martes, 7 de mayo de 2013

Indeseables



  El bar ha pasado por varios dueños a lo largo de los años, pero solo al último se le ocurrió colocar un biombo de tela entre las mesas y la rampita de acceso al Centro. Es inevitable que en la plazoleta deambulen los usuarios, que fumen, que a veces riñan, que, en suma, ofrezcan un paisaje desdibujado y sórdido.

  En una mesa charlan dos chicas pizpiretas, en la del extremo, la última de la media docena. José Listán deambula y fuma cerca, embutido en su anorack de los rangers, las gafas de sol de diadema. No elude escuchar los comentarios que intercambian con el dueño cuando este se les acerca y les sirve. Si por él fuera, les comenta, levantaba un tabique entre medio para no ensuciar la vista de sus clientes con aquel paisaje. José Listán piensa que habrá quienes les molesten pidiéndoles tabaco, lo que no es su caso, ni tampoco ninguna costumbre de los demás, a tenor de las formas que se guardan y del natural abastecimiento que se da entre ellos. Si no es por esto, no entiende que un tal paisaje pueda agredir la vista a nadie que no sea en exceso remilgado o neurótico. El dueño se retira al interior del bar y las chicas prosiguen entonando la palabra "indeseables" mientras convienen en que el Ayuntamiento haría bien en favorecer estos modestos negocios con licencias de levantamientos de tabiques en plazoletas públicas.

  José Listán sólo comentó:

  - Si os parece podíais vivir en una burbuja a lo Michael Jackson.

  Antes de un cuarto de hora aparecen a todo trapo dos coches de "los zetas" para sofocar la bronca. El dueño salió como un energúmeno y la entabló con José Listán gritándole desgraciado, indeseable, maleante... e hijo de puta. La referencia materna no suele ser de buen gusto y José Listán recordó que la suya había muerto seis días antes de él salir de la cárcel, y que, a pesar del cáncer que soportaba, no dejó de visitarlo y luego telefonearlo de vez en cuando. Desconocía que su comportamiento en la plazoleta no influyera en la valoración que desde Luz y Agua o el Centro pudiera decretar una expulsión definitiva y verse obligado a recuperar su puesto en Canalejas (el sosiego de las noches de luna errante, el ruidoso día solventado entre sueños...), porque entonces no habría tenido reparos en asirlo del cuello o endiñarle un estacazo en la yugular con un lápiz (él no necesita navaja...). Se ha limitado a escuchar impasible las groserías y, a lo sumo, replicarle (su vozarrón y tono pasota nunca permitirá una interpretación ajustada) que dejara en paz la memoria de su madre.

  El jefe de "los zetas" se llama Paco y ha aparecido de paisano porque vive cerca y suele tener conectada la radio interna. Al oír el nombre de José Listán no ha dudado en desplazarse. Por bajinis le ha entregado un billete de diez euros al finalizar el altercado (eso no es nada comparado con lo generoso que ha sido otras veces) y le ha dado la razón con que la culpa ha sido del dueño del bar. “Vaya un ciruelo cómo se ha puesto, se hubiera merecido...”, sí, se hubiera merecido... Solo por lo que se han derramado (y no ha habido roces), han asegurado presentarse mañana a primera hora en comisaría a poner sendas denuncias.

   Es difícil cambiar una vida, pero está en el intento; en el sempiterno intento que a cada tanto se reanuda, gracias a la gente del entramado social que anda detrás y le apoya. En salud mental le tratan, lo que quiere decir que cabe escapar a su control la docilidad de su mente si no se medica. Sobrelleva los grupos de Luz y Agua a costa de su exigua capacidad para verse confinado entre cuatro paredes. Su inteligencia siempre apuntó a los trapicheos y no a la facilidad de comprensión que ahora muestra en algunas clases y talleres. Con cuarenta y dos años quizás no sea una persona acabada, destinada a acampar en la calle, a dormir en una colchoneta inflable de playa, bajo el techo de la entradilla de la agencia de viajes que cerró, frente a Canalejas; cerca de sus antiguos dominios en San Carlos, donde hubo forzado varios coches abandonados para convertirlos en los fumaderos de sus particulares clientes.

  Allí también disponía de un furgón para dormir, a donde el jefe de "los zetas" se le presentaba para obtener información. No es ningún héroe de película que eluda un trato de colaboración con la policía para ser confidente a cambio de hacer la vista gorda por haber violado la condicional o recibir material extraviado o una gratificación. Algunas de las más sonadas intervenciones que hubo por esta zona e incluso alcanzando al Puerto y Sanlúcar las facilitó él. No es un orgullo, es otra manera de negociar y sobrevivir. Bastante ha chupado cárcel desde los veintiséis años en que atracó a un anticuario en su casa. Lo tenía bien estudiado, la mujer y los hijos se habían ausentado. Él solo le propinó dos guantadas y lo sentó y ató a una silla. Sabía que cantaría al ponerle unas tenazas en el dedo meñique, le dio la combinación de las cajas fuertes y, oh sorpresa, había hasta ocho millones. Lo malo es que dejó las huellas dactilares; hubo de quitarse momentáneamente los calcetines para girar la ruedecilla.

  Lo de traer costo en lancha desde Marruecos es baladí en comparación con los exquisitos tiempos de paz que halló gracias a algunas mentes más abiertas. El encuentro con el político de IU, J. Anguita fue casual, cuando andaba por Bolonia. Quiso mostrar con él una deferencia económica y, a continuación, descubrió sus habilidades de jardinería, de cuando hizo un curso en una escuela botánica de Sanlúcar. Le dio la dirección de su chalé en esa zona, y al presentarse le mostró un jardín descuidado que, con el tiempo, y ya acogido en una caseta aledaña a la casa, limpió y reverdeció. A intervalos, sumó bastantes años de dedicación allí. Incluso se tomó la licencia de dedicar un rinconcito a una planta particular, para su provisión, a la que el político hizo la vista gorda. Indudablemente ha quedado la amistad, aunque con el tiempo la relación se haya cortado.

  Es posible que fuera bueno levantar un tabique en la plazoleta y darle facilidades a los modestos negocios que precisan ofrecer una imagen que se acomode a la atención de sus clientes. Además, para que así no estropeen el trabajo de la gente del entramado social que se desvive por sacar de la ruina a los indeseables.

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