viernes, 25 de mayo de 2012

Dione. Tarjeta residencia

Había visto otras figuras negras
por la calle
y me entretuve en observar con disimulo
si alguna fuera él
a veces entre grupos de amigos blancos
otras en una pachanga de fútbol,
con una pincelada carbón basculando,
otras entre los vendedores ambulantes
de cueros y gafas.

Esta mañana sí era él,
nos cruzamos desde aceras opuestas,
atendemos la respectiva estampa,
como si él también hubiera tanteado en
otras siluetas este encuentro,
son varios segundos de indecisión
hasta identificarnos
y cruzar yo con la bicicleta.

La casualidad de un clásico la tarde anterior,
nos brinda el tema,
- Me acordé de ti anoche. Me dije: estará
pegando botes...
Los aspavientos y mohines ampulosos, emotivos y
calmos, me los esperaba,
es intratable al defender a su equipo,
todos fieros argumentos en contra del sempiterno
rival.
- ¿Dónde lo viste, en Cardjin?
- En Puerto Real
Imagino un efervescente grupo de senegaleses
frente al televisor, esta vez no un chamizo en Dborno
con una parabólica en el techo.

En cuanto a él...
- Gamberro...-le tengo que endosar, por haber faltado
a una cita médica para la rodilla.
- Me dijeron un día, y luego era otro.
Es lo que le ha obligado a abandonar el Conil B, ya
quería el entrenador hacerle la ficha pero las molestias
eran insoportables.
- Los viernes jugábamos contra el Conil A, y yo metía
muchos goles.
Me pregunto si alguna vez demostrará que sus simpáticas
fanfarronadas no son tales. Lo mismo al decir que él no
hubiera fallado lo que falló el bota de oro. El acento
de un entusiasmo pueril, extrañamente convincente.

Le han aprobado la tarjeta de residencia.
- ¡Enhorabuena!
Mi efusión es sincera, nos apretamos la mano, su dentadura
marfileña destella a contraluz del sol mañanero.
Hace dos semanas. Ahora en Luz y Agua le han hecho autónomo
y le pagan dos meses de impuestos, él se tiene que buscar la
vida, hasta ahora sin éxito en la venta ambulante. Al cabo
del año tiene que acreditar seis meses si quiere renovarla.

Le observo menos delgado, dice él que no, no come, no lo
necesita, apenas cuatro caldos se malcocina en Cadjin, y
los cafés con pastas de Luz y Agua. En los Fosos sigue
yendo a algunas pachangas, sin forzar la rodilla, claro,
no la fastidie del todo; la izquierda, que aunque es diestro
también la maneja.

Nos despedimos y él camina botándole la mochila al hombro,
el aire de dromedario del desierto, con curiosa vestimenta
colorida que es como una tentativa estrafalaria de
occidentalizarse en la moda. O es la moda de los juegos
de barrios, o entre chozas, o de los mercados, cada vez
más rácanos en turistas.

-¡Mierda!

   –¡Mierda!
   Lanza una tarascada contra el tablón al no verse en la lista.
   –¡Plaf!
   Debiera condolerse de la mano, pero más le duele no trabajar. Hablará con su cuñado.
   Con su ex cuñado debería decir, pues si su mujer ya no es su mujer sino su ex mujer, su cuñado debe ser su ex cuñado.
   –¡Cuñado!...
   El cuñado ya imagina a qué viene, y más con solo ver la cara que trae: echa humo por los orificios nasales y el pelo se le ha erizado.
   –Ya sé Juan, no me lo digas.
   –Sí te lo digo. ¿Es que no puedes hacer nada?
   –Sabes que no, que por encima de mí hay otros...
   Juan Pájaro se pasma, hincha la barriga y truena:
   –¡Tú estas encarajotao!– y se retira.
   –La semana que viene llegan dos barcos. Haré todo lo posible porque te convoquen...
   El cuñado se pasa el pañuelo por la frente y se deja caer en el asiento ante el escritorio.
   El consignatario de buques donde trabaja el cuñado y para quien lo hace Juan Pájaro cuando aparece en la lista se llama Fletamentos Cádiz. La convocatoria de hoy para descargar el próximo lunes el Cape Batleras, de bandera liberiana, que trae un cargamento de carbón desde Besmon Texas. Los dos barcos a los que se ha referido el cuñado y que arriban la semana que viene son el Blumarlin, de bandera portuguesa, que partirá de Cádiz con destino a Thessalinki, y el Argelia I, de bandera panameña, que viene de Oran con destino a Mombasa. Ambos cargarán harina en los muelles de la zona Franca.
   Juan Pájaro se dirige al bar ambulante a la puerta del edificio Atlas. Por el camino piensa en los dieciocho años de trabajo en Astilleros y los cinco para Fletamentos. En Astilleros entró de joven. Después del bachillerato en el colegio Salesianos, a la escuela Taller de Astilleros de Puerto Real. Cuando acabó aquí entró en Cádiz, de soldador. La bronquitis que padece es del polvo inhalado durante tantos años. Entonces era propicio a liar la pajarraca. Actualmente también, claro. Pero en aquellos años a muchos iba a afectarles la privatización de los Astilleros, de ahí que los alborotos se produjeran y él solidariamente se convirtiera en un cabecilla. Ingenió una huelga de una hora en la que no trabajaron en todo el día. Sencillamente, al depender unos trabajos de otros, bastó que a horas distintas le declarasen en huelga oficios distintos. También encabezó una caminata a Sevilla. Además de algún cachiporrazo de la policía también consiguieron seguir adelante. El último año se aficionó a denunciar en el Diario de Cádiz a los altos cargos de Astilleros. Es verdad que los tiempos habían cambiado, que ya no había tanta necesidad como para que un operario hurtara una docena de tornillos o un par de hilos de cobre con que sacase unas perras, pero evitar que esto sucediera más despidiéndolos, era una pasada. Y más cuanto que los propios altos cargos eran los primeros y más notables ladrones. Las vigas de sus chalets en Puerto Sherry pertenecían a Astilleros. Aunque en sus denuncias al Diario nunca puso nombres y apellidos, estaba claro a quienes aludía. Por eso comenzó a recibir llamadas telefónicas amenazándole de muerte. Demasiado lejos había llegado. Así que se bajó del burro.
   En Fletamentos entró porque su cuñado trabajaba aquí. Aprendió el oficio de estibar con facilidad y pronto compitió con el automatismo de las máquinas. Todo se basa en sincronizarse y tener puntería. Tuvo un aprendiz a su cargo y le enseñó a apilar los fardos correctamente y a colocarse sin peligro en la uña de la elevadora. Pero el pobre era un negado y Juan Pájaro le dijo a su cuñado que lo metiera en las oficinas. Lo que demuestra que cualquiera no vale. Claro que hay que ver cómo le pagan su destreza últimamente. Sobre todo desde que hace un año se separó de la mujer. Desde entonces el cuñado es más huidizo y él más irascible. Por eso será que ya no lo convocan con la misma frecuencia de antes.
    El bar a la puerta del edificio Atlas es una furgoneta sin costado, con una barra, una nevera, una cafetera y una plancha para freír. Pertenece a su amigo Antonio Nogueira.
    –¿Qué tal Juan?–le pregunta –¿Cómo ha ido eso?
    Por la cara que trae no resulta difícil adivinarlo. Y menos para Antonio que hace mucho que le conoce y con sólo mirarlo adivina su humor. De jóvenes, ya antes de salir en el coro de carnaval, se divertían juntos. Tenían facilidad para marcharse a otro pueblo o ciudad de copas con sólo que se les pasara por la cabeza: a Jerez, Sevilla, Marbella e incluso Madrid. Luego no dudaron en unirse al coro de Julio Pardo cuando este se lo propuso en la peña los Pitirolos. Demostraron tener buen oído y buena voz. Aparte de la desenfrenada e imprescindible afición a la farra. La filosofía del carnaval la llevaban gravada en la sangre: es tiempo de disipación y orgía.
   –Tú me has conocido siendo carnavalero, así que no esperes que porque me haya casado cambie. El carnaval es el carnaval –le advertía Juan Pájaro a su mujer.
   Lo que quería decir que en esa semana todo estaba permitido.
   –Me he liado con unas tías tan buenas que, después de la cogorza, al día siguiente, las miraba y me decía: ¿Cómo has hecho para acostarte con ellas con lo feo que tú eres, Juan Pájaro? –le comentaba a su amigo Antonio Nogueira. Claro que este sumaba a la de él su propia perplejidad, pues tampoco escasearon entre sus brazos buenas hembras.
   Llegaba a casa y la mujer le preguntaba a Juan Pájaro:
   –¿Por qué hueles a perfume de mujer?
   –¡Por qué va ser! –respondía ofendido por la suspicaz pregunta.– Del roce con las niñas que van por la calle arriba y abajo toda maquilladas.
   Y a la hora de acostarse otra acometida:
   –¿Por qué llevas los calzoncillos del revés? Esta tarde saliste con ellos puestos del derecho...
   El propio Juan Pájaro se daba cuenta en ese momento de este detalle:
   –¡Que no, hija! ¡Que cuando salí ya los llevaría malamente colocados!
   Donde no cupo evasivas fue cuando lo pilló en la Caleta con una joven de diecisiete años.
   –La muy cuca fue expresamente a la Caleta a descubrirme. Algo se olía. Pues toma. Para que aprendiera a no salir de casa en carnaval, si es verdad, como decía, que no le gustaba. Además, ¡qué carajo!, aquella niña merecía la pena: estaba que quitaba el sentido –le decía a su amigo Antonio Nogueira, pasando del acíbar de una relación que se rompía, a la felicidad golosa de un amorío fugaz.
   Además que su mujer no hacía menos méritos que él. Se marchaba con la madre a gastarse en el bingo el dinero que había ganado honradamente. Algunas veces no ocultaba lo que hacían y él las dejaba. Pero otras muchas sí. Cuando a final de mes notaba la precaria economía, ella se excusaba:
   –Tú no sabes lo que cuesta llevar una casa...
   –¡La muy carajota creía que yo no me daba cuenta! –le decía Juan Pájaro a Antonio Nogueira.
   Una vez en carnavales se presentó en el bingo a donde sabía que su mujer y su suegra se habían reunido secretamente.
  Como llevaba el disfraz del coro, el vigilante de la puerta no le permitió el paso.
   –¿Usted no sabe que no llevando máscara en la cara puedo perfectamente entrar?
   Pero el vigilante no cedió, ni porque Juan Pájaro se pusiera bronco. Así que fracasó su intento de sorprender in fraganti a su mujer y a su suegra.
   –¡Mal!–contesta Juan Pájaro a Antonio Nogueira. No estoy en la lista y mi cuñado pasa de mí. Anda, sírveme una cerveza a ver si se me quita el cabreo que tengo encima. A este paso cualquier día monto la pajarraca.
   Antonio Nogueira planta la cerveza delante de él, sobre la barra de la furgoneta.
   –Tranquilízate. Ten confianza. La semana que viene habrá un par de barcos para cargar harina. Necesitarán más mano de obra y te convocarán. Seguro.
   Juan Pájaro Cañamaque se bebe la cerveza de un trago.

viernes, 18 de mayo de 2012

Nieves, de 72 años

  Mi compañero me dijo al día siguiente: "Sí que tienes paciencia. Y encima le diste un euro para el autobús."
  En realidad le había dado dos, pero le dije solo uno por pudor. Qué cosas. No lo consideré un despilfarro con una indigente. Por la mañana, al yo preguntarle a Nieves, 72 años, puertorealeña pero afincada en Gran Canarias desde muy joven, si le sirvieron, me dijo: "Gracias a que fueron dos euros, pude volver también en autobús".
  Nerviosa, parlanchina incontinente, delgada, mirada fija de las que se te agarran como tentáculos de anémona. "¿Qué me aconseja usted que haga?", me fue preguntando todo el camino. "¿Quedarme en Cádiz o regresar a Canarias?" Pesadita, reiterativa, descompuesta. Vamos, que de la chorla no andaba muy bien, y yo toda la avenida adelante, desierta de domingo tempranero, con la filantrópica intención de acompañarla hasta la jefatura de la Policía Local. Menudo regañadientes me inspiró. En el Centro, claro está, el veredicto unánime: "Está loca". Y como norma depredadora, volaron las insinuaciones de que había que echarla: porque vaya cómo se despertó por la mañanita, con qué histerismo y vocerío protestón por no haber podido dormir. "Mucho ruido. Mucho ruido..." Lo normal: puertas, chorrito en la taza, toses... Nada excepcional, y con el suficiente espaciamiento como para coger el sueño en el ínterin. "Es normal. Usted no está acostumbrada. Seguro que esta noche, con el cansancio acumulado, cae redonda." Pues acerté. La segunda noche durmió.
  Yendo a la aventura se había encaminado hacia Cádiz, llegando a principios de semana. Las primeras noches durmió en un hostal. Hasta que se le agotó el dinero. La intención que traía era vivir aquí, no por añoranza, sino por ciertas ventajas pensionales que se me escapan, de las cuales quedó desengañada. Le dijeron que tenía que empadronarse para optar a las prometidas ventajas. Todo parecía complicarse. En Canarias estuvo en piso alquilado, abandonándolo por lo exiguo de sus recursos, las subidas, y no sé qué paranoias. De geriátrico ni hablar. Porque eso lleva mucho tiempo, hay larga lista de espera, etc. Claro, claro... Pero se queja de los menús por la dentadura y no reconoce que, por ejemplo, en un geriátrico le pondrían una dieta adecuada.
  Total, que de angustiada y desabrida por la noche en vela, la acompañé un tramo por la avenida. Hasta que decidí que era mejor darle para el autobús. Ella, tan contenta, aunque hubiera preferido mi sacrificio, a tenor del cual hube de regañarle a mitad de camino por sus intransigencias y sus voceríos. Ambos quedamos satisfechos. Me explicó al día siguiente que había alcanzado la Policía, preguntado y... para nada.
  Le perdí la pista. ¿Regresaría a Canarias? Lo más probable.

viernes, 11 de mayo de 2012

Santi, caída

  »Un mes. Un mes he estao en el hospital. Me caí de camino a San German, al Centro Minusválidos. Me golpeé el hombro, me lo rompí, no podía levantarme, ay, ay, perdí el conocimiento. La Policía local me trasladó a Puerta del Mar. Roto el hombro. Me operaron por láser. Ahora un mes de rehabilitación en San Rafael. Por las mañanas de doce a una menos cuarto. El fisioterapeuta me hace primero dedos, abre y cierra, así. Luego me gira el brazo, hasta aquí, este es el tope, duele ¿eh? Ay. Hijo puta. Uno... dos... Luego arriba y abajo. Uno... dos... Luego delante de una especie de escalerita, la escalo con los dedos hasta donde pueda. Al acabar, giro una especie de ruleta puesta en vertical, a un lado y a otro, abriendo lo máximo el brazo. No veas si duele. Duele, ¿eh?, me dice el fisio. Aquí está la clave, en el hombro, me coge to esto. Ahora también me duele, ¿no hay nolotil? Es igual, tampoco me hace mucho. Mejor es una inyección de voltarén, eso me alivia; aunque solo un par de horas. Puedo ir al ambulatorio. Me coge to esto, desde el pecho, el hombro, el brazo... No puedo coger peso. No veas cómo las paso pa vestirme la camisa. Me tienen que ayudar. 

Jefferson es venezolano

  Jefferson es venezolano. Mi compañero me indispuso contra él, al darle el relevo: "No merece la pena. Es un vive la vida." A y diez estaba golpeando la puerta, no bruscamente. No la abro y hablo a través de la madera. Le hago sufrir. "Ya es tarde." Que si no conoce esto y se perdió, que si vino corriendo, que si por su reloj son y cinco... Yo: las típicas contrarréplicas. Hay muchos aquí extranjeros y no se pierden, y llegan a tiempo, y tienen el reloj en hora porque por el mío son y diez... La voz es moderada, correcta, razonable. Tanto que me vence su ulterior y más aguijante argumento: "Entonces me vais a dejar en la calle y mi cama desocupada, puesto que por esta noche nadie más entrará." Superó la prueba. Al abrir la puerta insisto con rotundidad. Él dice: "Vine corriendo." Yo digo: "Pues hay que correr más." Él dice: "Por mi reloj son y siete ahora." Yo digo: "Pues tu reloj va mal porque el mío es el que cuenta y tengo y doce." Eso sí, le envido una sonrisa para destensar la situación. Él la nota. "Mañana que no te pase, que te quedas fuera." Asiente y se va escaleras arriba a la cama. Fino de cuerpo, altillo, un pañuelo en la cabeza, bisutería en los dedos y manos.

Rumanos. Dos veces van ya.

Dos veces van ya. Llegan tarde, hacia las once y diez, y cojudos, como dirían allende el charco. Tres rumanos el primero, uno palmeando la puerta bruscamente (aunque no haya timbre, ya podía moderarse), y a gritos. Malas formas. La puerta interpuesta, yo aplicándome en las normas. "Hay que llegar a su hora", etc. La frase clave para mi titubeo: "Al menos a la mujer déjala pasar la noche. Nosotros nos vamos a C. H.". Abro, inspecciono al trío, ella es mayor, la entro. Luego supe que era la madre del otro. ¿Cómo? Porque el golpeante de la puerta revino hacia las dos de la madrugada con reiterada insistencia, a pesar de la discontinuidad temporal. "¿Está T*?" O sea, su acompañante de hace tres horas. No me cree que no. Yo no sé por qué no estarán ahora juntos. "El hijo de tal". O sea, sospecha que lo habría dejado, por haber dejado a la madre. Pues no, entre otras cosas porque no ha aparecido; y me huelo que a él lo ha esquinado por jartible y patoso, culpable de verse en la calle.
  Al día siguiente, al abandono del Centro, la madre aguarda en los alrededores de la plaza Macías Rete. Espera que alguno asome a recogerla, al menos el hijo. Ni eso. Por la noche no aparecerá, ni ellos aparecen (vieja Cocleta, sin lengua, arrugada de lifting senil, de auténtico rumano; quizás una Helena de Troya raptada y envejecida).

Miguel de Trebujena

  Huérfano a los 16 años, el apetito por vivir, correrse juergas, disfrutar las mujeres, comprarse oros, coches, sentir el poder y prestigio que da el dinero cuando entra en un club de alterne y el dueño le besa los pies y le ofrece beldades que él rechaza, cuando tiene secuaces a su cargo para cumplir o colaborar en sus caprichos, es un afán que fue creciendo con los años y las malas compañías hasta convertirse en un experto, en un mini capo solvente, intimidatorio. No miraba el peligro, había tenido varios accidentes, alguno en coche con vueltas de campana, por ir colocado, o huyendo, o persiguiendo, y salió ileso. Se le antojaba una cosa, y a por ella iba, sin mirar los obstáculos. Más que su pericia o astucia, era su determinación, su osadía, su temeridad. Y eso que es delgaducho, huesudo, sin músculos. "Al cachas lo ves venir. A quien hay que temer es al chiquitito silencioso", esta es enseñanza de la cárcel. El habla tranquila, pausada, directa; la mirada fija, tras los cristales aguados de las gafas, inquieta y hasta causa pavor cuando te engancha como un garfio, empeñado en una de sus terquedades.
  Los primeros años de cárcel era un rebelde que no consentía una y se llevaba muchos palos de los guardas, los funcionarios. Allí está el Tigre para dirimir las diferencias, no en medio del patio, que obligaría a la intervención funcionarial. Nada más trasponer la puerta del retrete, con calculado disimulo y parsimonia, comenzaban a repartirse cates a mansalva, con profunda mala hostia, registrando así su sabiduría de calle, su prepotencia, los límites de penetración del otro en tus cosas, sacudiéndose la ropa al concluir, salía primero el vencedor, el que resistía más entero, con total parsimonia, si bien magullado y resentido. Pero no todas las diferencias se dirimían de esta forma reglada y honesta, intervenía igualmente la imprevisión, la traición, la astucia, el golpe fiero y certero en el lugar y momento más imprevisible, p.ej., buscándole la espalda a uno que bajaba las escaleras, y empujándolo para que rodara y se desnucara; o en la fila del comedor, un movimiento rápido, concentrado y enconado, con el vaso (menos mal que era de plástico) lleno de agua estampándolo contra el cráneo del que desvirtuó sus ínfulas. Cobró fama de intratable, vengativo, a pesar de ser él mismo quien generaba obcecaciones dirigidas a repentinos enemigos que lo eran por sus gestos, algún rumor o comentario. Muchas veces se ganó el envío al módulo de aislamiento, 24 horas del día, durante los días o semanas pertinentes, sin compañía, sin paseo, un jergón de malas pulgas, un ventanuco irrisorio entre las cuatro macizas paredes. Cierta vez los funcionarios lo trasladaron hasta allí en volandas, unos nueve, lo sorprendieron en la celda, no pisó suelo hasta llegar al sitio, por más que se revolviera como un gato rabioso, el recorrido fue de cinco minutos largos. Alguna vez lo despacharon antes calentito, desnudándolo sobre una alfombra, hartándolo a palos. Al cabo de los años, se amansó; menos mal, que si no hubiera abandonado la prisión maltrecho.
  Aquella vida de antes de la condena no iba a reproducirse, si bien, entró peregrinamente en el inevitable picoteo, porque la droga se lo pide. Había pendientes algunas cuentas, las cuales resolvió "haciendo la cama", esto es, quedando amablemente con el "amigo", que, por cierto, lo veía muy mejorado a pesar del tránsito carcelario, conduciéndolo de buenas a algún paraje apropiado (solitario), y allí cantándole las verdades y amenazas pertinentes como no se dejara de pantuflas amigables y le enmendara la parte proporcional al desajuste pasado, que hay cosas que no se olvidan ni se han de pasar, o si no ya ves que aquí mismo, en este descampado o bosque o vertedero de infausto abandono le da de machetazos.
  Ha cambiado desde que está en el Centro, no solo por estarlo y amoldarse a sus terapias, sino porque ya aquella vida le ha demostrado a dónde conduce el poder y la ostentación, a la nada. ¿Por qué no apartó de aquellos dineros para el futuro? Porque conforme se gana rápido se gasta ligero, calcula 4 mil euros lo más en una sola noche, así es la liviandad del dinero que pasa por las manos en aquella estéril buena vida. Al final el acoso le desinfla, solo con treinta y tantos años, ya le muestra la estupidez de paladear aquellas mieles traicioneras, que es como vivir un laberinto de continua sospecha y virulencia. Lo mejor ahora, según vaya salvando las causas pendientes, resolver el misterio de por qué sus convecinos de Trebujena, cuando anda por allí de permiso, aquellos mismos a los que robó, le saludan con un abrazo.

viernes, 4 de mayo de 2012

Por la tarde pidió alojamiento. Cae a la puerta

Por la tarde pidió alojamiento y se le denegó por estar el centro completo
(me informó el compañero).
A las 2 a.m. toca el timbre de la puerta y me pide que le llene una botella de agua.
Luego le indico los porches de c/ Doctores Menendes, para resguardarse.
A las 5:30 a.m. toca el timbre de la puerta y se sienta a la vera.
Le saco una manta, no responde, ha perdido el conocimiento,
se pone lívida.
Aviso a Urgencias.
A la llegada de la ambulancia ha vuelto en sí. Recupera el color.
Reconoce que se había fumado un porro. Además,
no toma el tratamiento psiquiátrico.
Después de la atención médica, la policía local la interroga.
Explica que es de Melilla, que lleva 4 días en Cádiz, que le han desalojado
del piso donde estaba,
que está buscando a su hijo,
escapado.
A las 6:15 a.m., ya más espabilada,
busca refugio por los alrededores.

Fede. En vísperas de pasar de fase

  El insomnio, o quizás no el insomnio, sino algo que tenga que ver con esa porción de masa encefálica que preserva un secreto, un comportamiento reprobable, violento, inestable, que emerge según qué circunstancias en que le abruma una sobrepresión externa, ha determinado al facultativo, al psiquiatra, recetarle Rivotril. Lo ha aceptado sin protestar, lo que no es habitual, ya que se suele ser refractario a este tipo de medicación, que denota un estigma indeseable. Ha sido en vísperas de pasar de fase.
  En días atrás deja un roce con Omar por su pesantez verborréica y una mirada iracunda a Manuel porque se le cayó un recipiente con un preparado para freír tortillas de camarones y le salpicó y ensució los bajos del vaquero gris oscuro. En la calle, enjuició Omar, de ojos claros y grandes que denotan cierta voracidad en la recepción de estímulos externos, hubiera supuesto una pelea. Qué culpa tiene Manuel, el cincuentón, el del síndrome de Korsakoff, al que se le rompió el asa accidentalmente.
  Disfrutó de un partido en el estadio Ramón de Carranza: ¡Vajad al arco, so penco!, gritó en un momento determinado del encuentro, en que el portero del Lucena se alejaba del fondo sur para evitar la rociada de improperios. Vuelve a ser el fútbol un lugar de descarga, como si dejaran emerger los demonios internos, quitar momentáneamente la espita que los explota, y bum, allí delante el portero, el jugador contrario, el árbitro... los filtran como fieros rayos inocuos que les traspasan, en su caso, con marcado acento ché.
  Arrebujado en la trenca colorada disfrutó al día siguiente, domingo, de la barbacoa en el club náutico Puente de Hierro, de cuya fritura de carne fue el artífice, ahumando los humos el aire de la marisma de la Carraca. La visita a Xabi, el catalán, a la residencia del padre Juan Carlos, con quien peregrinó por la bohemia y la noche nítida barcelonesa, la marcó el sentimiento de notar a su amigo repuesto y anímicamente fuerte, como si la amputación de la pierna izquierda, por debajo de la rodilla, hubiera tenido un efecto revitalizador.
  Con la madre contactó, y con el portátil en excursión ambulatoria le mostró el Centro y a los compañeros, la imagen desfasándose de la voz, rehaciéndose a trompicones, los planes de una visita pospuestos para dentro de un año debido a las ligaduras laborales y al compromiso del casorio del otro hijo con una brasileña. A esta boda no acudirá Fede, algo enturbió la relación, si no es que se produjo una ruptura, sin duda derivada de los negocios, de la empresa que Fede se apropió sobre alpinismo urbano por las fachadas de los edificios para pintarlas y que pertenecía al hermano; no quiso añadirlo como amigo en su página de Facebook. Aquí las fotos de su viaje a Italia, a Egipto, de su estancia en Israel con la novia con la que dejó de chatear y que quitó las fotos donde aparecía en el puerto Jaffa, el más antiguo del mundo, del medio oriente; le facilitó para ello la clave de acceso al muro; confía en que no le haga más cambios, ningún desarreglo.
  La madre es una salvaguarda económica, le canceló ya algunos créditos, y le prestará como le pida para emprender un negocio en cuanto acabe su proceso dentro de un año, calcula. Es abogada municipal. Empezó estudiando psicología, lo dejó, y ahora desempeña aquella profesión, mucho mejor remunerada, sin duda. En Neoquén vive en una zona residencial, casa con piscina y perros; son amantes de los perros.
  El manteo es alegre y bullicioso, cuan largo es cortazariano de uno ochenta y nueve, sube por los aires impulsado por llamaradas de brazos entusiastas. En el pen lleva la colección de fotos de aquellos momentos entrañables que no querrá olvidar. Yo aparezco en una con él, en el estadio de fútbol, enarbolando una bufanda de las brigadas amarillas. La ha colocado en el salón, junto a otras del grupo.

Pájaros

Los pájaros trinaron
a las seis de la mañana
en un bosque de farolas sucias.

Los bidones de basura
rodaron pesarosos
hacia las casapuertas.

Los algarrobos rozaron sus hojas
lanceoladas.

El aleteo de estampido sonó
unísono y plácido.

El sueño de los indigentes
cayó brusco de la cama.

Santi y su nieto

  »Ojú qué niño más guapo; me quedé pasmao, al verlo tras el cristal... Rubito, los ojos azules... ¿Quién sería el padre? Cualquiera sabe. Algún guiri; un guiri guapo; guapo de verdad. Si no, no se explica; porque mira que es guapo el niño... Los míos nacieron feos; mi hija, fea, cosa que sigue siéndolo; y gorda; mira que nació gordita; y ahora... escuchimizá. Mi nieto ha pesao un kilo trescientos. Poco. Muy poco. Pero está bien; bien de salud; lo ha dicho el doctor. Ni esperaba que estuviera tan bien de salud, ni que fuera tan guapo. Cuando preguntó el doctor quién era el padre, le respondí: no lo sabemos; algún guiri. Si me hubiera hecho caso y hubiera usado preservativos no existiría mi nieto. Yo le decía que los usara: uno, porque no cogiera una enfermedad; dos, porque no se quedara preñá. Pues si quieres que los use, tráemelos. Hija puta. Y yo iba como un tonto al Centro de Salud, y eso que me los negaban. Me los negaba una doctora que conocía a mi hija: ¡Que se los compre con el dinero que gana prostituyéndose! Hasta que me mosqueé el día que vi darle un puñado a una puta emperifollá: ¿Esa no podía comprárselos también? Como no me diera a mí pa mi hija la rajaba la yugular allí mismo. El segurita vino, aunque se cuidó de tocarme. ¡Como no me des un buen puñado te rajo! ¡No hay deresho que ésa los reciba y pa mi hija no haya!... Así que, me hizo caso, y plantó un buen montón sobre el mostrador. ¿Y pa qué? En cuantito mi hija los gastó volvió a follar a pelo. Hija puta. Gracias a eso existe hoy mi nieto. Guapo, guapo... Solo que pa verlo hay que ir a la casa cuna. Lo mismo que entonces no gastó en preservativos, luego tampoco gastó en el niño. Tó pa heroína. Es una enganchá. El juez tutelar le preguntó si lo daría en adopción. Dijo que sí. Yo, que no. No porque a ella la di en adopción y fíjate cómo me ha salío, y eso que la madre adoptiva la quería, la cuidaba, le daba educación y todos los caprichos. Lo que no ha sufrío a cuenta de ella... Ha salío mu mala, tan mala que una vez intentó matarme. La pillé en el piso con uno. Le había dicho que no me trajera allí a los tíos. Del mosqueo los encerré bajo llave; ya se me ocurriría lo que hacerles. Pero ella me cogió en la calle, después de escapar por la ventana, discutimos, forcejeamos y, cuando vio venir un coche, me empujó. Estuve una semana hospitalizado; luego la denuncié; fui a por ella; llevaba las de ganar. Cuando estuvo todo encarrilao y el abogao me aseguró que le caerían de doce a quince años y al salir tendría treinta y dos y el niño diez o doce... ¿Qué niño? ¿No sabes que tu hija está preñá?... Retiré la denuncia. Después de todo era mi hija... No sé cómo aún atrae a los tíos, la heroína le mata, está escuchimizá, chupá... No sé cómo coño ha parío un hijo tan guapo. Rubito, los ojos azules, blancuzco... ¿De un guiri? Un niño con suerte. Me refiero a que ya es rico. La madre adoptiva de mi hija lo había nombrado su heredero y ha muerto. A mi hija no le ha gustado ver pasar de largo tanto dinero. Si hubiera sido una persona normal lo habría disfrutado. El juez tutelar se lo administrará hasta que cumpla los dieciocho años. Entonces será suyo. Esperemos que no salga un drogata como su madre. Ni como su abuelo. Es guapo, guapo… el hijo puta.