jueves, 26 de septiembre de 2013

Tendido en medio de la plaza



  Tendido en medio de la plaza, boca arriba, los brazos y piernas en aspa, sorbe profunda y aturdidamente el frescor de los algarrobos animados por la leve brisa que corretea como huyendo de un molino gigante.
  Ha notado la apertura del Centro y ya está, tambaleante, remontando los montículos de solería provocados por las raíces. Lleva meses en el programa de Luz y Agua, últimamente protestaba displicentemente de los mosquitos nocturnos, y la asistenta de allí pidió explicaciones aquí. Las explicaciones al insecticida, que no fulmina. Hasta de madrugada se ensañó con ellos a vozarrones que hube de acallar. Sin duda la mala sombra debía enriquecer la sangre y convocarlos en detrimento del resto de durmientes. El otro vigilante, que lo ve en tal estado en este su turno, le indica que se de una vuelta para despejarse y recuperar algo de sobriedad, a lo cual obedece a regañadientes, pues por supuesto niega tal estado.
  En el vestíbulo se encuentra Jesús Moreno dirigiendo su vista deficiente al infinito borroso de los muebles, el bastón apoyado en la baranda de la escalera, la escualidez de enfermo terminal abrigada en sí misma, la voz reflexionando en alto sobre el calor y las cosas del verano. Enfrente Paqui, hoy descansada del voluntariado en la Asociación Equis de Mujeres y en la Cruz Roja, la nariz picuda, resoplando y aireando la pechera con movimientos ondulantes de la camiseta, las hijas en sus cuarteles generales.
  No ha pasado ni media hora cuando Francisco Cantero regresa del oreo propio inefectivo con lo cual el vigilante vuelve a reprenderle por su estado de ebriedad malformada. La negativa es insistente, como si no supiera distinguirla o es que está últimamente demasiado implícita en el carácter de él.
  -En ese estado no puedes permanecer en el Centro. Vas a tener que coger tus cosas y marcharte.
  La paciencia del vigilante se ha agotado, sin que deponga la corrección y las maneras. El otro se queda perplejo, el aval de estar suscrito al programa de Caritas presupone una inmunidad que no puede soslayarse así sin más. Sin más, claro, porque no se adivina en su colocón que debe incluir algún género de estimulante más allá de la bebida o alguna mezcla de pastillaje reactivo. Hay en sus soledades y protestas prepotentes de los últimos días una rabia acumulada que, desgraciadamente, explota ahora.
  El vigilante está sentado y parapetado en el mueble de recepción, lo cual le propicia una indefensión añadida ante la subsiguiente reacción inesperada. Francisco Cantero sortea el mueble, penetrando por la bocana que hace una ese y también accede al aseo y a la consigna de las maletas y comienza a propinarle puñetazos y a insultarlo furiosamente. El vigilante se protege como puede, del forcejeo rompe la camisa, el asiento a ruedas acaba resbalando por el desequilibrio del peso desplazado y cayendo. En el suelo le llueven patadas.
 Paqui, alarmada, histérica, ha salido fuera y, en la plazoleta, ha telefoneado a la Policía Nacional. Jesús Morena escucha las trompadas sin poder intervenir por su flaqueza de enfermo. Del primer piso baja Mustapha y un Manuel de Chiclana que intervienen para arrancar al atacante de su obcecación violenta. Con palabras de calma y diplomacia e interponiendo sus cuerpos logran conducirlo fuera, el otro descompuesto, los ojos fieros, la voz rotunda:
 -Hijo de puta. Te voy a matar por echarme a la calle. Peazo maricón. De esta no te salvas. Yo no vengo bebido ni pollas.
  Manuel de Chiclana tiene la picardía, al conocer por un intercambio fugaz con Paqui de dos palabras, que ella, descompuesta la mirada, ha avisado a la policía, de advertirle que se quite de en medio porque aquella está asomando por la esquina. Francisco Contera no ve más allá de su fiera obnubilación y hace caso sin mucha prisa.
  El vigilante se recupera condolido. Los nervios y la humillación le han afectado más que los golpes, cuyos efectos, no obstante, comprueba frente al espejo: una leve tumefacción a la izquierda de un ojo, un moratón, más doloroso, en el muslo.
  A la media hora suena el móvil de Paqui, preguntando la policía si sigue siendo necesario intervenir. Ella entrega directamente, sin contestar, el teléfono al vigilante. Este queda enterado de que acudirán si aquél reaparece y también lo harán si desea denunciar la agresión. Lance del trabajo, quizás piense; o desdén burocrático. Prefiere apechar, sin más.
  Por el resto de la tarde mantiene cerrado el Centro por precaución. Los usuarios brindándole comprensión y apoyo.

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