Vienen coqueteando desde el día anterior, por
fin Tito ha encontrado quien responda a sus mimos, una retrasada. Es algo
paternal, didáctico, se sientan juntos en el comedor a hacer dibujitos y fuman
a la puerta de entrada. En el bar hay música del Barrio y Tito hace palmas y
taconeo; ella le ríe el salero con mueca alelada. Tito observa que se ha
cambiado los pantalones, se ha puesto el de pijama; el contorno de las piernas
y el trasero es blando; le señala con dedo experto un hilván.
Angelo Brevi pasea por la plazoleta, el aire
le sienta bien después de los lagrimones que ha vertido mientras decía que su
enfermedad es de morir; espera un centro en Málaga. La proximidad de su aliento
me causa aprensión. Le paso un clínex y se suena sangre; el bigote y la barba
gris y apelmazada. Hoy no ocurrirá como ayer: para guiarse le he dejado la luz
encendida del cuarto de baño, no se confunda de habitación y entre otra vez en
la de las mujeres a sacarse la chorra y orinar. Estaba como grogui. La fregona
echó chispas.
Por la mañana Tito hizo un comentario borde
al comentarle Mari Carmen Picardo la meada en su colcha; la contrahecha,
jorobada y coja; la de piel tersa y pelo caballuno. Es normal que Angelo Brevi
cause animadversión si hasta mi compañero se exasperó con él y le expulsó hace
dos días porque farfulló insultos, indignándole su reentrada. Y a mí: que debía
haber avisado a una ambulancia. ¿A una ambulancia por mear indebidamente?
El chiquito y rugidor Tito es como tantos
otros que atentan contra la presa herida y débil; está en su naturaleza
despiadada y carroñera. La chica se ha acostado (dice) y él me brinda la
lectura del diario porque no sé qué noticia pueda interesarme y también buenas
noches.
Al cabo baja Juan Cala con su infladura
pectoral, que cierra bajo cremallera, haciéndome un guiño de confidente.
- ¿Seguro?
Subo indignado y mis tintineos de llaves tras
la puerta del cuarto de baño no disipan el ardor de la acometida. Los jadeos
son quedos y acompasados. Puede significar la expulsión si entro, y no quiero
desmoronar un año de grupos, prácticas laborales y talleres en Luz y Agua. Ay,
Tito, Tito de Cái.
Aguardo en el extremo opuesto, cercano a la
cama de Brevi, al que he arropado maternalmente hasta la barba sucia. Tito sale
sigiloso de puntillas, con los zapatos en la mano, sin respirar, como en un
dibujo animado, la cazadora de cuero abierta. Me hago ver y me ve; pero
prosigue celérico escaleras arriba. La chica, asomada la cabeza, también me
diquela.
- Contigo tengo que hablar.
Es por la mañana, las caras soñolientas se
revuelven entre las sábanas, las habitaciones se desperezan entre crujidos de
puertas y chorros de lavabo. Tito ya se ha duchado, termina de vestirse, me
mira y asiente adusto y resignado.
Angelo Brevi pasó buena noche, apuntó
secuencialmente a la taza. Hay cometarios alrededor cuando la afectada
animación de Tito mientras baja las escaleras la sofoca mi indicación de entrar
en el despacho de dirección.
-
Sé qué me vas a decir –emite con voz apenada, mientras cierra tras de sí la
puerta y se coloca firme, las manos a la espalda y la mirada alta para
escucharme.