martes, 4 de diciembre de 2012

Cabalgadas las paletas.



  Cabalgadas las paletas, propician un siseo solapado a su acento portugués cuando habla. Ha sido despedido de Luz y Sal por sus ternezas alcohólicas, es joven, unos treinta y dos, alto, delgado, cara alargada cinemascopiana. Aquí se le retiene, aunque dependerá de él mismo lo que se le prolongue; ya ha tenido varios avisos por empuñarse de palabras con Avelino, por un lado, con Tito, por otro, y así sucesivamente, recortando el número de compañeros con quienes mantener una mínima costumbre de cordialidad.

  Es artista porque suma numerosos dibujos y pinturas que vende sin exponerse en la calle, de boca en boca, mostrándolas en el móvil o el portátil, distintos tamaños, distintos soportes. Son abstractas y combinan los colores de forma llamativa, sobre estructuras lineales descansan o irrumpen círculos, esferas y sinusoides que enfrentan un panorama entre alienígena y submarino. Probablemente su afición al alcohol sea más bien un prurito de artista que busca en la enajenación alucinada aquella visión plasmable.

  Me comprometí a comprarle un cuadro, no tamaño mural, como traía uno, bien enrollado. A4 o A5. Me mostró su catálogo en el móvil y me decidí por uno que concertamos rebajar a los diez euros de los 15 en que lo tasaba, por ser tú, es decir, por ser alguien que se interesa por una pintura que apenas vende, que en algún caso extravía, que en otros regala para ganarse la tolerancia institucional de quienes está en sus manos dilatar su estancia en esta ciudad simpática y soleada.

  Merodeó como una hormiga sin antenas que se choca contra los obstáculos, íntimamente eufórico y convencido de mi palabra que cumpliría en una semana, trayendo él la obra, yo el dinero. Luego me cogió en un aparte y me pidió adelantado tres euros, no oyó mi risa interior, momentánea y convulsa, irónica, casi que esperaba una petición así. Que si para esto de comer o de café o aquello que se trata siempre de convencer de que son dignos propósitos nunca de malgastar un capital así, nunca de pretender emplearlos en esa copita que aguarda siempre sofocar la frustrante falta de inspiración, de éxito, de reconocimiento (una vez habló de galerías donde exponer en un futuro, cuando la obra en su conjunto estuviera más cuajada). No se los di, sin menoscabo de contradecirme al haberle dado en otra ocasión para un café o una tal distensión esofágica (él ya dispondría, a mí qué).

  Durante la semana de tránsito en espera de zanjar el trato, pidió a un amigo (si se pueden tener aquí) que le adelantara los diez euros que ya tenía apalabrados de la venta de un cuadro, le insistió hasta exceder el coñazo diplomático y el otro revolverse déjame ya no me des más por culo, pensando muy cuerdamente que desbarraba y eso de haber vendido un cuadro era una treta para precipitarse a la cerveza o el vino. Este tal, fue el mismo que me lo contó, ya que me preguntó, al cabo de la semana, si era verdad que yo... Pues sí, quedándose cortado y sorprendido.

  Y aquí que me saca el tablero sobre el cuál (yo me esperaba un óleo, es lo que ocurre por comprar por fotos en móviles), espeso de pintura y de difuminado trazo, cosa que en la composición global de líneas, círculos y sinusoides yo tachaba de torpeza pictórica. No obstante me gustaba, y acompañada de la explicación silbante (debido al cabalgamiento de las paletas), más me atrajo, pues se trataba de una especie de paloma ejecutiva vestida de chaqueta de doble color rojo y oliva. El círculo de la cabeza estaba fragmentado en colores dispares, y el pico y los ojos apuntaban la severidad de quien, en efecto, empeña en altas inversiones su suerte, no obstante perseguirlo dóciles torbellinos de colores enredantes. La intencionalidad del artista es siempre tan diáfana y pertinaz como opuesta a lo que uno habría interpretado dejado a su albur.

  Sugirió otras pinturas que pudieran interesarme, pero no, con una ya tenía yo para holgarme devanándome los sesos interpretándola. En Jerez había los viernes por la tarde exposición y venta en un parque de pintores aficionados; si no tan allá, podía averiguar dónde inmiscuirse con las suyas; digamos la calle Pelota, donde se dispone un haitiano con óleos de indígenas.

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