jueves, 31 de octubre de 2013

La pastilla va haciendo efecto



  La pastilla va haciendo efecto y su verborrea de invectivas e iniquidades va decreciendo o más bien derivando hacia cuentos más amables e incluso chistes sin lógica en los finales.
  -Acababa algo así. El loro crucificado por el butanero le dice al cristo: ¿tú cuánto tiempo llevas aquí?
  No divaga sino que revienta toda su historia de azotes y calvarios espoleada por el envenenamiento que han hecho otras y que operan más por lo bajo insuflándole su propio malestar. Ellas tampoco están dispuestas a compartir cuarto con Saray, la aguerrida travesti cordobesa, siempre esgrimiendo la "descriminación". Al fin ha reprobado el mostrarse en paños menores con la braguita señalada por detrás y por delante o las mallas coloridas de bailarina y el insinuarse coactivamente.
  -Porque es un tío. Y le gustan más los chochos que las porras.
  Todo eso de que agredió a la alcaldesa de Arcos es cierto, trabajando de limpiadora. Y que se defendió de la intervención policial esgrimiendo un cuchillo. Y que se ha peleado con la tía octogenaria de la Viña. Por tanto, es un caso complicado.
  El trastorno mental es indefinido quizás porque ella misma ha hecho caso omiso a la recomendación de un examen más minucioso. Todo empezó con un corte brutal: el divorcio. Y aunque le dieron la custodia de los hijos, acabaron en Sanlúcar con el padre por decreto de los servicios sociales y su consentimiento.
  La pastilla solo sobrepuja momentáneamente esta olla que se destapa con la presión del envenenamiento que ella misma certifica con sus fijaciones. Porque la loca no calla, sino que acumula y acumula hasta que no puede más y revienta. Y las otrora amigas, hoy son enemigas incontestables.
  Es increíble como dentro del imparable torbellino comienza a haber un asentamiento, una coherencia, un aquietamiento, hasta amanecer la sonrisa en la boca de pintura descorrida y rudimentos de representación alegre sin el apoyo de la muleta rosa. No era, pues, una divagación aleatoria, inconexa. Hay una ilación como el envoltorio armónico y sinuoso de un ruido de fondo.
 
  A la noche siguiente está sentada en los escalones del colegio de Capuchinos, el antiguo manicomio. Los bártulos alrededor y los surcos de unas lágrimas de cólera en las mejillas tras haberla conminado la Policía Local a abandonar el Centro. Fue imposible ganarle otra batalla a la miseria.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Ha detectado algo anormal



  Ha detectado algo anormal en el muelle y coge perspectiva para verificarlo. Dos buques pegados. Uno de los dos sobra, y es difícil explicar por qué, Listán no lo hace.
  Controla los atraques pidiendo en la garita de información turística la relación de buques que arriban en el mes. Le interesa porque lo notará en las arcas, es decir, en el sucio trapo que apoya en el suelo con unas monedas.
  En el escalón de una antigua Agencia de Viajes cerrada está extendido su pordiosero camastro en Canalejas. Retoma la conversación mientras los colgantes del cuello le temblequean: un pendrive, dos huesos, varias monedas con orificios centrales. En la cartera de cuero marrón colgada del hombro la sempiterna cartilla del banco Sabadell, más manoseada que inscrita de dígitos que no asoman, el salario social ése.
  Bajo la gorra los ojos se abisman recordando, perforan los edificios, se inyectan de ira retrospectiva. La hilera baja de dientes sucumbe a la negritud del consumo de antaño, un consumo conveniente para ganar traficando, trayendo desde sudamérica, lo que le supuso dos años de cárcel en Lima. Por alguna razón abstrusa su apelación a la embajada española surtió efecto, y así dió pie a ser trinchado con 30 kilos de hachís en una mochila ya por estos lares, y, desde ese momento, a trabajar de confidente. Ya se entiende, se hace la vista gorda y de todo cuanto observe informa a cambio.
  -Diez toneladas iban en aquel buque. Y si no es por mí...
  No; los perros no las hubieran detectado. Fue necesario el soplo para buscar bien y saber dónde hacerlo. Desde entonces su observatorio sigue siendo esta zona de mucho tránsito y tan acostumbrada a su mole de oso marino sucio y desmañado que ya ni se le mira por el rabilo del ojo.
  Dijo una vez que el pendrive que le cuelga es información confidencial, acopio de los años, secretismo que desmantelaría la integridad de jueces, policías y otras personalidades. Es su salvoconducto para ser temido, para ser obviado.
  -¡Cuando quieras información, me la pides!
  Grita al despedirme. Me desconcierta, porque yo no viene a espiar a nadie.
  Habita en él la bestia. La mole pesarosa torna furibunda pesadilla que podría arrancar de cuajo un árbol. El coche de la Cruz Roja hace dos noches casi lo vuelca, lo retiró el conductor con presteza al ver que lo balanceaba, lo golpeaba y pataleaba. Lo siguiente hubiera sido estallar la ventanilla de un puñetazo y sacarlo por ella del cuello. El compañero en tierra casi encaja la trayectoria del brazo que esgrimió como un arco que se tensa.
  No degeneró porque faltaran a darle el zumo que debía acompañar al caldo caliente y al sándwich de pollo. Es que ese tal, de nombre inrecordable, conspira, y él ha descubierto sus mañas. El reparto de los lunes y miércoles le complace, porque lo hacen otros, el de los viernes, de un tiempo a esta parte, lo hace el susodicho con desprecio y pinchándole.
  Listán es un subproducto de conspiraciones y mafias. Ya no puede interpretar nada sino a través del tamiz de la venda corrupta que le obnubila y le ha quedado indeleblemente adherida. Es imposible sanear una mente que no se trata, que no se cuida, que ha enraizado hasta permanecer vigilante filtrando malos y buenos según un criterio de desajustes o simplemente descuidos.
  Los domingos se coloca en la puerta lateral de la iglesia San Agustín. En tres misas seguidas saca de diez a veinte euros. Eso, si no hay atraque de buques turísticos.
  Estaba entusiasmado al detectar la anormalidad de aquellos dos buques tan próximos en el muelle de enfrente. Para el que desatiende esta presencia habitual, atractiva, de suntuosos buques que nunca coge, le parece que la rareza vuelve a estar en su mente descabritada.
  Al día siguiente la prensa informa someramente de que en el muelle Alfonso XIII hubo de atracar el crucero FTI Berlín por sufrir una avería. Eso hizo que ocupara plaza muy próximo a otro que ya estaba.
  Pues sí; sí que la anormalidad observada por Listán era cierta. Quizás a su mente le reste todavía algún crédito entre tantas conspiraciones.

miércoles, 23 de octubre de 2013

No soporta el olor


  No soporta el olor del dormitorio.
  Dice:
 - ¡Los peos que se tira!
 Señala a Jesús Moreno, dormido, pálido, apacible y chupado de rostro, en la cama contigua a la suya, separada por sendas mesillas de noche, arropado por la colcha anaranjada hasta el cuello.
  No es solo ese olor sino el de la enfermedad adherida como una piel de caliza seca, insuficiencias de órganos vitales que perfuman un hedor de fosa para gatos atropellados en carretera.
  - ¿Por qué no abres la ventana?
  Jesús Romero se ha sentado en los peldaños de la escalera, se agita el pelo con la mano, la boca circunspecta rodeada de perilla, la mirada esquiva y frustrada.
  - Entonces le entra frío -. Reflexiona y añade hosco-. Si yo lo comprendo. Me tengo que aguantar.
  - Pues deja la puerta abierta un rato. Voy a traer el ambientador.
  Zuazo sale al pasillo con su mole de peonza invertida aplastada por la gravedad, la faja bajo la camiseta ocultado las bolsas para las heces, no siempre la enfermedad de Crohn provoca esta solución quirúrgica. He vigilado que no fumara con Yonathan el porro que habían preparado en la esquina de la plaza, el sospechoso cigarrito del último minuto antes del cierre. Al atisbarlos en la diagonal opuesta, en vez de a la puerta de entrada, la sospecha se hizo evidente. No sentí interrumpirlos, por el abuso de confianza.
  Asoma a la habitación de los jesuses y acciona la napia desde el vano de la puerta, se solidariza con el Jesús que está sentado en los escalones:
 - Sí que huele peste.
 No hay comentarios, huelga su veredicto aprofesional, su chulesca intromisión. Indiferente, se pierde en la oscuridad de su dormitorio, donde abultan sus compañeros en las respectivas camas.
  Traigo el ambientador y se lo paso a Jesús Romero. Rocía el espacio del dormitorio, crea una secuencia de nubes de motitas que en su caída suave pretenden aplastar como un pistón la predicada peste. En el lecho el foco irradiador permanece dormido, sumido en el cansancio de la jornada, las revueltas por los callejones a golpes de muleta, sin ver perfiles por la ceguera. Me devuelve el ambientador, y se encierra para acostarse en el hermético frasco-dormitorio de la mezcla.

  Por la mañana le alargo el cola cao e intento, frente a su sempiterna protesta por la insuficiente temperatura de la leche, demostrarle lo contrario tentando el vaso. Niega la posibilidad de rectificar o corregir. Se lo bebe a sorbos rápidos para demostrar:
  - Si estuviera caliente no me lo hubiera podido beber del tirón.
  A lo mejor su paladar está estragado como la pituitaria condenada al mal olor durante la noche.
  La fosca antipatía de Jesús Romero es inofensiva mientras no sobrepase el umbral de resistencia que está en concordancia con la esperanza de irse a un piso compartido en Puntales.
  Hoy toca baratillo, y me extrañó que no indicara levantarlo a las seis y media para coger el sitio y montar el puesto. Le pregunto al respecto.
  - Es que ya tenemos licencia.
  Me la muestra. Es un folio amarillo encabezado por su foto y los datos que lo acreditan. Las licencias las han expedido gratuitamente a los que han demostrado asiduidad, lo que favorece el no tener que pugnar por el sitio, cada cual tiene asignado el suyo. Ya le compré libros una vez, y me asegura que sigue teniendo.
  Después del cierre y de haber calmado un ataque de furor dominical que ha afectado a Saray, el travesti, transformándolo momentáneamente en una máquina asesina, busco en el baratillo a Jesús Romero.
  Me muestra el expositorio a ras de suelo y me pregunta si tengo una mesa de playa, o eso, o una tabla y sus apoyos. No puede extenderse demasiado y por eso le han quedado artículos guardados en una caja. Lo que expone son cables, clavijas, móviles viejos, etc. No veo libros.
  - Yo venía a comprarte un par de libros.
  - Espera. A ver en la caja.
  Remira por el fondo metiendo el brazo como el mariscador caletero en las grietas de las rocas.
  - El que me queda ya me dijiste que lo tenías. El Silencio de los corderos.
 - ¿No tienes más?
 Quedo cariacontecido. No he venido más que para gastar en los libros que él pudiera vender. Con desparpajo me explica algunas alternativas para otro día, que no me convencen. Le hago la broma.
 - Me parece que voy a seguir sirviéndote el cola cao frío por las mañanas.
 Su risa es una carcajada seca con mueca de complicidad.
 - Qué cabrón ¿no?

miércoles, 16 de octubre de 2013

Ha salido escopetada



  Ha salido escopetada de Sevilla, contrahecha, arrugada, voz temblorosa; su nombre: Lerena. A Saray, el travesti, de leotardos amarillos, microfalda plisada, blusa ajustada rosa, sujetador de encaje señalándose, coletas de pipicalzaslargas, le ha narrado el pésimo ambiente familiar del que ha huido, y otras revelaciones sobre sus hijos, sobrinos, parejas, etc. Saray, cordobesa, ha encontrado por fin una compañera de habitación que la acepte, pues las otras protestaron, debiendo reivindicar su feminidad aduciendo que en otros centros siempre se le ha integrado en habitaciones de mujeres. La piel es morena y áspera, el acento acusado, los visajes ampulosos sin llegar a vehementes; reservándose siempre una cierta timidez bajo el rudo donaire.
  Tras dos días de ausencia de aquel ambiente, Lerena siente que se muere, le entran temblores, angustia, ha de recostarse en los asientos del vestíbulo y requerir una ambulancia, que es avisada por teléfono. Al otro lado advierten de una presumible demora debido a la ocupación en esos momentos de los efectivos sanitarios.
  En el Centro se crea cierta expectación, aunque nadie agobia. Hay quien hace especulaciones al hilo de la parca información, Lerena no sabe explicarse bien, ignora qué le ocurre, nunca había sentido nada igual. El Centro parece a menudo una antesala o una postsala de hospital, recién se ha incorporado a la nómina de padecientes (Zuazo con la enfermedad de Crohn, Jesús Moreno con Sida, etc.) Benia Bouadallah, de origen argelino, del que siempre recordaré su participación como extra en la película El doctor Zhivago. Incluso se asemeja al protagonista, es un Omar Sharif avejentado, sin dientes, la mirada amplia y penetrante. "¡He perdido 30 kg.! ¡Por cáncer de pulmón!" Y, en efecto, es evidente su deterioro, y las nuevas dificultades para desenvolverse, precisando ayuda de bastón y de algún improvisado colaborador para levantarse del asiento, abrocharse el cinturón, conducirlo a la taza del váter, etc.
  Saray había recogido entre las confidencias de Lerena su adicción a la heroína, droga entorno al cual giraba la vida de aquel ambiente sevillano del que ha salido escopetada para venir a refugiarse aquí. Y ahora, durante esta situación de desgarramiento interior que siente que se muere, se le ocurre mencionarlo, dando Zuazo, que andaba atento, con la clave: "¡Eso es el mono!"
  La enfermedad de Zuazo hace que lleve una faja rodeándole la cintura, con una abertura lateral donde inserta las bolsas, tres al día (94 euros sin receta médica la caja, 4 euros con ella), que recoge las heces. "¡Esto es para toda la vida!" -dijo con fastidio asumido y voz poderosa. Andará por los 35 años, lo que agudiza el pesar de dicha tara, que, sin embargo, no le impide llevar una vida normal.
  Zuazo propone la solución para Lerena, que no duda en imponer, más cuanto la ambulancia tarda en aparecer. De su dosis particular de metadona (40 mg + 40 mg), entrega una pastilla, para que la ingiera. Lerena jamás había oído hablar de este sucedáneo.
  A la media hora aparece el técnico de la ambulancia con el vehículo aparcado en la plaza estorbando el paso. Aviso a Lerena, que ya se había acostado más recuperada, y la acompaña Saray. Entre las dos explican la mejoría que ha experimentado, y el origen claro del mal. El técnico da su conformidad, esbozando una docta explicación sobre la función de la metadona, y, en su caso, la conveniencia de que se ponga en manos de un facultativo para que se la recete y lleve el control de su dependencia. Le toma los datos, y se despide.
  A los diez minutos he de acallar a Saray y Lerena que andan en el cuarto de baño metidas comentando a viva voz las incidencias acaecidas y la gracia de su recuperación.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Eso es lo que yo necesito



  -Eso es lo que yo necesito. Disciplina. Nunca la he tenido.
  Dijo haberme visto en la ducha de la playa Santa María, de volver de un baño, pero que no me saludó, no recordaba mi nombre. Iba por el paseo, acompañado de una chica.
  Es joven, apuesto, sin duda fácil de atraer a niñas bien a las que liga, como la hija de la alcaldesa de M*. Moreno, cara alargada, habla rápida, a veces entrecortada, pero firme. Las formas de rapazuelo madurado. Había sido novio de aquella chica, atraída por ese halo de indisciplinado no sujeto a reglas que soslaya más o menos abiertamente. Era una forma de rebeldía frente a la madre alcaldesa.
  De todas formas él se ocupó: vendía Mercedes extranjeros, a lo mejor tres en un mes, luego ninguno en el siguiente, llevándose un diez por ciento de comisión. Por lo demás, ahora depende de los envíos inconstantes de un tío suyo; los padres hace ya siglos lo dieron por intratable.
  Las tareas menores de pillastre buscavidas que ahora le compete son: 1.- Compra de un kilo de mojama, y reventa troceada por calles, bares, conocidos... 2.- Rifa clandestina de una paleta de jamón y queso manchego... Tacha un número sobre la cartulina y escribe debajo mi nombre y el Centro, a cambio de un euro.
  Las habilidades de don Juan me recuerdan a aquel Jesús que camelaba con batallitas muy bien elaboradas y adornadas. Las pobres, a la sazón, mal prevenidas por los padres, reconocían al implacable buscavidas que solo quiso disfrutar y no apechar ninguna responsabilidad cuando las dejó preñadas.
  Víctor Águila reconoce que necesita disciplina porque nunca se ha sometido a alguna y se ha apuntado para ingresar en un centro que se la inculque. Podría volver a compartir piso y a desmañarse a cambio de disfrutar su juventud desgobernada y sin brújula. A él le acompaña el atractivo y encanto, a pesar de que Chary y Paqui, mayores, se quejen de que ande en calzones y descalzo y cosas parecidas que muestran su desdén por las normas de convivencia.
  Para vengarse él les dice a la puerta de entrada que ahí no se fuma porque la brisa empuja el humo al interior; entonces Paqui se descompone y su nariz ganchuda retiembla y sus ojos bizquean indignada. Las protestas de Chary se ven reforzadas por la mueca torcida y callada de su novio actual, de calva ahuevada, que no sabe si interponer una resolución viril al tema.
  El rostro de Yonatan refleja más picaresca desabrida e informal, no acompañándole ningún atractivo. Es redondo, diabólico y remarcado por dos salcillos inquietantes. La boca hace muecas asqueadas cuando no profiere desatinos malsonantes:
  -Ahora toca irse a la puta calle.
  El ejemplo de Víctor Águila ha debido influirle con los días e imbuirle alguna diplomacia para que alargue también la estancia con la excusa de su afán reformatorio. Entre tanto acude a la lonja del muelle pesquero con un serón para llenarlo de pescado sobrante que le apartan y luego vende de bar en bar. La innata insumisión queda confinada a raptos controlados en la sala de televisión que son serenamente sofocados como un anticipo del ejemplo que en el futuro y en centros más especializados hayan de recibir, siempre que su juventud callejera resuelva definitivamente reprimir sus ansias de libertad sufragada con aquellos inseguros conatos de honestidad para no descarrilarla con asaltos, estafas o robos indebidos.