La explicación de Juan S., ese robusto y
bajito geiperman, es que se trata de un callo hembra, aquel que se le reproduce
con las botas de soldado. Si fuera callo macho, con una vez que se lo hubiera
quitado (arrancado de cuajo con los dedos y uñas) no se habría reproducido.
Pensó en acudir a un podólogo y explicarle su situación desfavorecida para que
le interviniera sin cobrarle, de manera altruista o caritativa. Mejor sería
así, que no, explica, dejarse intervenir y luego a la hora de pagar irse
aduciendo los mismos argumentos. Le parece tan natural que su rostro irradia
candidez, el callo hembra solo podrá ser cercenado por un experto, un podólogo,
que además conocerá la gravedad y molestia del mismo, y él, sin dinero, abundará
en una petición piadosa y humanitaria.
Un trabajador social, llámese équis, es el
culpable de que no haya percibido el salario social: se empeñó en que no le
pertenecía y perdió el precioso tiempo de dos meses de demora, sin lo cual, ya
lo habría cobrado. El rostro se le congestiona de rabia al recordarlo, ha
debido encontrar ya uno que sí se lo haya tramitado, lo cual demuestra la razón
que tenía. El cabrón.
Es difícil saber si alguna vez llegará, pero
si su convencimiento es tan veraz como la tediosa disertación sobre la
reproductividad asexual de los callos hembras y la castidad de los callos
macho, es probable que no llegue nunca. Es inentendible en alguien joven,
lozano, fuerte. En alguien que, al cabo de los días, tiene la feliz ocurrencia
de no insistir en calzarse las marciales botas de geiperman y cambiarlas por
unas menos rígidas, lo cual redunda en un indoloro roce del callo desgajado a
uñas y, por lo visto, su refrenada fertilidad, pues parece haber dado con la
solución.
Hace dos años vino con otra pareja, Clotilde,
y la asociación fue productiva en el sentido de rascar días y semanas de
estancia con buena compostura y reblandecidas súplicas al buen hacer de la asistenta
social, en contraste con esa otra faceta de pendencieros al nivel de los
"desapartados" como ellos. Impusieron su despotismo, sobre todo ella,
respaldada por él, en territorios comunes como el de la televisión y las
duchas, a parte del comedor de las monjas. Solo alguien como Bienvenido, el ex
legionario y ex carcelario de nariz ladeada, no se arredró, y en la plaza
Macías Retes les cogió por banda y les echó un rapapolvo que los hizo temblar,
porque habían avasallado a un ser débil que era amigo suyo. La presunción que
Clotilde hacía de su pareja geiper aflojó desde entonces. Finalmente se
esfumaron dejando un reguero de aversores.
Esta otra pareja, Verónica, es bien distinta,
e insufla una ingenuidad y hasta bondad sospechosa. No es mala influencia como
la otra. La asociación simbiótica da resultados, y aunque ella ha hecho planes
de okupar una casa, y los ha compartido con futuros socios, al final le puede
el mal que le pesa y el beneficio que le procura seguir los dictados de los
profesionales. Es verdad que la han operado de un quiste ovárico. Mejor. Es
aproximado a la verdad tanto como contradecir a Juan S. de la diferencia entre
quistes hembras y quistes machos, siendo el primero el que fatalmente reitera
las hemorragias. En este caso bien que preserva la intimidad de su pareja.
Los extemporáneos ingresos en el Clínico de
Puerto Real no son por las hemorragias sobrevenidas por un aborto inducido por
violación (solo hubo un ingreso a los tres días) sino por las ideas suicidas
que sobrevienen a su compleja mente. Ella se ha comprometido con los
profesionales (y solo así tendrá prorrogada su estancia y atención clínica) en
ingresar voluntariamente cada vez que presienta uno de tales episodios. El más
serio que sufrió data de 2006, en que entró en coma por sobredosis de benzodiacepinas.
Los términos psiquiátricos para describir los
rasgos de su mente que animan esta propensión son espeluznantes: trastorno
límite de la personalidad, ideaciones autolíticas, estresores múltiples desde
la infancia, ex politoxicómana, estrés postraumático, etc. El beneficio del
internamiento y subsiguiente regulación medicamentosa se perciben a su vuelta y
reencuentro con Juan S., no solo su pareja sentimental, sino su refuerzo en el
equilibrio emocional perdido en los tiempos inmemoriales de su infancia, al desestructurarse
la familia. Entre otras perversidades de la mente, la noche no le deja dormir
por acosarla pesadillas vívidas y terroríficas, lo cual la hace coincidir de
madrugada en el fumadero que constituye la puerta de la calle con Juan Menacho,
insomne por otros motivos: el efecto disipado del alcohol que ingirió antes de
acostarse (los temblores de manos lo demuestran).
El efecto beneficioso del seguimiento a que
se presta se percibe sensiblemente con los días: está menos inquieta, más
apacible, más calma. El apoyo del geiperman afable es incuestionable, caracterizado
de forma muy distinta respecto a la última vez y su última pareja, por lo que
poco importa que salvaguarde su privacidad con retóricas explicaciones sobre
los quistes hembras y machos, de comportamiento muy similar a los callos
hembras y machos. No dudo de que fuera capaz de hasta convencer a un podólogo
de la pertinencia de una intervención desinteresada de un quiste ovárico.
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