jueves, 29 de noviembre de 2012

Vivía en el Limonar.



  Vivía en el Limonar, era una niña hiperactiva, como sigue siéndolo hoy, mujer con dos niños. Niños cuya custodia el juez concedió al padre, de esto hace cuatro meses, la última vez que recayó; fue un palo muy gordo.
  La droga estuvo siempre presente y su círculo social no era de los deprimidos, al contrario. Por eso la cataba, porque estaba integrada en los hábitos, en el trabajo, en las expansiones lúdicas; no, en la familia no. Niña de buena cuna; repito: vivía en el Limonar (basta para quien conozca Málaga). Estudió en el Cerrado de Calderón, allí practicó mucho deporte: de ahí su complexión atlética. No es la típica consumida de carnes, enclenque, esmirriada. El pelo rubio y largo, los hombros anchos, la dentadura radiante, las caderas contorneadas. Las maneras afables; eso sí: nerviosa. Se percibe la hiperactividad.
  Había sido creyente de niña por inculcación familiar, luego se reveló, acaso para poder ser consecuente con el vicio. Porque la cocaína le gustaba y, de alguna manera, coexistió con ella sin problemas durante muchos años. Incluso hubo épocas de abstinencia que sobrellevó sin sufrir ansiedad, como la etapa en Londres, dos años. Desde temprana edad ha sido independiente económicamente, embarcándose en negocios de ropa, etc., lo que quiere decir que no es la típica que robaba a hurtadillas a los padres, o al marido, o en el trabajo, para costearse la creciente avidez de rayas.
  Bueno, sí; una vez; una sola vez cometió una ruindad: vendió la cruz de oro que compró para la comunión de su hijo. La madre se lo reprobó al enterarse: cómo has podido... Necesitaba el dinero para una dosis extra, ya que en aquel tiempo era meterse una raya nada más levantarse por las mañanas; ni desayunaba siquiera. Mantener el eufórico bienestar procurado por la droga exigía un consumo más continuado. La mente acaba desquiciándose al pensar obsesivamente en disponer de reserva, en que no se gaste, en poder proveerse.
  La familia está más que harta, no lo comprende y eso que la ha ayudado: ingresó en Norbocom, un centro especializado, con un coste alto debido al personal y los recursos. No funcionó. También ha pasado por otros muchos centros de desintoxicación. La familia no le habla, la da por imposible, que se cure ella; quiere evitar más episodios de violencia, desavenencias, histerismos. Dice que el centro de ahora es el definitivo porque a través de él se ha reencontrado con Dios. Está en Puerto Real, en la carretera de Malas Noches. Lleva una saludable vida campestre, y recolecta por las calles.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La pastilla era de Jodar



  Asegura con entera sumisión que la pastilla era de Jodar, y este, a su lado, asiente indicando que puede mostrarme los papeles del médico, la sonrisa encajada en la mandíbula cuadriculada, robótica, el tenue balanceo debido a la imposible estabilidad que no le permite la cojera. Manuel Becerra insiste con mirada de can amonestado, la voz pausada y rogativa, aflautada y pegajosa de ex drogadicto que dominó este intercambio mucho tiempo, el de pastillas combinadas cuyos efectos sirven para aplacar unas u otras ansiedades. Es robusto, el pelo recortado salvo una mecha que le cae por la espalda, larga, siguiendo el esternón. La pastilla (tranxilium 50 mg) está envuelta en una servilleta pegajosa, mostrándola parece querer certificar que lleva su nombre, dice que él se la guardaba y sin embargo Jodar ha tomado su surtido de pastillas de colores hace media hora, con el colacao. Pero la cuestión es sencillamente que no se la de en el Centro (al margen de las sospechas de la finalidad de su uso, porque sé que Jodar está tocado, y puede que le calme, le apacigüe el temblor de manos), delante de mí, ya sé que no hay nadie y por eso me replica: Ahora sí que se van a enterar, al haberme usted regañado (el tratamiento respetuoso siempre escamante y soporífero en alguien que sabes cargado de una innata violencia), Me entero yo, y punto.

martes, 20 de noviembre de 2012

Macareno, la voz de cascarrabias-terminator



La voz de cascarrabias-terminator:
enlatada, desabrida, rota.
La risa grotesca. El rostro anfractuoso.
Reniega de los “bultos sospechosos”
(son como él: indigentes de baja estopa).
Los echaría de comer a las hormigas caníbales
de los bloques, y allí, poco a poco,
los fueran devorando, hijos de puta.

Sor Nieves pasa de largo, renqueante.
En una mano el bastón, en la otra
el brazo de otra monja. La saluda atrompetado:
“¡Qué bien camina, Sor!”, los hábitos alejándose.
Risa diabólica.
El comedor social chapado.

Siempre hay un jefe de la guardia civil, o
del ejército… que lo tiene por amigo, al que
abastece de chucherías belicosas: insignias,
hebillas, balas usadas…
En la cintura, bajo la camisa, una alarma
antivioladores, para cuando se le acercan de
noche a su bulto bellodurmiente y maloliente con
intenciones ladronzuelas o simplemente traviesas
(de pegarle fuego o rociarle de pintura). Más de un
sobresalto de miocardio se llevó alguno.
Risa estrepitosa, de sirena bombera. Pitido agudo
demostrativo, en toda la calle María Arteaga.
La boca desdentada con disimulo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Fede y la tienda de campaña.



  Libró Dilia Iris el domingo, su primer domingo después de su primera semana interna. Fede acudió a la puerta, a encontrarla, a pasar el día. El domingo pasado, previo al arranque, al ingreso en casa de la vieja, fueron a Jerez de visita, a la casa del padre Juan Carlos, donde vive Xabi. Su buen humor es admirable, parece como si llevara la pierna ortopédica toda la vida, será la alegría repuesta gracias a la ausencia de dolores y a un cobijo asegurado. Este domingo no hubo planes, descartaron pequeños viajes en tren o "colectivos", la sola expansión después de una semana claustrofóbica alivia a Dilia, la playa, un parque, una plaza, serán suficientes. El día trascurrirá en un proceso de digestión de la semana, ambos dos se comunicaron por móvil, ella no tuvo acceso a facebook; el diálogo directo ayuda a discernir el futuro, más cuanto el ansia proteccionista de Fede reluce para brindarle su inestable acomodo.
  Haciendo balance, incluso para una sudamericana interna es demasiado duro permanecer encerrada las veinticuatro horas del día, ni media hora para salir a tomar un bocadillo o un café. La boliviana abandona después de varios meses por eso, la alta exigencia, la permanente vigilancia del enfermo, los lavados, a los que ella no estaba acostumbrada, ni lo esperaba, por higiene y prevenir las úlceras; los ensayos pueriles con pastillas a la boca como niño paladeante e inconsciente que hay que evitar se intoxique o envenene; la mascarilla de oxígeno por la noche o en momentos de ahogo y su burbujeo atroz. Ya tuvo de compañera en el Centro a Rosario Díaz, y pensó: "No puedo conciliar el sueño junto a alguien enfermo", acentuando la oscuridad la incertidumbre respecto a la gravedad de los gemidos y murmullos de la durmiente. Bastaba aquel panorama para que encima Fede, ansioso de su compañía, la animara a abandonar, a recuperar la libertad, el espacio urbano, a no regresar a la noche para iniciar otra semana conventual, desvelada y ojerosa. Dilia Iris no vino aquí como otras para reportar dinero allá para el mantenimiento de la hija ("mamá quiero ser como usted", le dice una y otra vez; qué encanto, su misma risa abierta, radiante, apabulladora), a sus dieciséis años ya ha cobrado conciencia de la separación hace dos; a resguardo del padre está cómoda, mantenida, bien encaminada, es un hombre bueno. Vino aquí por afán de realización de sueños enmarañados cuya luz hipnotiza a través de una tupida red que no le permite distinguir, concretar, y sin embargo tira hacia ella.
  Fede aguarda el pasaje para la Argentina, y entre tanto C.H. le hospeda el tiempo hasta partir, no aguanta ya el régimen de los "ramiros" en Candelaria: hasta las cinco de la mañana viendo televisión; insoportable esperar el desalojo del sofá apetecido. El abogado le metió la duda del pago del pasaje, en última instancia han anulado las ayudas, el panorama recortatorio asoma por todos lados, la cizalla de la austeridad nacional; de todas formas su caso aún puede resolverse gracias a que cursó la solicitud antes de.
  Pues bien, no iba a dejar a Dilia Iris sola después de decidir, de decidir los dos, tras un largo domingo de errático renegar de la semana, que no reanudaría al lunes, solo asomaría por allí a recoger las maletas y decir adiós a la boliviana y a la otra ándese, el encerramiento para quien necesite de envíos allende el charco. Los "ramiros" no se ofrecieron cuando Fede expuso la situación, tan solo los dejaron estar un rato a la tarde, embeberse del bullicio telero sin decir nada. Así que Fede renuncia al hospedaje en C.H. para no dejarla sola, no quiere escaquearse aunque sea esta noche y mañana despedirse y asomarse al asistente social del Centro. Claro: se prefieren arrebujaditos entre mantas en la playa, en la pinturesca Caleta, tan acogedora de noche.
  Por no tener no tienen ni mantas, así que se esperan en las inmediaciones del Centro, sentados en la peana de la señera farola de la plaza Macías Rete. Entre las sombras de los algarrobos ocurre el efecto inverso de proyectarse estas sobre el pie de la farola en vez del haz de luz sobre dichos árboles. Están desgajando una naranja compartida, en el regazo zozobrando las bolsas con los desechos comestibles, las cáscaras y migas.
  En bici asomo camino de mi turno, la linterna parpadeante, sus figuras inconfundibles, sé que si están ahí es precisamente por mí, porque me esperan. Describo la curva pertinente, las ruedas ondulando, los saludo con sincero afecto y alegría comedida, es cuando me pongo al tanto de todo. Hay dos favores a realizar, el de las mantas lo anticipo, el segundo me lo dirá luego que pase media hora mientras se dan una vuelta y yo doy el relevo a mi compañero.
  Hay ciertas reglas que atañen a la tristeza y a la ironía que arrugan a carcajadas llorosas el ceño, que anticipan el soniquete de las peticiones, que prometen sutiles humillaciones, porque se repiten, porque las arrojan desde el pasado situaciones que vienen a estremecerte con su mismo aire amistoso y compasivo, lógico de andar por el mundo decidido a que este se ajuste a tu medida. Las piezas del puzzle se buscan a sí mismas para encajar y resultar un dibujo difuso esperado, pintoresco y absurdo, añorado y aborrecido a un tiempo. La mezcla de afecto y palmadita de refrigerio literario se focaliza en mí, no tengo remedio, a pesar de lo cual sé que la solución (por supuesto pasajera y estéril) solo apunta en un sentido: hurgar en la cartera y prepararla para no sobrepasar un límite; luego se verá el acierto de mi estimación.
  A la media hora asoman y yo aguardo en la puerta entornada mientras la sala de televisión fulgura de aventuras policíacas que nunca nadie acaba de ver porque la publicidad las alarga infinitamente. Él aparece soñoliento, afectuoso de andar alto, la barba semanal, limpia, las ondulaciones de flequillo amenizando las ideas de supervivencia. Ella sonrosada, lánguida, descargada del castigo reclutorio, delegada en los brazos del héroe troyano que mientras la arrulla resiste la envestida de la adversidad, los labios gruesos cansados de plática y disponibles para besar entre la arena.
  Mis propuestas alternativas están fracasadas de antemano, ya lo sabía y por eso las mantas las tengo preparadas en un despacho, dos, como él me confirma, encerradas en una bolsa de las de la basura. Pero antes me desvele el otro favor... "50 euros para una tienda de campaña que he visto en internet". Está bien tramado, cosas así bien merece recompensarlas.
  No doy tiempo a más explicaciones, me doy la vuelta incluso ineducadamente, extraigo del despacho las dos mantas preparadas en la bolsa. En el corto lapso de medio minuto antes de volver a asomarme a sus caras levemente perplejas y dócilmente expectantes recuerdo que es el mismo pedido que ha hecho al padre, haciéndole este ningún caso, la tienda que tenía y desechó tardaba cuarenta minutos en montarse y resulta más práctica una que se despliega automáticamente; y pienso en los no pocos transeúntes que duermen en la calle desguarnecidos de tiendas tales; y evoco sus otras amantes de playas israelitas o catalanas amparadas en otros tantos cobijos entre sus brazos aguerridos y heroicos.
  Le hago entrega de la bolsa con las mantas, la devolverá, asegura, y descubro la cartera anticipando que solo dispongo de diez euros, si con eso le vale. Dice sí, cauto, amable, afectuoso y sin embarazo: iniciará una colecta, no me preocupe. Me estrecha la mano, los dedos largos y fríos como tentáculos de octópodo. Dilia me sonríe agradecida y fatigada, dirimido el último trámite del día, resuelta una salida decorosa, su primera noche a la intemperie.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Ex policía corrupto.



  No es algo de lo que esté orgulloso, pero es así, lo ha hecho. En el 78 su primer cometido fue la vigilancia en un colegio electoral, aquí en Cádiz, de gris, entonces se llamaba policía armada. Ha estado luego en muchos destinos, pero principalmente en Sevilla.
  El sueldo de un policía es bajo, encima hay que pagar hipoteca, colegio de niños, comunidad, luz, agua, coche, etc. De no ser por los extras, no sobreviviría.
  La excusa de apartar de los alijos es pagar soplones. Pero claro, la tentación es grande y al final acaban negociando o consumiendo. Todo el mundo está pringado, hasta los comisarios.
  Con el tiempo el síndrome de abstinencia recrudece la ansiedad y no tienen reparos en actuar con violencia, en abusar de sus contactos, en arriesgar su vida y exponer las de los demás. Llegó a entrar en casas de las Tres Mil Viviendas, barrio desfavorecido de Sevilla, donde se asienta el hampa de la droga, pistola en mano, atracando a los narcos, para que soltaran cuanto escondieran de valor: dinero, joyas, droga.
  El rostro descompuesto, fiero, poseído, la pistola apuntando con las manos crispadas, por la boca escupiendo invectivas y odio. Imagino en aquel trance su rostro ahora apacible, bondadoso, servicial, entregado dócilmente a las pautas que le dictan desde Cáritas. Los ojos desprovistos de vigor e irritabilidad, el habla serena y afectuosa, reconociéndose en un pasado cáustico, enajenado.
  Aquí sólo me hizo sospechar de su otra faceta por algunos comentarios advenedizos y relampagueantes, al coincidir la conversación sobre algunos usuarios: Esa necesita un nabo constantemente, se la nota, es una pelandusca, menuda..., refiriéndose a la hondureña, descotada y risueña con los hombres... No me extraña del argentino, son así, muy celosos y remachos, le montará unas broncas..., refiriéndose al novio. La vez que le encaró R. contuvo su mirada iracunda, rostro contra rostro, venía a investirse defensor de los débiles porque él amonestó a Rosario por los ruidos mañaneros, lo dejó correr, a pesar del desafío en la calle, se manejó con temple, es un busca bocas, los nervios en las manos... ¿Habría reaccionado igual siendo el corrupto policía del pasado?
  Cumplió cárcel porque un narco le denunció después de uno de sus asaltos, había violado su intimidad, irrumpido en su domicilio sin orden judicial, lo había desplumado. El narco hizo valer sus derechos, el juez le dio la razón.
  Por desgracia ese es el panorama de corrupción policial, refiere algunas noticias recientes donde él infiere los entresijos que ha conocido y son los que rellenan la explicación de lo ocurrido, la desaparición de parte de los alijos, etc., ese manejo paralelo, solapado, de normas que soslayan las escritas. Existe la brigada antivicio, anticorrupción, como en las películas americanas, versión española; pero de poco vale.
  A él le perjudicó, le destrozó, porque acabó enganchado a la droga, sojuzgado a su tiranía. Hoy está en fase de recuperación.