Mi viejo se ha quedado sin tele.
He venido y le he sacado de la cama
y sus ojos de ciego han despegado hacia mi voz
y su voz fuerte y amable ha mitigado mis
disculpas
por despertarlo: - No seas tonteras.
Había dejado la puerta abierta sabiendo que
venía.
La de la calle. No temiendo que nadie entre y
le robe
o le de un palo que lo lisie o la guadaña le
siegue el cuello.
Sabía que yo vendría a ver al presidente de la
comunidad para
pagar los retrasos involuntarios a ver si reponen
la luz y la antena común
redirecciona su canal favorito de series repetitivas
que lo distraen a medias.
Zafia comunidad, que de envidias y
mezquindades
se ofusca y reniega.
Ha caminado despacito hasta el sillón de la
salita, y me fijo en
su enflaquecida estampa. Ha perdido tanta masa
muscular de cuando era
robusto y recio. El corte de labriego de sus
años mozos; luego negociante
garbancero; luego trotamundos interino.
Enciende un cigarro. Le cuesta atinar la llama
del mechero.
- Aquí te espero.
¿Dónde si no?
- Eso; no te vayas a largar.
He vuelto de pagar su parte y de escuchar al
presidente las
miserias vecinales y quien no paga y quien pincha
la luz de la escalera.
Le he informado a través de la espesa niebla de
tabaco que agrisa su pose
sabia desmañada. Estará una semana sin tele a
ver si así la privación y la estupidez
regurgita los dineros.
No se queja.
- Qué le vamos a hacer. Nos aguantaremos.
El mueble delante con la pantalla plana
gigante que enciende para que seleccione
el número de canal que verá dentro de una semana.
El icono parpadeante desplazándose
como chatarra espacial: silente y a punto de
salirse de su órbita encerrada en un cuadrilátero. Apaga con los dedos de uñas
chamuscadas
y posa el mando sobre la mesilla del agua y
las pastillas anticoagulantes y los paquetes
con fotos nauseabundas de cánceres privados.
Tiempo de guardar silencio y de respirar las
horas tic tac amigo del paso desperdigado de la gente por la calle a la que da su
bajo y del almacenero maricón es broma buena gente que abre más tarde en
vacaciones porque no hay colegio. El visillo traslúcido aleteando tenue como
ala de mariposa que agoniza dulcemente expirando por la ranura insellable del
ventanal acristalado.
Dentro de una semana acrecerán las pellejas de
la papada, los ojos tras las gafas acusarán más aún su pasmo invidente, las
extremidades de los dedos estarán más denegridas, la ropa más descolgada por la
consunción del cuerpo, el pelo franciscano
orillando la calva más largo y puntiagudo si
es que la chica no se decide
a cortarlo que ha asegurado se traerá las
tijeras.
La radio bajo la almohada para borbotar
hediondeces desde las cinco de la mañana
si no la apaga y aguarda en el silencio los
primeros pasos callejeros antes del desperezo y del café de las siete más negro
que alquitrán vertido.
- Qué más da, tonteras. Ya vendrá.
La luz comunitaria, empuñadura de la puja
vecinal. La tele.
Y viene al día siguiente. Para todos, por
pagar él, yo, sus retrasos involuntarios.
Los demás aún remilgan. Total: para distraerse
con la misma pamplina repetitiva mejor apagarla una semana.
- Tonteras.
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