Cabalgadas las paletas, propician un siseo solapado a su acento
portugués cuando habla. Ha sido despedido de Luz y Sal por sus ternezas
alcohólicas, es joven, unos treinta y dos, alto, delgado, cara alargada
cinemascopiana. Aquí se le retiene, aunque dependerá de él mismo lo que se le
prolongue; ya ha tenido varios avisos por empuñarse de palabras con Avelino,
por un lado, con Tito, por otro, y así sucesivamente, recortando el número de
compañeros con quienes mantener una mínima costumbre de cordialidad.
Es
artista porque suma numerosos dibujos y pinturas que vende sin exponerse en la
calle, de boca en boca, mostrándolas en el móvil o el portátil, distintos
tamaños, distintos soportes. Son abstractas y combinan los colores de forma
llamativa, sobre estructuras lineales descansan o irrumpen círculos, esferas y
sinusoides que enfrentan un panorama entre alienígena y submarino.
Probablemente su afición al alcohol sea más bien un prurito de artista que
busca en la enajenación alucinada aquella visión plasmable.
Me
comprometí a comprarle un cuadro, no tamaño mural, como traía uno, bien enrollado.
A4 o A5. Me mostró su catálogo en el móvil y me decidí por uno que concertamos
rebajar a los diez euros de los 15 en que lo tasaba, por ser tú, es decir, por
ser alguien que se interesa por una pintura que apenas vende, que en algún caso
extravía, que en otros regala para ganarse la tolerancia institucional de
quienes está en sus manos dilatar su estancia en esta ciudad simpática y
soleada.
Merodeó
como una hormiga sin antenas que se choca contra los obstáculos, íntimamente
eufórico y convencido de mi palabra que cumpliría en una semana, trayendo él la
obra, yo el dinero. Luego me cogió en un aparte y me pidió adelantado tres
euros, no oyó mi risa interior, momentánea y convulsa, irónica, casi que
esperaba una petición así. Que si para esto de comer o de café o aquello que se
trata siempre de convencer de que son dignos propósitos nunca de malgastar un
capital así, nunca de pretender emplearlos en esa copita que aguarda siempre
sofocar la frustrante falta de inspiración, de éxito, de reconocimiento (una
vez habló de galerías donde exponer en un futuro, cuando la obra en su conjunto
estuviera más cuajada). No se los di, sin menoscabo de contradecirme al haberle
dado en otra ocasión para un café o una tal distensión esofágica (él ya dispondría,
a mí qué).
Durante
la semana de tránsito en espera de zanjar el trato, pidió a un amigo (si se pueden
tener aquí) que le adelantara los diez euros que ya tenía apalabrados de la
venta de un cuadro, le insistió hasta exceder el coñazo diplomático y el otro
revolverse déjame ya no me des más por culo, pensando muy cuerdamente que
desbarraba y eso de haber vendido un cuadro era una treta para precipitarse a
la cerveza o el vino. Este tal, fue el mismo que me lo contó, ya que me
preguntó, al cabo de la semana, si era verdad que yo... Pues sí, quedándose
cortado y sorprendido.
Y aquí
que me saca el tablero sobre el cuál (yo me esperaba un óleo, es lo que ocurre
por comprar por fotos en móviles), espeso de pintura y de difuminado trazo,
cosa que en la composición global de líneas, círculos y sinusoides yo tachaba
de torpeza pictórica. No obstante me gustaba, y acompañada de la explicación
silbante (debido al cabalgamiento de las paletas), más me atrajo, pues se
trataba de una especie de paloma ejecutiva vestida de chaqueta de doble color
rojo y oliva. El círculo de la cabeza estaba fragmentado en colores dispares, y
el pico y los ojos apuntaban la severidad de quien, en efecto, empeña en altas
inversiones su suerte, no obstante perseguirlo dóciles torbellinos de colores
enredantes. La intencionalidad del artista es siempre tan diáfana y pertinaz
como opuesta a lo que uno habría interpretado dejado a su albur.
Sugirió
otras pinturas que pudieran interesarme, pero no, con una ya tenía yo para holgarme
devanándome los sesos interpretándola. En Jerez había los viernes por la tarde
exposición y venta en un parque de pintores aficionados; si no tan allá, podía
averiguar dónde inmiscuirse con las suyas; digamos la calle Pelota, donde se
dispone un haitiano con óleos de indígenas.
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