Ha
detectado algo anormal en el muelle y coge perspectiva para verificarlo. Dos
buques pegados. Uno de los dos sobra, y es difícil explicar por qué, Listán no
lo hace.
Controla
los atraques pidiendo en la garita de información turística la relación de
buques que arriban en el mes. Le interesa porque lo notará en las arcas, es
decir, en el sucio trapo que apoya en el suelo con unas monedas.
En el
escalón de una antigua Agencia de Viajes cerrada está extendido su pordiosero
camastro en Canalejas. Retoma la conversación mientras los colgantes del cuello
le temblequean: un pendrive, dos huesos, varias monedas con orificios
centrales. En la cartera de cuero marrón colgada del hombro la sempiterna
cartilla del banco Sabadell, más manoseada que inscrita de dígitos que no asoman,
el salario social ése.
Bajo la
gorra los ojos se abisman recordando, perforan los edificios, se inyectan de
ira retrospectiva. La hilera baja de dientes sucumbe a la negritud del consumo
de antaño, un consumo conveniente para ganar traficando, trayendo desde sudamérica,
lo que le supuso dos años de cárcel en Lima. Por alguna razón abstrusa su
apelación a la embajada española surtió efecto, y así dió pie a ser trinchado
con 30 kilos de hachís en una mochila ya por estos lares, y, desde ese momento,
a trabajar de confidente. Ya se entiende, se hace la vista gorda y de todo
cuanto observe informa a cambio.
-Diez
toneladas iban en aquel buque. Y si no es por mí...
No; los
perros no las hubieran detectado. Fue necesario el soplo para buscar bien y
saber dónde hacerlo. Desde entonces su observatorio sigue siendo esta zona de
mucho tránsito y tan acostumbrada a su mole de oso marino sucio y desmañado que
ya ni se le mira por el rabilo del ojo.
Dijo una
vez que el pendrive que le cuelga es información confidencial, acopio de los años,
secretismo que desmantelaría la integridad de jueces, policías y otras
personalidades. Es su salvoconducto para ser temido, para ser obviado.
-¡Cuando
quieras información, me la pides!
Grita al
despedirme. Me desconcierta, porque yo no viene a espiar a nadie.
Habita
en él la bestia. La mole pesarosa torna furibunda pesadilla que podría arrancar
de cuajo un árbol. El coche de la
Cruz Roja hace dos noches casi lo vuelca, lo retiró el
conductor con presteza al ver que lo balanceaba, lo golpeaba y pataleaba. Lo
siguiente hubiera sido estallar la ventanilla de un puñetazo y sacarlo por ella
del cuello. El compañero en tierra casi encaja la trayectoria del brazo que esgrimió
como un arco que se tensa.
No
degeneró porque faltaran a darle el zumo que debía acompañar al caldo caliente
y al sándwich de pollo. Es que ese tal, de nombre inrecordable, conspira, y él
ha descubierto sus mañas. El reparto de los lunes y miércoles le complace,
porque lo hacen otros, el de los viernes, de un tiempo a esta parte, lo hace el
susodicho con desprecio y pinchándole.
Listán
es un subproducto de conspiraciones y mafias. Ya no puede interpretar nada sino
a través del tamiz de la venda corrupta que le obnubila y le ha quedado
indeleblemente adherida. Es imposible sanear una mente que no se trata, que no
se cuida, que ha enraizado hasta permanecer vigilante filtrando malos y buenos
según un criterio de desajustes o simplemente descuidos.
Los
domingos se coloca en la puerta lateral de la iglesia San Agustín. En tres
misas seguidas saca de diez a veinte euros. Eso, si no hay atraque de buques
turísticos.
Estaba
entusiasmado al detectar la anormalidad de aquellos dos buques tan próximos en
el muelle de enfrente. Para el que desatiende esta presencia habitual,
atractiva, de suntuosos buques que nunca coge, le parece que la rareza vuelve a
estar en su mente descabritada.
Al día
siguiente la prensa informa someramente de que en el muelle Alfonso XIII hubo
de atracar el crucero FTI Berlín por sufrir una avería. Eso hizo que ocupara
plaza muy próximo a otro que ya estaba.
Pues sí;
sí que la anormalidad observada por Listán era cierta. Quizás a su mente le
reste todavía algún crédito entre tantas conspiraciones.
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