-Eso es
lo que yo necesito. Disciplina. Nunca la he tenido.
Dijo
haberme visto en la ducha de la playa Santa María, de volver de un baño, pero
que no me saludó, no recordaba mi nombre. Iba por el paseo, acompañado de una
chica.
Es
joven, apuesto, sin duda fácil de atraer a niñas bien a las que liga, como la
hija de la alcaldesa de M*. Moreno, cara alargada, habla rápida, a veces
entrecortada, pero firme. Las formas de rapazuelo madurado. Había sido novio de
aquella chica, atraída por ese halo de indisciplinado no sujeto a reglas que
soslaya más o menos abiertamente. Era una forma de rebeldía frente a la madre
alcaldesa.
De todas
formas él se ocupó: vendía Mercedes extranjeros, a lo mejor tres en un mes,
luego ninguno en el siguiente, llevándose un diez por ciento de comisión. Por
lo demás, ahora depende de los envíos inconstantes de un tío suyo; los padres
hace ya siglos lo dieron por intratable.
Las
tareas menores de pillastre buscavidas que ahora le compete son: 1.- Compra de
un kilo de mojama, y reventa troceada por calles, bares, conocidos... 2.- Rifa
clandestina de una paleta de jamón y queso manchego... Tacha un número sobre la
cartulina y escribe debajo mi nombre y el Centro, a cambio de un euro.
Las
habilidades de don Juan me recuerdan a aquel Jesús que camelaba con batallitas
muy bien elaboradas y adornadas. Las pobres, a la sazón, mal prevenidas por los
padres, reconocían al implacable buscavidas que solo quiso disfrutar y no
apechar ninguna responsabilidad cuando las dejó preñadas.
Víctor Águila
reconoce que necesita disciplina porque nunca se ha sometido a alguna y se ha
apuntado para ingresar en un centro que se la inculque. Podría volver a
compartir piso y a desmañarse a cambio de disfrutar su juventud desgobernada y
sin brújula. A él le acompaña el atractivo y encanto, a pesar de que Chary y
Paqui, mayores, se quejen de que ande en calzones y descalzo y cosas parecidas
que muestran su desdén por las normas de convivencia.
Para
vengarse él les dice a la puerta de entrada que ahí no se fuma porque la brisa
empuja el humo al interior; entonces Paqui se descompone y su nariz ganchuda
retiembla y sus ojos bizquean indignada. Las protestas de Chary se ven
reforzadas por la mueca torcida y callada de su novio actual, de calva ahuevada,
que no sabe si interponer una resolución viril al tema.
El
rostro de Yonatan refleja más picaresca desabrida e informal, no acompañándole
ningún atractivo. Es redondo, diabólico y remarcado por dos salcillos
inquietantes. La boca hace muecas asqueadas cuando no profiere desatinos
malsonantes:
-Ahora
toca irse a la puta calle.
El
ejemplo de Víctor Águila ha debido influirle con los días e imbuirle alguna
diplomacia para que alargue también la estancia con la excusa de su afán
reformatorio. Entre tanto acude a la lonja del muelle pesquero con un serón
para llenarlo de pescado sobrante que le apartan y luego vende de bar en bar.
La innata insumisión queda confinada a raptos controlados en la sala de
televisión que son serenamente sofocados como un anticipo del ejemplo que en el
futuro y en centros más especializados hayan de recibir, siempre que su
juventud callejera resuelva definitivamente reprimir sus ansias de libertad
sufragada con aquellos inseguros conatos de honestidad para no descarrilarla
con asaltos, estafas o robos indebidos.
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