Vivía en
el Limonar, era una niña hiperactiva, como sigue siéndolo hoy, mujer con dos niños.
Niños cuya custodia el juez concedió al padre, de esto hace cuatro meses, la última
vez que recayó; fue un palo muy gordo.
La droga
estuvo siempre presente y su círculo social no era de los deprimidos, al
contrario. Por eso la cataba, porque estaba integrada en los hábitos, en el
trabajo, en las expansiones lúdicas; no, en la familia no. Niña de buena cuna;
repito: vivía en el Limonar (basta para quien conozca Málaga). Estudió en el
Cerrado de Calderón, allí practicó mucho deporte: de ahí su complexión atlética.
No es la típica consumida de carnes, enclenque, esmirriada. El pelo rubio y
largo, los hombros anchos, la dentadura radiante, las caderas contorneadas. Las
maneras afables; eso sí: nerviosa. Se percibe la hiperactividad.
Había
sido creyente de niña por inculcación familiar, luego se reveló, acaso para
poder ser consecuente con el vicio. Porque la cocaína le gustaba y, de alguna
manera, coexistió con ella sin problemas durante muchos años. Incluso hubo épocas
de abstinencia que sobrellevó sin sufrir ansiedad, como la etapa en Londres,
dos años. Desde temprana edad ha sido independiente económicamente, embarcándose
en negocios de ropa, etc., lo que quiere decir que no es la típica que robaba a
hurtadillas a los padres, o al marido, o en el trabajo, para costearse la
creciente avidez de rayas.
Bueno, sí;
una vez; una sola vez cometió una ruindad: vendió la cruz de oro que compró
para la comunión de su hijo. La madre se lo reprobó al enterarse: cómo has
podido... Necesitaba el dinero para una dosis extra, ya que en aquel tiempo era
meterse una raya nada más levantarse por las mañanas; ni desayunaba siquiera.
Mantener el eufórico bienestar procurado por la droga exigía un consumo más
continuado. La mente acaba desquiciándose al pensar obsesivamente en disponer
de reserva, en que no se gaste, en poder proveerse.
La familia
está más que harta, no lo comprende y eso que la ha ayudado: ingresó en
Norbocom, un centro especializado, con un coste alto debido al personal y los
recursos. No funcionó. También ha pasado por otros muchos centros de
desintoxicación. La familia no le habla, la da por imposible, que se cure ella;
quiere evitar más episodios de violencia, desavenencias, histerismos. Dice que
el centro de ahora es el definitivo porque a través de él se ha reencontrado
con Dios. Está en Puerto Real, en la carretera de Malas Noches. Lleva una
saludable vida campestre, y recolecta por las calles.
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