Es una forma de morir cuyo grado
de agonía desconocemos, incluso pudo ser repentina (infarto, hipotermia,
sobredosis…) y, por tanto, no haberla habido. Diremos: no sufrió. El hueco
queda inservible sin él, sin ese envoltorio de harapos que allí dormía y ahora
es un pequeño santuario con velas y flores (pronto las quitarán) y un
cartelito-epitafio que da cuenta de su desdicha. La sucursal de Banco a la que
por aquí se accedía ya no existe, a través de los cristales se contempla un
espacioso local desamueblado, vacío; en Canalejas hay la antesala de uno
parecido en el que se acomodan tres bultos a la noche. El local daría para
tantos o más, pero él (el Portugués), de largo periplo por otros tantos huecos
de baldosa fría, inmediatez callejera y renuncia a privilegios de maniquí, se
conformaba con este, de medidas idóneas y abrigo relativo. Enfrente un bar
concurrido, por medio el rumor de los viandantes, evanescente conforme la noche
se hacía más negra (convenía emigrar los fines de semana para no tentar a los gamberros
de los botellones). Es una forma de morir cuyo grado de costumbre se aviene a
la cotidianidad de una guerra silenciosa por subsistir, tan imperceptible que
no se sabe quienes son los enemigos y con cuantos efectivos cuentan. Durante el
día vigilaba como en una garita las conciencias de quienes entraban en la
iglesia de la patrona o la de quienes pasaban a lo lejos, sin saber que
acometían una maniobra de repliegue. El campo de batalla deja restos aprovechables,
servibles, para poder insistir en una estrategia de resistencia frente a los
demonios que no han de penetrar las fortificaciones que salvaguardan los
engranajes para que todo esto ruede y generalmente se pueda morir en casa o en
hospital. La sombra figurativa ocupa el hueco, las velas, las flores (pronto
las quitarán). No se sabe bien si será factible destacar aquí un nuevo efectivo
después de que lo hayamos regado de un recuerdo ominoso que no se sabe a quién
culpa si no es a la libertad del individuo. Ya lo ocuparán. Cuando el local
acomode otro banco y sepulte el recuerdo. Porque tienen que abrir sucursales
para que estos duerman en pañales mientras otros hacen transacciones al
cielo.
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