Esa persona estaba borracha cuando golpeó sin
querer la botella de cristal que contenía alcohol farmacéutico para avivar el
fuego y cayó sobre la llama de la parrilla. Esa persona cogió un cubo de agua
sucia para sofocar el fuego que había prendido en sus piernas de niño de 9 años
al derramársele por encima el alcohol prendido. Esa persona se desentendió de
los cuidados de las enfermeras que le aplicaban ungüentos en el hospital contra
las quemaduras las semanas que convaleció. El médico dijo gracias a que le ocurrió
de niño renovaría la piel y hoy solo le quedan unas estrías en los muslos. A
esa persona no quiere nombrarla. Mi intuición no falla (por la cara que ha
puesto: pálida y transfigurada del esfuerzo en recordar): era su padre.
Y seguramente haya más historias aunque menos
espeluznantes para que la vida hiciera de él un luchador de calle venido a
gimnasios donde tras entrenar cuatro años se federó y estuvo compitiendo entre
los veintitrés y veintisiete. De ciento sesenta y dos peleas (con hervidero de
público apostante), no revela el balance de ganadas, perdidas y empatadas. Pero
asegura que era bueno. Y revisando de soslayo sus hechuras uno lo imagina con
menos peso, menos grasa y flaccidez, más fibroso y esbelto, pegando puñetazos y
patadas sobre un cuadrilátero. Aparte de Fullcontact practicó el Boxeo
Thailandés; pero esto clandestino.
Lo que hizo (según cuenta y queda constancia
en su expresión lábil y estupefacta) que alguna vez reparara callejeramente una
injusticia de las que acometen entre cuatro contra uno más débil para robarle
unas papelinas. Omite el grado de amistad con el enganchado pero el suficiente
para resarcirlo enfrentándose él solo a los cuatro y despachándolos doloridos y
tumefactos.
Aunque la más pertinente pelea vino a
continuación, a los tres días, con dos profesionales (esto lo remarca)
contratados por aquellos cuatro. Transitaba por la calle, se le acercaron por
detrás y mientras uno le susurraba al oído izquierdo: De hoy no pasa, el otro
le colocaba la hoja de una navaja en el lado derecho del cuello (muestra tres
marcas en ese lado, tres estrías blanquecinas en medio de la piel parda). La
reacción era de manual, codazo en el esternón con el brazo derecho, agarre de
la navaja con la mano izquierda, a todo esto la cabeza vuelta en sentido
contrario, desviada por el susurro del otro. Consiguió así dos cosas: una:
cortarse la palma de la mano izquierda (aquí no hay marcas), otra: tomar
distancia. El otro no iba armado, confiaba en sus solas fuerzas, lo que de poco
le valió, mientras el de la navaja quedó desarmado después de unos intercambios
con un certero golpe de pie en la muñeca que se la partió. La pelea fue más
elaborada (incluso cabe incluir una docta explicación del tipo de navaja:
japonesa, sin mango, ensartada por el anillo del extremo en el índice para
voltearla y clavar de abajo arriba o de arriba abajo), tanto como que todos
quedaron condolidos, y él mismo acabó desmayándose por la pérdida de sangre
(sobre todo del cuello, no de la mano). Los detalles de las lesiones que hubo
producido (fractura del esternón y de la muñeca a uno, de costillas y
tumefacción de ojo al otro) los supo en el trascurso del juicio, pues fueron acusados
de intento de homicidio y les cayeron siete años.