Ha
salido escopetada de Sevilla, contrahecha, arrugada, voz temblorosa; su nombre:
Lerena. A Saray, el travesti, de leotardos amarillos, microfalda plisada, blusa
ajustada rosa, sujetador de encaje señalándose, coletas de pipicalzaslargas, le
ha narrado el pésimo ambiente familiar del que ha huido, y otras revelaciones
sobre sus hijos, sobrinos, parejas, etc. Saray, cordobesa, ha encontrado por
fin una compañera de habitación que la acepte, pues las otras protestaron,
debiendo reivindicar su feminidad aduciendo que en otros centros siempre se le
ha integrado en habitaciones de mujeres. La piel es morena y áspera, el acento
acusado, los visajes ampulosos sin llegar a vehementes; reservándose siempre una
cierta timidez bajo el rudo donaire.
Tras dos
días de ausencia de aquel ambiente, Lerena siente que se muere, le entran
temblores, angustia, ha de recostarse en los asientos del vestíbulo y requerir
una ambulancia, que es avisada por teléfono. Al otro lado advierten de una
presumible demora debido a la ocupación en esos momentos de los efectivos
sanitarios.
En el
Centro se crea cierta expectación, aunque nadie agobia. Hay quien hace
especulaciones al hilo de la parca información, Lerena no sabe explicarse bien,
ignora qué le ocurre, nunca había sentido nada igual. El Centro parece a menudo
una antesala o una postsala de hospital, recién se ha incorporado a la nómina
de padecientes (Zuazo con la enfermedad de Crohn, Jesús Moreno con Sida, etc.)
Benia Bouadallah, de origen argelino, del que siempre recordaré su participación
como extra en la película El doctor Zhivago. Incluso se asemeja al
protagonista, es un Omar Sharif avejentado, sin dientes, la mirada amplia y
penetrante. "¡He perdido 30
kg.! ¡Por cáncer de pulmón!" Y, en efecto, es
evidente su deterioro, y las nuevas dificultades para desenvolverse, precisando
ayuda de bastón y de algún improvisado colaborador para levantarse del asiento,
abrocharse el cinturón, conducirlo a la taza del váter, etc.
Saray
había recogido entre las confidencias de Lerena su adicción a la heroína, droga
entorno al cual giraba la vida de aquel ambiente sevillano del que ha salido
escopetada para venir a refugiarse aquí. Y ahora, durante esta situación de
desgarramiento interior que siente que se muere, se le ocurre mencionarlo,
dando Zuazo, que andaba atento, con la clave: "¡Eso es el mono!"
La
enfermedad de Zuazo hace que lleve una faja rodeándole la cintura, con una
abertura lateral donde inserta las bolsas, tres al día (94 euros sin receta médica
la caja, 4 euros con ella), que recoge las heces. "¡Esto es para toda la
vida!" -dijo con fastidio asumido y voz poderosa. Andará por los 35 años,
lo que agudiza el pesar de dicha tara, que, sin embargo, no le impide llevar
una vida normal.
Zuazo
propone la solución para Lerena, que no duda en imponer, más cuanto la
ambulancia tarda en aparecer. De su dosis particular de metadona (40 mg + 40
mg), entrega una pastilla, para que la ingiera. Lerena jamás había oído hablar
de este sucedáneo.
A la
media hora aparece el técnico de la ambulancia con el vehículo aparcado en la
plaza estorbando el paso. Aviso a Lerena, que ya se había acostado más
recuperada, y la acompaña Saray. Entre las dos explican la mejoría que ha
experimentado, y el origen claro del mal. El técnico da su conformidad,
esbozando una docta explicación sobre la función de la metadona, y, en su caso,
la conveniencia de que se ponga en manos de un facultativo para que se la
recete y lleve el control de su dependencia. Le toma los datos, y se despide.
A los
diez minutos he de acallar a Saray y Lerena que andan en el cuarto de baño
metidas comentando a viva voz las incidencias acaecidas y la gracia de su
recuperación.
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