Asegura con
entera sumisión que la pastilla era de Jodar, y este, a su lado, asiente indicando
que puede mostrarme los papeles del médico, la sonrisa encajada en la mandíbula
cuadriculada, robótica, el tenue balanceo debido a la imposible estabilidad que
no le permite la cojera. Manuel Becerra insiste con mirada de can amonestado,
la voz pausada y rogativa, aflautada y pegajosa de ex drogadicto que dominó
este intercambio mucho tiempo, el de pastillas combinadas cuyos efectos sirven
para aplacar unas u otras ansiedades. Es robusto, el pelo recortado salvo una
mecha que le cae por la espalda, larga, siguiendo el esternón. La pastilla
(tranxilium 50 mg) está envuelta en una servilleta pegajosa, mostrándola parece
querer certificar que lleva su nombre, dice que él se la guardaba y sin embargo
Jodar ha tomado su surtido de pastillas de colores hace media hora, con el
colacao. Pero la cuestión es sencillamente que no se la de en el Centro (al
margen de las sospechas de la finalidad de su uso, porque sé que Jodar está
tocado, y puede que le calme, le apacigüe el temblor de manos), delante de mí,
ya sé que no hay nadie y por eso me replica: Ahora sí que se van a enterar, al
haberme usted regañado (el tratamiento respetuoso siempre escamante y soporífero
en alguien que sabes cargado de una innata violencia), Me entero yo, y punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario