miércoles, 30 de enero de 2013

Esa persona estaba borracha



  Esa persona estaba borracha cuando golpeó sin querer la botella de cristal que contenía alcohol farmacéutico para avivar el fuego y cayó sobre la llama de la parrilla. Esa persona cogió un cubo de agua sucia para sofocar el fuego que había prendido en sus piernas de niño de 9 años al derramársele por encima el alcohol prendido. Esa persona se desentendió de los cuidados de las enfermeras que le aplicaban ungüentos en el hospital contra las quemaduras las semanas que convaleció. El médico dijo gracias a que le ocurrió de niño renovaría la piel y hoy solo le quedan unas estrías en los muslos. A esa persona no quiere nombrarla. Mi intuición no falla (por la cara que ha puesto: pálida y transfigurada del esfuerzo en recordar): era su padre.
  Y seguramente haya más historias aunque menos espeluznantes para que la vida hiciera de él un luchador de calle venido a gimnasios donde tras entrenar cuatro años se federó y estuvo compitiendo entre los veintitrés y veintisiete. De ciento sesenta y dos peleas (con hervidero de público apostante), no revela el balance de ganadas, perdidas y empatadas. Pero asegura que era bueno. Y revisando de soslayo sus hechuras uno lo imagina con menos peso, menos grasa y flaccidez, más fibroso y esbelto, pegando puñetazos y patadas sobre un cuadrilátero. Aparte de Fullcontact practicó el Boxeo Thailandés; pero esto clandestino.
  Lo que hizo (según cuenta y queda constancia en su expresión lábil y estupefacta) que alguna vez reparara callejeramente una injusticia de las que acometen entre cuatro contra uno más débil para robarle unas papelinas. Omite el grado de amistad con el enganchado pero el suficiente para resarcirlo enfrentándose él solo a los cuatro y despachándolos doloridos y tumefactos.
  Aunque la más pertinente pelea vino a continuación, a los tres días, con dos profesionales (esto lo remarca) contratados por aquellos cuatro. Transitaba por la calle, se le acercaron por detrás y mientras uno le susurraba al oído izquierdo: De hoy no pasa, el otro le colocaba la hoja de una navaja en el lado derecho del cuello (muestra tres marcas en ese lado, tres estrías blanquecinas en medio de la piel parda). La reacción era de manual, codazo en el esternón con el brazo derecho, agarre de la navaja con la mano izquierda, a todo esto la cabeza vuelta en sentido contrario, desviada por el susurro del otro. Consiguió así dos cosas: una: cortarse la palma de la mano izquierda (aquí no hay marcas), otra: tomar distancia. El otro no iba armado, confiaba en sus solas fuerzas, lo que de poco le valió, mientras el de la navaja quedó desarmado después de unos intercambios con un certero golpe de pie en la muñeca que se la partió. La pelea fue más elaborada (incluso cabe incluir una docta explicación del tipo de navaja: japonesa, sin mango, ensartada por el anillo del extremo en el índice para voltearla y clavar de abajo arriba o de arriba abajo), tanto como que todos quedaron condolidos, y él mismo acabó desmayándose por la pérdida de sangre (sobre todo del cuello, no de la mano). Los detalles de las lesiones que hubo producido (fractura del esternón y de la muñeca a uno, de costillas y tumefacción de ojo al otro) los supo en el trascurso del juicio, pues fueron acusados de intento de homicidio y les cayeron siete años.

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