Han sido
cinco años de cuidados y ahora ella no lo mira mientras va del brazo de otro en
los paréntesis que le concede su enfermedad. La madre de su hijo. La de los
tiempos encamada expuesta a vómitos y convulsiones que él aliviaba día y noche.
Eso es para pasarlo. La fidelidad y el encierro porque la había querido y no la
iba a abandonar pese a los desprecios y vejaciones.
-Ahora
tienes que pensar en ti -le aconsejaron las monjas.
Porque
en él ha arreciado su propia enfermedad: esquizofrenia.
Durante la venta ambulante de pescado que
arramplaba en la lonja del muelle, la de la madrugada, la de pescado blanco, le
dieron ataques, que, en su caso, se manifiestan con violencia. La policía le
sosegó más de una vez, con buenas maneras, ya que su porte fortachón es también
de nobleza y honesto medrar.
Es que
un pequeño problema lo agranda, lo magnifica, lo hace bola de nieve, nieve de
púas que atropellan. Así opera la mente, traidoramente, en estos casos. Si
presiente los síntomas se pone en guardia, toma precauciones, se aleja, busca
oídos compasivos que le aguanten la inestabilidad de las palabras.
El
risperdal. Sí, también; la pastilla de los cojones. Después que le cedan la
casa que las monjas le han prometido, regresará al psiquiatra. Igual también
hay algo para el olvido de aquella mujer que enflaquecía, regurgitaba las
entrañas, se moría y hoy le desvía la mirada, parcialmente recuperada y junta
con un drogadicto. No quiere de él su pena. Mala interpretación le quedó tras
cinco años de cuidados serviles que a él le han dejado escacharrado del coco.
Desde luego q sin comentarios...no quiere de el su pena.
ResponderEliminartampoco él quiere de ella su agradecimiento por el tiempo q la ha cuidado... pero menos áun su menosprecio...
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