jueves, 18 de julio de 2013

La policía se apea del vehículo



  El policía se apea del vehículo, que queda obstaculizando el camino al Castillo de San Sebastián. En el poyete está sentado Carita de Plata. A su espalda un paño de arena de la playa la Caleta.
  -Buenas días.
  -Buenos días.
  -Huele raro por aquí -dice el policía.
  -A saber lo que fumará la gente -Carita de Plata no esconde el porro; tampoco hace ostentación del mismo. Las gaviotas retozan sobre el arrecife (quizás entre ellas, la de las alas rotas de su poema). Las olas rebañan las lajas.
  -Por lo menos podía haber disimulado. Haberlo tirado.
  -¿Por qué? Si me está gustando mucho.
  Carita de Plata habla con la parsimonia de un gnomo gitante, afeitado el bigote, la barba canosa y amplia.
  -¿Sabe usted que yo le podría causar problemas?
  Carita de Plata hace una mueca sarcástica, la boca despojada de dientes. Le repellizca la chulería, le da pie a sacar la suya madrileña. Ahora sí hace ostentación del porro. Da una larga calada. Sopla el humo, no directamente a la cara del policía, sí creando una espesa y aromática nube alrededor.
  -Oiga, joven -habla pausando las palabras-. Qué problema me va a causar. ¿Ponerme una multa? Si le hace ilusión: una o diecisiete. Lo mismo me da. No pienso pagarlas. Soy "disolvente" -usa esta palabra a propósito, en vez de insolvente-. Duermo en el Centro y como en las monjas. El único problema que me pueden causar a mi edad y en mi situación es que me dejen embarazado.
  El policía que había quedado en el vehículo chista a su compañero para que lo deje. Así hace, se retira sin más, entre escarnecido y prudente.
  Carita de Plata disfruta de su triunfo.

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