lunes, 31 de diciembre de 2012

Levantándolo media hora antes.



  Levantándolo media hora antes de la hora estipulada permite darle tiempo, en caso contrario rebasará con creces la hora de abandono, por más prisa que se de. La luz, aunque la deje encendida, la apagará. No ve, pero lo relumbra. El fruncimiento de entrecejo es constante protección contra las luces incómodas. A más fruncimiento, más le daña, y la luz de la habitación es de las más perniciosas, por eso la apaga lo primero. El brazo lo asoma como un tentáculo entre la puerta y la jamba, pues el interruptor accesible está fuera. Luego esgrime la botella y en un rincón fuerza la próstata durante media hora a gemido pelado; el llanto nadie lo oye; el dolor es agudo. Las sombras amortiguan el lamento mañanero en su rincón a pie de cama, alguna ropa colgando de la percha, la meada no siempre dócil entrando por el orificio; por eso dispersa gotas y ráfagas que van impregnando de mal olor el espacio; no procede en el cuarto de baño, excusará que es que no le da tiempo a llegar, aun siendo costumbre por no entorpecer el tránsito de otros, ya que él necesita su tiempo. Ya nadie comparte habitación, el último, Menacho, reposó en el hall la última noche. Después se le ha dejado solo.
  En el lavabo la ablución principal es de la cabeza, principal y única, en la que gasta restriegos continuos, trayendo el agua en el hueco de la mano. La erosión de los muchos años de práctica le ha pulido la frente y las mejillas, ha desbastado protuberancias, bruñido de límpida palidez el rostro nonagenario. Después de secarse con cuidado de un exceso de fricción de la toalla, se peina el poco pelo del cogote como si pasara reiteradamente el arado por unas tierras de fina ceniza. El pelo está ya asentado pero él insiste en el repaso con sinusoides de carrusel que acaban en la nuca. El refresco de la sobaquera es leve.
  La ropa se la viste encima del pijama para preservar el calor de la cama y contrarrestar el frío callejero. Del último tránsito hace varias semanas se negó al apoyo de la auxiliar que le hacía sufrir lo indecible al curarle una úlcera. Las perneras del pantalón de pijama las revuelve por encima de las rodillas como si fuera a mariscar, antes de cubrirse con los pantalones, para lo cual se sienta en el borde de la cama y empieza a rebañar la tela. El torso lo cubre con una especie de sudadera y el anorak destintado celeste, por supuesto, encima del pijama. Entre sus cachivaches una bolsa roja colgada y el neceser verde también de colgarse; dos bolsas de plástico: en una tetra bricks que irán a la basura, en la otra la botella de la orina; y la vara de ciego.
  A paso quedo se aventura al ascensor y luego asoma al hall donde en los sillones termina los preparativos, hoy enfrascado con más calma en ellos, pues vienen del Ayuntamiento a recogerlo. Por fin se ha solventado su situación. O por fin él ha cedido, según se mire. Su tenue pestilencia la añorarán quienes se le cruzaron. La propia alcaldesa Teofila ha firmado para soslayar obstáculos (ya no importa la actualización del DNI, la solicitud de PNC, el certificado de exclusión social, etc.). Ingresa en la residencia San Juan de Dios, con todos los gastos pagados.

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