-¡Porque yo también soy un tío!
Lo de
vestirse de niña ha sido desde este
año, desde abril, después de salir expulsado del centro de Córdoba. Ponerse
braguitas, sujetador relleno, pendientes, mallas ajustadas, minifaldas,
minipantalones. Pelo largo teñido de rubio, pintura en los ojos, pintura en los
labios. Había sentido atracción por el sexo masculino antes de declararse
travesti y confirmarlo con psicólogos.
Presentó
informes después del sucedido con el ecuatoriano que le invitó a su cuarto a
ver la televisión y le puso cachonda; el ecuatoriano no hizo nada, ella todo.
Tras reflexionar se negó a seguirle el juego en días sucesivos y el otro se
molestó y le acosó. Ahí empezó la confrontación y valoración con psicólogos y
monitores. La expulsaron porque se enzarzó con uno de estos una noche en que
insistía en que no hacía nada mientras el otro seguía insinuándose y
tentándola.
Al
acomodar su vestimenta y sus gustos al sentimiento interior, se alejó de su
ciudad natal para no afrontar las maledicencias de quienes siempre le
conocieron de una manera, incluyendo familiares, amigos, antiguas parejas...
Recaló en Plasencia y allí compartió habitación con mujeres, imitando sus
coqueterías, imprimiéndoles su propia noción exagerada de la femineidad, es
decir, esforzando su amaneramiento según su nuevo sentido de la naturalidad.
En Cádiz
compartió con una "hermana" el mal acogimiento aquí, especialmente en
el casco antiguo, pese a la ancestral fama, a las cacareadas libertad y
tolerancia. Escucha risitas a su paso, risas descaradas y pitorreras, entiende
que llame la atención, pero es una forma de ignominia y se rebela. Ella no es
una higona, una mariquita que se
acoquine. De Diego ha pasado a ser Saray, pero también es Diego cuando se le
plantan. El hijo de una gitana, en gloria esté, al que le estallan los bríos.
-¡Me
vais a comer la polla!
En la
calle San Juan de Dios, a los niñatos que la chuflaban. Les retó estrujándose
las partes y luego arqueando el brazo en cuyo extremo destellaban las afiladas
uñas. Aquellos se pusieron gallitos ensayando guardias boxísticas. De a uno les
hubiera dado leña. Hacen falta dos o tres para hacerle pupa, se dieron cuenta.
Las piernas atléticas, los brazos fuertes y afibrados, la cólera despavorida de
quien se enfrenta a sangre. Ya pasó por cárcel de joven y ha corrido mucha
calle, distingue la gente buena y la gente canalla.
En
Canalejas, en la acera del muelle a la altura del semáforo, anochecido, un
pipado le encaró tras el desparpajo a su insidia solapada. Se iban a dar.
Diego-Saray le esperaba el primer golpe y entonces le abría la cabeza. Pasó un
coche de la Guardia
Civil y notó el desafío galluno, enchufando lo pilotos
azulados. Aquél huyó. Saray les agradeció a los guardias.
Se ha
violentado cuando le he negado que acompañe a Zuazo al médico y, después de
este marcharse en la ambulancia, ha bajado vestida para irse. Lo iba a hacer de
todos modos por la mañana a Sevilla. Adelanta las horas porque la cabeza le va
a estallar. No soporta más estar aquí, aquí en Cádiz, quiere irse sin que nadie
lo perciba. Expresa su agradecimiento y reconocimiento a lo poco bueno que ha
tratado y que está aquí, en este Centro. Los visajes vehementes se han ido
moderando con la charla, la excitación apaciguándose. Pero abandona igualmente,
dormirá en un cajero hasta tomar el bus por la mañana a primera hora. Ya habrá
cobrado la paga de los días diez.
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