lunes, 11 de febrero de 2013

Santi, marchó al CPD.



  Le falló la previsión. No marchó a Almería. Marchó a Córdoba. No ha esperado tanto comparado con J. A. Ripoll, que apenas ha avanzado tres números en dos meses.
  Recién franqueada la puerta ha tenido que darse la vuelta. No le admitieron tal como venía con el brazo lisiado y la necesidad de acudir al fisioterapeuta regularmente.
  No podía reanudar la estancia en el Centro, de ahí que acudiera a C.H.
  La idea es tener donde cobijarse, manteniendo la independencia. Por eso la casa de la hija no le sirve.
  A propósito de la hija. Una tarde entró en coma debido a una sobredosis. Santi notó revuelo en las inmediaciones de la casa cuando llegaba para visitarla. También advirtió presencia policial alrededor del cuerpo tendido en el suelo.
  Pasó la noche en la UCI, en estado crítico, él acompañándola desde la sala de visitas. Los doctores le advirtieron que el desenlace podría ser fatal.
  Desde el mismo hospital telefoneó al Centro para que por favor comunicaran la situación a CH: no era por capricho que faltaba a dormir.
  ¿Por qué no telefoneó directamente? El que no lo hiciera provocó suspicacias. ¿No sería otra de las rocambolescas historias de Santi? Si otros le excusaban, parecía que fuera más convincente.
  Por la mañana telefoneó para anunciar que su hija había superado el estado crítico. La voz que a la noche resonara funesta, monocorde, cansina, lejana y resignada; la voz que repetía: sólo nos tenemos los dos: ella a mí, yo a ella; la voz que recordara la sinrazón de la droga, su pegajosa red atrapadora, su meticulosa degradación del individuo; la voz que ponderara el esfuerzo de desasirse de ella (quería dejarla, incluyendo la prostitución, para recuperar al hijo, dado en adopción por la Conserjería de Bienestar de la J. A.), que asumía la inevitabilidad de un nuevo fracaso, esto es, la voz que avalara un nuevo intento de suicidio..., anunciaba con brillo, forzada calidez y roma gratitud que, por esta vez, se había salvado.

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