miércoles, 10 de abril de 2013

Es una de esas cafeterías


  Es una de esas cafeterías de las cercanías de una administración en la plaza Asdrúbal, pequeña y con hervidero de panal, el televisor regando el subconsciente de imágenes violentas.
  Sale del cuarto de baño en delantal oscuro de lino, buscando circunvalar la barra para regresar al blanquecino camarote donde componer la parte sólida de los desayunos. Yo me acomodaba en ese momento. Entonces nos vemos y los ojos como platos con brillo de niño cuarentón entusiasmado me exige no un saludo, sino un abrazo. La sorpresa es mutua.
  Lo veo más gordo; buena señal. El pelo igual de firme pero más cano, la perilla con tiznes de plata. Las mismas gafas de siempre: de pasta oscura y fundidas al rostro.
  Al otro lado de la barra, en la tensión de alargarse hasta la carlinga de las harinas y retenerlo nuestra conversación me cuenta los cuatro años limpio, los controles de orina los miércoles y los grupos de terapia. Y que no tiene deudas de justicia, ni dependencia farmacológica, pero sí un cacho mensual que apartar de su sueldo para una deuda farragosa más la manutención de los hijos. A los hermanos (numerosos) los saldó con la venta de su cartera de seguros, por la que cobró veinticuatro mil euros.
  El dueño, que vigila la caja y atiende la clientela como el camarero, estudia por el rabillo del ojo su demora, aunque sin aparentar fastidio ni urgencia. Según me habla lo recuerdo también en las inmediaciones de su casa familiar en la calle San Pedro, de columnas y gárgolas, y del día que jugaba con niños, embobándolos con sus historias, convirtiendo el espacio en bullicio de duendes.
  Acudió al director de la clínica R, discípulo de su padre, a plantearle como deuda moral (directo, sin cortapisas) que mostrara con él la deferencia de colocarlo allí de cualquier cosa: celador, auxiliar... Las inspecciones le sirvieron de argumento al otro para excusarse, si bien, la falta de titulación ya no será óbice porque en este tiempo ha obtenido el de auxiliar de enfermería, y piensa contraatacar. Hace dos meses murió la madre de alzheimer; esta es la enfermedad en la que se ha especializado.
  El entusiasmo por vivir sobrepuja la terquedad del pasado, los malos vientos que soplaron cuando era un hijo rico cabraloca y gastador y los conflictos de pareja matratadora (la mujer a él) soliviantaban la plaza San Antonio. El diploma de manipulador de alimentos le ha servido para, por mediación de un cuñado, entrarlo aquí. La familia es ahora una red avenida; ahora que ya no es la rémora de la que todos huían como de un escándalo en ciernes.

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