Se
reconciliaron, y al tiempo de partir Dilia le hubo prometido seguirle, tomar un
avión más adelante. En el aeropuerto de Jerez se besaron, "mi amor",
masculló él por enésima vez, plantándole una mirada de dulce fiereza. Dijo no
comprender qué clase de ponzoña le había inoculado, jamás había estado tan
enganchado a una mujer, tan colado, por lo cual se volvía celoso y agresivo
hasta atosigarla para obtener la relación de sus movimientos, en cada punto
clavando un hito de sospecha. En compensación ella se sentía protegida en aquel
entorno de alimañas, nadie se le acercaba a flirtear estando él, mucho se
guardaban de bromas y tonteos; ya lo decía Laura, la salmanteña de ojos-platos:
a la mujer que ven sola la pretenden desde un machismo anacrónico.
Ahora Dilia ha encontrado un amigo, no al
estilo de Fede, aunque bien que le hace planes de viajar juntos, de montárselo
en otro plano. Es joven, pecoso, propicio para proteguerse de los que babean
alcohol y manosean, los hay simpáticos, claro, en vías de desintoxicación, como
el Tito, cuya sola fealdad espanta (le oyó decir: Mollete necesito, Qué mal
está la cosa). Lo que quiere de este joven amigo es evitarse los acosos, nada
como se piensan de que va de un hombre a otro porque sí, maledicientes,
emocionalmente todo le recuerda a Fede, cada lugar, cada rincón, y no podría
verse reproduciendo las mismas escenas de amor en el mismo entorno con otro
distinto. Sabe que era un cabrón; pero le nació el amor, sin querer, incluso de
su acoso, aquel contraste mayúsculo entre ternura y violencia. La hermana que
tenía un carácter díscolo, intemperante, le sirvió de reflejo, la evocaba de
continuo, lo comparaba a ella: Mi hermana te hubiera zurrado, le dijo una vez,
enfrentando en la imaginación dos caracteres tan fuertes.
De regreso del aeropuerto encontró que habían
robado la tienda de campaña, cabrón, tuvo que disponerlo él mismo, que
revelaría el escondite al que detuvieron a los dos días, su amigo Luis, el del
perrito, menuda clase de amigos que no le desvelaba qué se traía con ellos, no
solo parecían aprovisionadores de hachís para el consumo (a ella no le
molestaba esto, si no lo profería pues así se calmaba)...
Allá en Neoquén se ha instalado en un piso,
gracias al padre, por fin se dejó ayudar, a ella le dice por facebook que la
espera, que la extraña, LA
EXTRAÑA, con mayúsculas. Dónde fraguaría ese carácter
enigmático tan poblado de lagunas, de vacíos sin rellenar, no suelta prenda si
no quiere, a lo sumo unas palabras de escurridiza liviandad, parece que hubiera
sido entrenado por un servicio de inteligencia, el israelí, de cuando estuvo en
el ejército, sabe callar, dilapida lo que esconde su memoria y sin embargo nada
olvida, es tan retentivo, tan observador, tan se fija en cómo un nuevo
presentado mueve las manos, los ojos, la boca..., que diagnostica si es de
confianza o no, y acierta. El hermano informático le vació al padre las cuentas
bancarias, es difícil adivinar en su caso cuál es su astucia, cuál su
habilidad, cuáles los ardides que le han bragado. En Neoquén quiere que se
reúnan, Dilia se lo prometió, dame tiempo, siempre que le pagara el pasaje,
Honduras es mucho más barato, descartado el procedimiento de expulsión, según
lo apuntado por el abogado de la
Cruz Roja. Fede no puede pisar España en tres años, ella en
diez, si aceptara. No descarta la posible vida de pareja, pero hay tanto que en
realidad no sabe, que es pura y simple intuición. La prioridad ahora es marchar
a Burgos, ya le dijo que allí tiene alguna familia, probará a ver si encuentra
trabajo, será después de una cita médica que le mire el brazo, no sabe por qué
le duele, consiguió una tarjeta de atención sanitaria por un año.
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