miércoles, 16 de octubre de 2013

Ha salido escopetada



  Ha salido escopetada de Sevilla, contrahecha, arrugada, voz temblorosa; su nombre: Lerena. A Saray, el travesti, de leotardos amarillos, microfalda plisada, blusa ajustada rosa, sujetador de encaje señalándose, coletas de pipicalzaslargas, le ha narrado el pésimo ambiente familiar del que ha huido, y otras revelaciones sobre sus hijos, sobrinos, parejas, etc. Saray, cordobesa, ha encontrado por fin una compañera de habitación que la acepte, pues las otras protestaron, debiendo reivindicar su feminidad aduciendo que en otros centros siempre se le ha integrado en habitaciones de mujeres. La piel es morena y áspera, el acento acusado, los visajes ampulosos sin llegar a vehementes; reservándose siempre una cierta timidez bajo el rudo donaire.
  Tras dos días de ausencia de aquel ambiente, Lerena siente que se muere, le entran temblores, angustia, ha de recostarse en los asientos del vestíbulo y requerir una ambulancia, que es avisada por teléfono. Al otro lado advierten de una presumible demora debido a la ocupación en esos momentos de los efectivos sanitarios.
  En el Centro se crea cierta expectación, aunque nadie agobia. Hay quien hace especulaciones al hilo de la parca información, Lerena no sabe explicarse bien, ignora qué le ocurre, nunca había sentido nada igual. El Centro parece a menudo una antesala o una postsala de hospital, recién se ha incorporado a la nómina de padecientes (Zuazo con la enfermedad de Crohn, Jesús Moreno con Sida, etc.) Benia Bouadallah, de origen argelino, del que siempre recordaré su participación como extra en la película El doctor Zhivago. Incluso se asemeja al protagonista, es un Omar Sharif avejentado, sin dientes, la mirada amplia y penetrante. "¡He perdido 30 kg.! ¡Por cáncer de pulmón!" Y, en efecto, es evidente su deterioro, y las nuevas dificultades para desenvolverse, precisando ayuda de bastón y de algún improvisado colaborador para levantarse del asiento, abrocharse el cinturón, conducirlo a la taza del váter, etc.
  Saray había recogido entre las confidencias de Lerena su adicción a la heroína, droga entorno al cual giraba la vida de aquel ambiente sevillano del que ha salido escopetada para venir a refugiarse aquí. Y ahora, durante esta situación de desgarramiento interior que siente que se muere, se le ocurre mencionarlo, dando Zuazo, que andaba atento, con la clave: "¡Eso es el mono!"
  La enfermedad de Zuazo hace que lleve una faja rodeándole la cintura, con una abertura lateral donde inserta las bolsas, tres al día (94 euros sin receta médica la caja, 4 euros con ella), que recoge las heces. "¡Esto es para toda la vida!" -dijo con fastidio asumido y voz poderosa. Andará por los 35 años, lo que agudiza el pesar de dicha tara, que, sin embargo, no le impide llevar una vida normal.
  Zuazo propone la solución para Lerena, que no duda en imponer, más cuanto la ambulancia tarda en aparecer. De su dosis particular de metadona (40 mg + 40 mg), entrega una pastilla, para que la ingiera. Lerena jamás había oído hablar de este sucedáneo.
  A la media hora aparece el técnico de la ambulancia con el vehículo aparcado en la plaza estorbando el paso. Aviso a Lerena, que ya se había acostado más recuperada, y la acompaña Saray. Entre las dos explican la mejoría que ha experimentado, y el origen claro del mal. El técnico da su conformidad, esbozando una docta explicación sobre la función de la metadona, y, en su caso, la conveniencia de que se ponga en manos de un facultativo para que se la recete y lleve el control de su dependencia. Le toma los datos, y se despide.
  A los diez minutos he de acallar a Saray y Lerena que andan en el cuarto de baño metidas comentando a viva voz las incidencias acaecidas y la gracia de su recuperación.

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