El
travesti francés Melanie y Antonia Abreu no se ponen de acuerdo en tener
abierta o entornada una balda de la ventana, como un juego de niños, en la
oscuridad de la habitación, mientras tratan de conciliar el sueño, la una la
abre, la otra lo entorna, a hurtadillas u ostensiblemente. Antonia se indigna,
se encoleriza porque el relente nocturno le provoca tos y temblequera, así que
pide ayuda con las aletas de la nariz inflamadas de la rabia y las arrugas vibrándole:
¡Además duerme en pelotas, con los güevos al aire, la maricona esa!
Melanie
aduce el mal olor de Antonia, que dice no se ducha, él es una persona muy
delicada y no puede soportar la sudoración. Habla bien español, con acento
francés, alterado; el pelo largo, ondulado y canoso, sin tinte, le culebrea; la
nariz borbónica, la mirada perdida; viste un fino vestido floreado, no parece
pijama. Antonia replica: Quien no se ducha eres tú, maricona, que mira las pústulas
en los brazos, De eso yo no tengo. En efecto, Melanie presenta unas ronchas en
los brazos fornidos, varoniles. Pasaría por una representación grotesca y bien
avenida en el carnaval gaditano, si fuera febrero, a excepción de que no abusa
de afeites. Tengo que moderar y resolver que la ventana se quede entornada,
consta en nuestro control que Antonia se ducha diariamente, eso no es argumento
y de la sensibilidad de la pituitaria nadie tiene la culpa. Acepta sin quedar
conforme y anuncia que al día siguiente se marcha, no quiere problemas. Se
acuestan y tras la puerta del dormitorio escucho unas andanadas subrepticias
cruzándose entre las camas. Toco unos golpes y exijo silencio.
A la mañana
Melanie baja resuelta a cumplir su anuncio, no quiere problemas, prefiere la
calle antes que el insoportable mal olor de Antonia Abreu. Comprende que ella
es persona mayor, es de aquí y se le dará más credibilidad a sus protestas.
Saca las maletas y de ellas la indumentaria del día, que, después de ducharse,
será de un negro estilo Western, con sombrero rosa chillón. A un conato de
ofuscación y réplica por parte de Antonia, que la escucha desbarrar de ella, le
hago un gesto de contención, así que se frena.
Finiquitando los desayunos, José María Carrasco me hace un guiño antes
de dirigirse a Melanie en francés, que se desvive en ordenar nerviosamente, ya
vestido de Sheriff, la ropa de las maletas. El otro se sorprende de que alguien
se le dirija en su idioma, y responde arguyendo lo mismo que en español.
José María
Carrasco ha trabajado en Tánger de guía turístico y en otros lugares del orbe,
domina el inglés también, y las fiebres que provoca el vino. La nariz picada,
los ojos saltones, el pelo rizado y cano, siempre una chaquetilla abierta. Su
intención es azuzarlo un poco más, enrabietarlo como a un gato al que se busca
encrespar por diversión. Melanie se percata, y prosigue en español, sin cuidado
de que le entiendan su malestar. Es suficientemente inteligente como para
sospechar la chufla, más cuanto, poco después, aprovechando que Antonia
desayuna, José María Carrasco se acerca a ella y rodeándola por el hombro le
advierte que ella es su novia. Las pestes con que responde Melanie ya no se le
entienden.
Antes de
marcharse y desear buena fortuna y que les den, a mí me refiere que ha estado
por muchos centros de Europa: Francia, Italia, Portugal, etc., y no había
conocido a nadie que le tratara tan ecuánimemente y con tanta paciencia como
yo. Eso quiso decir.
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