viernes, 26 de julio de 2013

Es la primera vez



  Es la primera vez que recala en un lugar así, y la experiencia, si no grata, está siendo sorprendente e instructiva. En Málaga agotó el dinero que le quedó tras el divorcio, las perspectivas comerciales allí declinaron, zanjó el contrato de alquiler de una vivienda compartida. Aquí ha encontrado un terreno virgen, ha abordado a varias empresas y le han encontrado creíble y competente, factibles las posibilidades que él les ofrece de ahorrar dinero en el gasto de la electricidad aprovechando las promociones de unas u otras compañías. Las técnicas de trabajo comercial difieren de unos a otros, a él le interesa fidelizar al cliente, para lo cual no va a presentarle otra opción a los tres o a los seis meses como hacen otros, esperará al menos un año. Ya hay dos empresas que le han dado el visto bueno, una tercera está por decidirse, le harán trasferencia de su comisión y con este dinero podrá alquilarse un cuarto en una casa compartida. Ya ha visto algunas, las fotos por internet. Las hay de llaves en las habitaciones o sin ellas pero con respeto de la privacidad de los inquilinos. Depende de la selección que haga el dueño el que la convivencia sea agradable y llevadera, normalmente basta que nadie se desmadre y haga buen uso de las zonas comunes (cocina, baños...). Subirse una churri, si se hace con naturalidad y discreción, no está excluido.
  No fue una churri, expresión muy castiza, madrileña, la causa de su divorcio. Al menos reconoce que no con la misma habilidad esquiva de comercial que soslaya concretar la nueva empresa para la que trabaja desde que se diera de baja en Iberoconsulting, sospechoso en alguien tan preciso en los datos que expone. Los motivos fueron desavenencias en la actitud hacia las respectivas familias, lo cual, después de veinte años y dos hijas, una de dieciocho y otra de catorce, es tan plausible como si sucede a los diez años, a los cinco o recién casados. El proceso de interrelación con la familia política nunca se termina, y menos con la presencia de un eslabón insoslayable: las hijas, que son a su vez nietas, sobrinas y primas. El reparto fue convenido y satisfizo a las partes: a cambio de no pasar manutención por las hijas, él ha cedido el dinero de las cuentas, su cartera de clientes (trabajaban en la misma empresa), la tienda de chucherías, etc. Del chalé de Murcia le pertenece la mitad, pero difícilmente podrá embolsarse su valor mientras esté ocupado. El BMW y la moto de 600 son suyos, aunque ni es tiempo de venderlos, por el reducido valor de mercado, ni le interesa traerlos por la retirada del carné.
  Esto de la retirada del carné se debe a su afán por los coches y la velocidad, sobre todo desde que hizo un curso gratuito en la escuela del ex piloto de competición Emilio de Villota. Trabajaba entonces en Madrid de comercial para la Canon, y aquel, después de su retirada como profesional, regentaba varias tiendas deportivas. Le vendió varias máquinas fotocopiadoras y de envío de faxes. No se esperó la oferta del curso de conducción. Pilotó un bólido por el circuito del Jarama, a las afueras de Madrid.
  Hace menos de un año, en Barcelona, alternando con un colega en un bar, le ofreció conducir el coche que se acababa de comprar: un Aston Martin, el deportivo de James Bond. Perplejo y entusiasmado, se aseguró: “No me lo digas dos veces”. “Ahí tienes las llaves -y las puso sobre la barra-. Date una vuelta.” Sobrepasó los 250 km/h, no se pudo controlar ante aquella preciosidad, no había bebido nada. El radar le sacó la foto y la Guardia Civil lo detuvo más adelante.
  La intrepidez y el peligro se reviven en su rostro ovalado y con perilla redondeada no solo con la pasión por los coches y la conducción temeraria sino con las carreras de sanfermines. Ha sido un asiduo los últimos diez años, iba con un grupo de amigos y, de la primera experiencia, recuerda el momento de aliviar el gaznate antes del tradicional cántico y de verse tendidos al día siguiente en un parque durmiendo la mona. Luego ha sido más consciente y ha corrido con pericia, a partir de la famosa curva de estafeta, un tramo de unos veinte metros, ante la mirada severa del toro y la inquietante cornamenta de metro de anchura. En San Sebastián de los Reyes, Madrid, corría los minisanfermines y luego participaba en el concurso de quiebros, ganando más de uno. En una ocasión le llegaron a ofrecer una capea y no lo dudó, un cliente con un rancho, trescientos kilos de morlaco. Lo toreó bastante bien, cumplió así uno de sus sueños en la vida.
  Esto de saborear el peligro es una forma de sentirse vivo y de probarse el propio valor, lo que acaba convirtiéndose en una actitud en la vida y en la asunción objetiva de la propia capacidad y empeño para no quedarse nunca atascado. Este sustrato social ofrece la tentación a más de uno de amoldarse, aunque tenga que recurrir a la itinerancia por otros centros que forman parte de esta red y, en su caso, a estratagemas que en cada sitio les alarguen la estancia. Los proyectos anidan en su ánimo, por supuesto se irá a una habitación de alquiler en cuanto cobre las primeras comisiones, está confiado en que se abrirá camino y acabará recuperando el nivel anterior, calcula unos mil quinientos al mes. Piensa sacarse el título de patrón de embarcaciones recreativas y entonces hacer como un amigo de Valencia: comprarse un barco de dieciocho metros de eslora e instalarse a vivir allí; el balanceo no le incomodará, menos cuanto, como el amigo, le lucirá tanto que a cada poco se traerá una churri distinta. Tampoco descarta que las hijas vengan a disfrutar de esta golosa atracción y aparten por un tiempo la cómoda estancia en el chalé de Murcia junto a la madre.
  Lo observado de esta experiencia le induce a pensar si estos centros no servirán para el mantenimiento de la pobreza, a tenor del porcentaje de personajes que se detecta inscrito a este tipo de vida, y, en su caso, para dar cobertura a pequeños delincuentes como R Espinola, a quien vino a buscar el otro día la policía. El joven de Vejer por lo visto ya tenía antecedentes de robo con violencia, se encontraba con la madre y la hija, también de algún pueblo del interior. Le gustaba esta última y por algún pequeño enfado repentino la tomó con un viejo de unos setenta años que se le cruzaba en ese momento. Lo increpó diciéndole que le ayudara con dinero porque estaba en la calle, harto de esta vida. No lo dejó reaccionar, en seguida se abalanzó sobre él, en el suelo le apretó el cuello con las manos y, debilitado, le quitó la cartera y huyó. Pasó por el Centro para retirar sus pertenencias y cambiarse de camiseta. Obró con bastante presteza y cálculo, seguramente salió pitando de la ciudad con los ochenta euros embolsados. La policía retuvo una noche en el calabozo a la chica y luego la soltó, no había intervenido para nada, ni imaginaba el paradero de él.
  A propósito de la madre y la hija, causan un efecto extraño, una complicidad morbosa que se manifiesta, por ejemplo, en su desinhibición a la hora de morrearse juntas con los respectivos novios.
  Él es de Chueca, un barrio castizo de Madrid, y, por desgracia, vivió el proceso de trasformación de muchos amigos hacia la delincuencia. Todos eran hijos de padres con oficios modestos, que le brindaron una buena educación: estudiaron en los escolapios. La droga, el dinero fácil, la delincuencia les trasformó. Él supo mantenerse al margen, nunca consumió, le bastaron sus habilidades comerciales, su tesón y su deseo de aprender para prosperar. Le pasó alguna vez que alguno de aquellos amigos le salió al paso al doblar una esquina de su barrio esgrimiendo una navaja. Hasta que no se reconocieron pasaron momentos de tensión e incertidumbre. Otros parece que se organizaron mejor y no se dedicaron al asalto de transeúntes inocentes sino al atraco de alguna que otra farmacia o joyería. Qué pena de barrio, de mala fama, con lo castizo, humilde y ejemplar que había sido.

miércoles, 24 de julio de 2013

Aquello es un laboratorio



  - Aquello es un laboratorio. Desde las siete de la mañana a las once de la noche: terapia, terapia, terapia. Me colocan una silla enfrente, bajan las persianas para que todo quede en penumbra y me dicen: imagina que ese es tu padre. Te lo juro. Llegué a creérmelo. Me descargaba sobre la silla pensando que era mi padre. Yo debía odiarlo por ser alcohólico y haberme malcriado. ¿Cómo puede ser eso? ¿A mi padre? Bueno; supongo que era una forma de quitarme los resentimientos, de sacarme la rabia. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Sacarme la rabia. A eso te enseñan. –Está visiblemente alterado, la voz es rasgada y rotunda, hace aspavientos bruscos y gesticulaciones para ilustrar lo que cuenta. Ha señalado a una silla imaginaria en medio del vestíbulo para recrear aquel episodio del padre. En los sillones hay dos oyentes más. Tiene un tatuaje a lo largo del anverso del brazo, una especie de dragón, que parece que dance en el aire y escupa fuego. – Después de un año machacándote sé un taco de psicología. He aprendido a ponerle nombres a los sentimientos, antes no tenía ni puta idea, mi interior era un caos. Ahora sé verme a mí mismo y decirme: me pasa esto, me pasa lo otro. Tengo rencor, rabia, miedo, soy deshonesto, hago pillería, entro en contrato, morboséo, salgo de padre, ironizo, pierdo el respeto, me victimizo. Podría abrir un gabinete. ¿Y todo para…? Mierda. Mentira que te quiten la etiqueta. La etiqueta de drogadicto la llevarás siempre. –Hace una pedorreta colocando en rosco el índice y el pulgar sobre la boca -. La etiqueta la puedes doblar, girar, poner bocabajo, disfrazar. Pero la llevas siempre encima. Y para un trabajo, centro, lo que sea, te la descubren. Estas marcado de por vida. –Para ilustrar la metáfora de la etiqueta hace uso de la que hay en el interior del cuello de su camiseta: la dobla, la gira, la voltea. – Eres un drogadicto aunque ya no consumas. –Pedorreta-. Y me echaron por medio pollo. Después de un año. ¡Medio pollo! Un año en aquel laboratorio y por medio pollo me expulsan una semana. Claro; salí quemado, y aunque pude retomar, se me cruzó una piba en el camino. Menuda piba. Un año sin mojar y aquella que me lo pedía a gritos, que se me abría de patas. Pues hala, ni diez minutos tardé en seguirla. –La agitación también lo lleva a ejecutar una especie de coreografía, tosca y exagerada. Es imaginable cómo ilustra el encuentro con la piba-. Y no era buena. ¿Quién era bueno, si hasta a mi padre debí despreciarlo? Por eso recaí. Ahora llevo seis meses sin drogarme, pero estoy quemado. Mi hermano no quiere que viva con él y con mi padre. ¿Por qué? Porque teme que estalle y le suelte en su cara, delante de mi padre, que ha consumido conmigo. Menudo cabrón hipócrita. Estoy quemado, en la calle, con 41 años. La vida no es justa conmigo, es una putada. Lo único que se me ocurre es quitarme la vida. –La voz se vuelve todavía más desgarradora-. ¿Sabe por qué no me quito la vida? Por cobarde que soy. El día que sea valiente, acabo con tanto sufrimiento. Me tiro de un sexto. Esto no es vida. Dando tumbos, sin saber dónde ir, cada vez con menos bolsas, tirando cosas. Rabia. Rabia es lo que llevo dentro. Mucha rabia. Al menos me enseñaron a sacarla, a exteriorizarla, y es lo que estoy haciendo ahora. Ya le había reconocido, ya. No me olvido de usted. Pero no quise decirle nada. Estoy pasándolo mal. Anímicamente estoy fatal. Deprimido. Y así no tiene uno ganas de conversar ni de nada. Me siento hundido, asqueado, rabioso… En fin. Algo me he descargado. ¿Y usted? ¿Sigue tocando la guitarra?

jueves, 18 de julio de 2013

La policía se apea del vehículo



  El policía se apea del vehículo, que queda obstaculizando el camino al Castillo de San Sebastián. En el poyete está sentado Carita de Plata. A su espalda un paño de arena de la playa la Caleta.
  -Buenas días.
  -Buenos días.
  -Huele raro por aquí -dice el policía.
  -A saber lo que fumará la gente -Carita de Plata no esconde el porro; tampoco hace ostentación del mismo. Las gaviotas retozan sobre el arrecife (quizás entre ellas, la de las alas rotas de su poema). Las olas rebañan las lajas.
  -Por lo menos podía haber disimulado. Haberlo tirado.
  -¿Por qué? Si me está gustando mucho.
  Carita de Plata habla con la parsimonia de un gnomo gitante, afeitado el bigote, la barba canosa y amplia.
  -¿Sabe usted que yo le podría causar problemas?
  Carita de Plata hace una mueca sarcástica, la boca despojada de dientes. Le repellizca la chulería, le da pie a sacar la suya madrileña. Ahora sí hace ostentación del porro. Da una larga calada. Sopla el humo, no directamente a la cara del policía, sí creando una espesa y aromática nube alrededor.
  -Oiga, joven -habla pausando las palabras-. Qué problema me va a causar. ¿Ponerme una multa? Si le hace ilusión: una o diecisiete. Lo mismo me da. No pienso pagarlas. Soy "disolvente" -usa esta palabra a propósito, en vez de insolvente-. Duermo en el Centro y como en las monjas. El único problema que me pueden causar a mi edad y en mi situación es que me dejen embarazado.
  El policía que había quedado en el vehículo chista a su compañero para que lo deje. Así hace, se retira sin más, entre escarnecido y prudente.
  Carita de Plata disfruta de su triunfo.

jueves, 11 de julio de 2013

Me acuerdo de usted



  -Me acuerdo de usted –la voz afónica y triste -. Hace dos años. Iba por San Fernando, por donde el Mercadona, cerca de la estación, con un grupo de chavales. Me saludó. Me preguntó qué tal. Charlamos. Le pedí cincuenta céntimos y me dio dos euros. Sí. Me acuerdo bien. Usted no se acuerda. Pero yo no me olvido – la cabeza alargada haciendo leves ondulaciones, los ojos brillando al rememorar con agradecimiento un gesto irrelevante-. He estado muy mal. A punto de morirme. Estuve ingresado. El médico me dijo: A la próxima que bebas, la palmas. Y llevo ya dos meses sin tomar alcohol. Menudos dolores de hígado. Aquí –se señala el costado -. Y además sin comer. Cuando bebo, ni como. Paso uno o dos meses sin comer, así estoy de flaco, ¿no me ve? - la delgadez acusada, escualidez más bien-. Tengo cuarenta y ocho años y necesito no probarlo más, ya no hago más el burro. Pero es que estando solo, durmiendo en la calle… He cometido errores, vale. No he controlado el alcohol. Mi beber es pacífico, eso sí. Sin dañar a nadie, solo a mí mismo. Todavía me dan los pinchazos ¿sabe usted? Aquí. Aquí en el hígado. Esto es el hígado ¿no? – la camisa holgada se arruga sobre el costado-. Pues sí… Sí que me acuerdo de usted. Me dio dos euros. Hace dos años.

sábado, 6 de julio de 2013

Mi viejo



Mi viejo se ha quedado sin tele.
He venido y le he sacado de la cama
y sus ojos de ciego han despegado hacia mi voz
y su voz fuerte y amable ha mitigado mis disculpas
por despertarlo: - No seas tonteras.
Había dejado la puerta abierta sabiendo que venía.
La de la calle. No temiendo que nadie entre y le robe
o le de un palo que lo lisie o la guadaña le siegue el cuello.
Sabía que yo vendría a ver al presidente de la comunidad para
pagar los retrasos involuntarios a ver si reponen la luz y la antena común
redirecciona su canal favorito de series repetitivas que lo distraen a medias.
Zafia comunidad, que de envidias y mezquindades
se ofusca y reniega.
Ha caminado despacito hasta el sillón de la salita, y me fijo en
su enflaquecida estampa. Ha perdido tanta masa muscular de cuando era
robusto y recio. El corte de labriego de sus años mozos; luego negociante
garbancero; luego trotamundos interino.
Enciende un cigarro. Le cuesta atinar la llama del mechero.
- Aquí te espero.
¿Dónde si no?
- Eso; no te vayas a largar.

He vuelto de pagar su parte y de escuchar al presidente las
miserias vecinales y quien no paga y quien pincha la luz de la escalera.
Le he informado a través de la espesa niebla de tabaco que agrisa su pose
sabia desmañada. Estará una semana sin tele a ver si así la privación y la estupidez
regurgita los dineros.
No se queja.
- Qué le vamos a hacer. Nos aguantaremos.
El mueble delante con la pantalla plana gigante que enciende para que seleccione
el número de canal que verá dentro de una semana. El icono parpadeante desplazándose
como chatarra espacial: silente y a punto de salirse de su órbita encerrada en un cuadrilátero. Apaga con los dedos de uñas chamuscadas
y posa el mando sobre la mesilla del agua y las pastillas anticoagulantes y los paquetes
con fotos nauseabundas de cánceres privados.
Tiempo de guardar silencio y de respirar las horas tic tac amigo del paso desperdigado de la gente por la calle a la que da su bajo y del almacenero maricón es broma buena gente que abre más tarde en vacaciones porque no hay colegio. El visillo traslúcido aleteando tenue como ala de mariposa que agoniza dulcemente expirando por la ranura insellable del ventanal acristalado.
Dentro de una semana acrecerán las pellejas de la papada, los ojos tras las gafas acusarán más aún su pasmo invidente, las extremidades de los dedos estarán más denegridas, la ropa más descolgada por la consunción del cuerpo, el pelo franciscano
orillando la calva más largo y puntiagudo si es que la chica no se decide
a cortarlo que ha asegurado se traerá las tijeras.
La radio bajo la almohada para borbotar hediondeces desde las cinco de la mañana
si no la apaga y aguarda en el silencio los primeros pasos callejeros antes del desperezo y del café de las siete más negro que alquitrán vertido.
- Qué más da, tonteras. Ya vendrá.
La luz comunitaria, empuñadura de la puja vecinal. La tele.

Y viene al día siguiente. Para todos, por pagar él, yo, sus retrasos involuntarios.
Los demás aún remilgan. Total: para distraerse con la misma pamplina repetitiva mejor apagarla una semana.
- Tonteras.

martes, 2 de julio de 2013

La jefa dio un telefonazo



  La jefa de As. Soc. dio un telefonazo y Carita de Plata está acogido en el Centro por unos días, pisando el de su cumpleaños: 57. Reposa la mirada triste sobre el cajón de portería, en la sala de televisión una película intrascendente que provoca comentarios vocingleros que hay que acallar. Los mosquitos nos sobrevuelan, realizando un ataque encadenado. Tiene planes para mañana, día de su cumpleaños, los cuales me traslada, por si puedo apuntarme a algunos. A las dos de la tarde, una cap en el Albahicín: una especie de sangría refinada, a base de rioja, quantró, etc. Ha convocado a una veintena de amigos. A las siete y media la continuación en el Flamingo. Está animado. Le muestro un par de libros de poemas que he sacado de la biblioteca. De Mario Benedetti lee "una mujer desnuda y en lo oscuro", y recuerda la versión de Serrat. Es un experto declamador, acomodándose a la apacibilidad del momento, sin volumen ni estridencia, con modulación y sentimiento. Los versos en su voz algo cascada son densos y tangibles. De Claudio Rodríguez lee sin llegar a terminarlo "lo que no se marchita", retrotrayéndolo a la infancia.
  -Decía Borges que la patria del hombre es su infancia.
  Y yo principio confusamente unos versos de Machado que él retoma y recita de memoria hasta el final. Es el poema "Retrato".
  -Desconocía que fuera tan largo -apunto al acabar.
  Recordamos el polo opuesto del periplo vital de Antonio Machado, la marcha a Francia por la guerra, bordeando la costa levantina. Cuenta que cuando presidía la Asoc. Cultural en Madrid montaron una representación sobre el mismo. Entonces colaboró el actor Manuel Galiano, el que debutó en la Tv en el programa de Narciso Ibáñez Serrador con la historia de Edgar Allan Poe "El reloj". Aquí hacía de sirviente del judío relojero al que llegó a sepultar vivo.

  Por la mañana toca café en el Club Caleta, es una buena forma de iniciar el día de su cumpleaños. Se nos une Paco, unos cuarenta años, alto, ampuloso en los gestos y el habla, de corte amanerado pero con hijos. La camisa verde claro con un dibujo fosforescente, viste con gusto. Lebrijano que ha vivido en Canarias muchos años, trabajando en hostelería. Es un experto cocinero. Lo conozco de hace tres años, ha perdido un trabajo en Jerez porque ha recaído en la cocaína. El programa a que se sometió muchos años le sirvió, habla bien de él, pero se han combinado circunstancias adversas, cuyo golpeo y frustración no ha podido contrarrestar de otra forma. Carita de Plata habla mal de dicho programa. Eleva la voz mientras caminamos por la calle Virgen de la Palma. La discusión se prolonga hasta que llegamos al Club. Con voz áspera y gruñona:
  -Estuve 20 días y al psicólogo le acabé diciendo: ¡Yo no he venido aquí a recibir un curso de mala educación!
  Paco defiende que le sirvió para conocer muchos aspectos de sí mismo, pues la droga es una consecuencia de debilidades que desconocemos y es necesario reforzar. La de él igual tiene que ver con raptos de violencia como el que le obliga a personarse mañana en Sevilla a un juicio por amenazar a un hermano suyo durante una boda. Estaba en sus menesteres de cocinero cuando apareció aquél achispado y le propinó una bofetada sin más. Con el cuchillo de trocear pollo que asía en ese momento se revolvió contra él. Dice que al contener su arrebato, lo descubrió en la mano, como si se lo hubieran puesto allí. Avisaron a la Guardia Civil. Da por sentado que la resolución del juicio le será favorable.
  El Club Caleta está sofocante, serán los motores de los refrigeradores que despiden calor, el aire solo se renueva por la puerta, no hay ventanas. Las mesas que al medio día se sacan para servir pescado fresco a los forasteros y turistas están apiladas de forma desordenada. En la barra se acoda Jesús Moreno con un café, compañero de habitación de Carita de Plata. De noche lo escucha respirar con un ruido de tuberías que pierden agua; así se le va la vida; le menos de un año, y eso que es joven.
  Nos acomodamos en el poyete de fuera, cara a la playa y las barcas. Carita hace alarde de conocer gente. Le saludan llamándolo artista. También él saludo a un viejales que camina por la playa. Dice que todos los días del año se toma un baño mañanero. Él le imitará dentro de un rato.
  El padre de Paco casualmente ha publicado un par de libros de poesía en Lebrija. No es el estilo de Carita de Plata, cuya barba de gnomo gigante exhibe algunos pelos enhiestos que temblequean mientras habla. Se autodenomina poeta público. Algo así como las putas, pues se siente más desnudo sobre el escenario al recitar una de las sus poesías que si hiciera un striptiese.
 Después de dar cuenta de los cafés y las tostadas de foie gras Carita de Plata aprovecha una ausencia de Paco para reiterar una petición que me había hecho por bajinis antes de salir del Centro. Lo del préstamo. Claro; quién iba a costear los vinitos para celebrar su cumpleaños. Y además que necesita recargar el móvil para llamar a sus hijos.
  Paco y yo hemos dejado a Carita de Plata en el Club Caleta y antes de auparme en la bicicleta para alejarme me pide prestado para el viaje a Sevilla mañana. Decididamente la banca está en crisis.

  Es de noche y la tristeza se cierne sobre el cumpleañero de barba abundante y blanca. De veintitres amigos convocados en el Albahicín asomaron solo dos. Luego por la tarde en el Flamingo estuvo más animada la cosa. Recitó, y entre sus oyentes estaba el padrastro del pintor que lleva el taller cuyos cuadros de los alumnos se exponen allí. Es profesor de literatura en un Instituto.
  Pero fue peor que no le llamara ningún hijo por teléfono. Raro es olvidar esta fecha. Usó el suyo para contactarlos, y tampoco tuvo éxito. El abatimiento se observa en su rostro, enrojecido por la carga del día, copiosa de vino, porros y éxtasis recitativo, con guitarrista de fondo.
  Sí le telefoneó Francesca, que trabajaba en la Isleta y marchó a Italia. Lo hizo desde Padua; no marchó con ella aunque se lo ofreció, porque está decidido a quedarse en Cádiz. Ya la asistenta de María Arteaga ha accedido a empadronarlo aquí tras los intentos de convencerlo de que si lo hacía en Valladolid, a donde vivió el pasado año, optaría a una paga. Prefiere renunciar a la paga. No le van a imponer a su edad dónde quiere quedarse a vivir.
  Francesca ha sido un amor. La echa de menos. No tiene miedo a amar, aunque el amor comporte dolor. Desde que nacemos, explica, nos acostumbramos a ser amados, sobre todo por la madre. Y conforme crecemos y nos angustia el hecho de vivir queremos seguir siendo amados; es una gran preocupación; por eso repelemos a quienes no nos aman. Él en cambio ha descubierto el valor de amar en una sola dirección, sin esperar nada ha cambio. Ha descubierto que la acumulación de tanto dolor causado por amar sin manejar el freno de mano da al final una gran paz interior. La calma del sabio. De Francesca lleva en la muñeca una pulsera de tela que le regaló con su nombre. Está algo deshilachada.
  Hubo una noche que durmió en su casa, la única, a pesar de que le había ofrecido alojamiento permanente. Fue la que abandonó el Centro por la amenaza de su entonces compañero de habitación José Luis Listán, actualmente un bulto aposentado en Canalejas. No le temía, sencillamente evitaba problemas: la sorpresa de un ataque nocturno con la navaja que mencionó llevar, aunque no la mostrara. No había otras camas desocupadas y el otro vigilante desestimó permitirle extenderse en los sillones del hall. Se presentó en la Isleta y al grupo de conocidos le espetó: "No tengo dónde dormir esta noche." Recibió cuatro ofertas; aceptó la que más gusto tenía.
  De alguna manera conviene conmigo en que le gusta poner en la picota a la humanidad. Es decir, a la humanidad de su más inmediato entorno. Exponer un problema que le atañe, o que atañe a alguien por quien se preocupa, y esperar la reacción, si la hay. La reacción humanitaria. Así es cómo recibió un colchón del gitanito de la Viña cuando eventualmente durmió en un local, reaccionando el primero de un grupo numeroso. O cómo encajó la negativa de un compañero conserje de abrirle la ropería fuera de horario para buscarle una camiseta al napias que duerme bajo los porches de la plaza de Capuchinos. El día que durmió en casa de Francesca fue una reconfortante e inigualable reacción humanitaria.
  -En efecto. Soy como Zeus, que se disfrazaba de hombre para ponerlos a prueba y decidir si merecían su favor.
  Por las barbas y el tridente de los dientes yo lo hubiera asemejado a Poseidón.