viernes, 19 de abril de 2013

En el Club Caleta



  En el club Caleta a pie de playa. El amanecer deleita al poeta, que revuelve en su libreta de mano las hojas en busca de una poesía que leer. Le cuesta encontrarla; la inicia con pausa. En el poyete sendos cafés humeantes. Algún parroquiano conocido ha saludado, pero no interfiere. La brisa mañanera agita su barba, también acompasada a los golpes de entonación. La inspiración le llegó en un momento de tristeza, en horas vacías frente al rumor de la olas y la belleza de este cuadro. En la poesía es un erizo que comulga con las cuitas de una gaviota con las alas rotas, siendo los dos objeto de interpelación y diálogo entre Santa Catalina y San Sebastián, los dos baluartes. La voz grave esconde una tristeza infantil, una soledad perentoria que recoge el acopio de una memoria nutrida. No es difícil sonreír; pero tampoco remansarse en un poso nostalgia. Sin duda es el fantasma triste que yo atisbé gracias a la poesía de Mario Benedetti.
  En Madrid formaron una comuna y, aunque no era al estilo hippy, sí criaban marihuana, pertinentemente camuflada por unas tomateras que cercaban el pequeño huerto. Se habían instalado en un chalé de una urbanización de lujo, una urbanización facha, dice él. Empezaron cuatro y acabaron una veintena. Viajaban en coche a los conciertos de música psicodélica tipo Pink Floyd, Supertramp o Queen; atravesaban media Europa si hacía falta. La movida madrileña (el chulo Ramoncín) era poca música para lo que ellos estilaban. En la piscina, naturalmente, las chicas empezaron a bañarse desnudas, y un espía en lontananza, con unos prismáticos, era retirado del balcón por su horrorizada esposa. El mismo que acabó denunciándolos.
  Pero ellos ganaron el pleito. Estaban preparados, ilustrados, había entre ellos profesores de universidad. Él terminó de estudiar psicología y, con los años, montaría una consulta en casa de sus padres. El guitarrista de Joaquín Sabina, de nombre Pancho, era uno de ellos. Organizaban fiestas privadas en un salón del hotel Agumar. Muchas caras famosas. El cuarto de baño era de lo más poblado. Sospecho el sentido de aquella afluencia pero me hago el ingenuo y él emplea la ironía: "No sé qué harían en el cuarto de baño...", se sonríe socarronamente, mientras se frota la nariz con el dorso del dedo índice. Hubo una anécdota memorable. De pronto irrumpió en el salón Paco y su hermano, portando sendas fundas de guitarras. Pasaron por medio de las mesas y el humo, buscaron acomodo y, con aire de desafío, desenfundaron las guitarras, y comenzaron a tocar. Desde ese momento el cuarto de baño se despobló. Les dio el amanecer después de siete horas.
   Los cafés los terminamos y pasamos al interior del club Caleta. Las mesas en cierto desorden, el frontal ralo y con algunas fotos, gris el exiguo colorido de las botellas en los anaqueles. Tiene el aspecto sombrío de un garaje acondicionado sin ningún primor. El trato es histriónico y familiar.
  Aquella era la época de Tierno Galván; derrama elogios hacia el más emblemático alcalde madrileño de todos los tiempos. La única vez que votó; lo hizo en el 82. Afiliado a la CNT, perteneció al comité de empresa de euroseguros, la compañía de seguros vinculada al banco BBV (luego de anexarse Argentaria y pasar a ser el BBVA, se llamaría Axa Seguros). La etapa de payaso ya la había dejado atrás (de los dieciocho a los veintidós), la previa a asociarse a una compañía de teatro aficionado; en la que iban de a dos por los colegios y hospitales arrancando carcajadas y chuflas a los niños. Así que luchó porque se aplicara el convenio de la Banca no solo a los diez trabajadores fijos, sino a los ochenta contratados por obras y servicios, ya que concurría el desatino de sacarles un par de pagas anuales más haciendo el mismo o mayor trabajo. En cierta ocasión, su jefa, una tal Dolores Miranda, le conminó a hacer horas extras que no serían resarcidas económicamente. Las realizó en la esperanza de llegar a un acuerdo, pero, como no fue así, a la siguiente petición se negó. Entonces le hicieron el moving..., es decir, le putearon. Entre otras cosas le mandaron a un sótano a ordenar cajas con miles de recibos y facturas. Aquella deportación no surtiría efecto. Manejó las bajas médicas y los pleitos durante los siguientes cuatro años. Cuatro juicios ganó, y al marcharse cobró una cuantiosa indemnización. Por otro lado, durante una asamblea del sindicato, cuando ocurrió la escisión de la CNT en la CGT, manifestó su enfado por el giro de intereses, y rompió públicamente su carné.
  No dejamos de atisbar a través de la puerta el descanso de las barquitas de la caleta. La bajamar las recuesta sobre el arrecife emergente. El arranque de la mañana comenzará aquí, después de este placentero inspirar el amanecer en medio de conversaciones rutinarias. El tempranero sofocón en el Centro parece que ha remitido, aunque él mantuvo la calma, no dió muestras de alteración, más bien de un uso temerario de su cinismo, por el cual el Tito casi se le abalanza. Este bajó las escaleras poseído por la ira, señalándolo, advirtiéndole a voces que le dijera a la cara lo que tuviera que decir, no a mí, entre dientes. En absoluto pensé en una confidencia pusilánime. Otras veces ha habido disputas con el tema de los olores o el uso de la ducha, el Tito de protagonista. Las invectivas no las admito y en seguida me pongo de parte de Luis Manzano, señalándole que (cuando se inflama todavía más al otro llamarle caradura -con mirada tristona y conmiserativa- y apostrofar socarronamente que en vez de salir de la ducha envuelto en una toalla lo hará la próxima vez en abrigo de visón), él acaba de remedarle burlonamente el movimiento de la barba, lo que es equiparable a los desprecios que entiende le está dirigiendo. Como no hay entendimiento y el Tito está fuera de sí, voto por la ley del silencio, antes que mandarlos a comprobar la anchura de las calles. El Tito zanja la cuestión con una anotación chovinista y un apunte de enorme perspicacia: No vais a venir los de fuera a imponer vuestras normas a los gaditanos...  Además os damos mil vueltas en arte... Desde que te vi me caíste gordo y no te trago...
  Destapa de nuevo su cinismo en el club Caleta recordando el suceso. Tantos años de psicólogo para que alguien demuestre tanta perspicacia como para valorarlo de un vistazo: me caíste gordo y no te trago... El del olor es José Luis Listán, que ocupa la cama central de la habitación. Siempre sobrecargado de ropa y abalorios, parece que viste igual desde que abandonó el ejército y la campaña en los balcanes con los cascos azules. La vista de un campo poblado de cadáveres y miembros amputados debió trastornarle, o sencillamente el pastillaje que ingirió al salirse del ejército, o la indócil estancia carcelaria, o la paupérrima existencia callejera. Para Luis Manzano este es un bipolar y el otro un neurótico. Le reprocho el diagnóstico y me pone ejemplos; también él anda currado por el consumo de cocaína y la demencial evasión que le procuró a la muerte de la madre. Los tres están en Luz y Agua; ya podían entenderse para convivir pacíficamente en la misma habitación.
  A propósito de Luz y Agua accedió a hablar a unos colegiales que los visitaron. Crea la expectación de los buenos cuentistas, de los rapsodas que enuncian leyendas inverosímiles con final didáctico y conmovedor. Veis aquí... contó a la adolescente concurrencia..., Ante vosotros, un "señor" enchaquetado, limpio, culto... Pero dentro (se apuntó al pecho) hay un pobre desahuciado, sin techo, sin comida... Cuando vayáis -prosiguió con pausada cadencia de experto contador- por la calle y veáis en una esquina alguien desarrapado, sucio, vulgar... Pensad que dentro (se apuntó de nuevo al pecho)... hay un "señor"...
  Me convence de que el atún encebollado del club Caleta está riquísimo y de que le haría un gran favor dejándole pagado una tapa para antes del medio día (él no desayuna bollos ni cosas por el estilo, solo un café). Después comerá en una casa okupa de nombre La Higuera en Manuel Rancés donde le han invitado. Quizás en el futuro organice allí un taller de teatro. Le han hablado del variado plan que había en el Valcárcel antes de que lo clausuraran. Al avisar al camarero le dejo pagado no solo la tapa sino una cerveza, puesto que querrá beber algo. Me lo agradece mostrando una sonrisa abierta de dientes inferiores amarillos y desiguales, castigados por el tabaco y el antiguo consumo. El agradecimiento lo extiende no solo a este generoso estipendio sino a la compañía, al rato mañanero, a mi amabilidad. Es que ahí -le señalo el pecho- también hay un "señor".

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