, no son de
asomar por María Arteaga, menos en domingo que solo reparten bocadillos. Aunque
me aseguran la inmediatez de la reposición, les dejo un tiempo indefinido, que
es casi como consentir en considerarlo un donativo sin más, pues es lo mejor
para no subrogar el refrán y así no perder ni el dinero ni el amigo.
Nos despedimos asegurándome
que me enseñarán la Nissan
cuando esté “campineada”. Yo me conformo con que mi bici no esté pinchada.
El rumano Dorphun Angel,
al día siguiente, que concluye la estancia y abandona Cádiz, me regala la
bicicleta de tamaño mediano que me había ofrecido otrora por diez euros, para
no cargar con ella. No entiendo que no encuentre a nadie mejor para deshacerse
de ella. Me compensa de los diez euros empeñados en la pareja. ¿Me compensa? La
dejo intacta en el rincón de la última planta, la que da a la azotea,
aparcadero improvisado de los eventuales ciclistas trotamundos. Al cabo de los
días soy yo quien la regala a su vez, a J. Juan que vende variantes de cupones
detrás del Mercado de Abastos entre semana y se pone en el baratillo los
domingos.
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