viernes, 11 de mayo de 2012

Miguel de Trebujena

  Huérfano a los 16 años, el apetito por vivir, correrse juergas, disfrutar las mujeres, comprarse oros, coches, sentir el poder y prestigio que da el dinero cuando entra en un club de alterne y el dueño le besa los pies y le ofrece beldades que él rechaza, cuando tiene secuaces a su cargo para cumplir o colaborar en sus caprichos, es un afán que fue creciendo con los años y las malas compañías hasta convertirse en un experto, en un mini capo solvente, intimidatorio. No miraba el peligro, había tenido varios accidentes, alguno en coche con vueltas de campana, por ir colocado, o huyendo, o persiguiendo, y salió ileso. Se le antojaba una cosa, y a por ella iba, sin mirar los obstáculos. Más que su pericia o astucia, era su determinación, su osadía, su temeridad. Y eso que es delgaducho, huesudo, sin músculos. "Al cachas lo ves venir. A quien hay que temer es al chiquitito silencioso", esta es enseñanza de la cárcel. El habla tranquila, pausada, directa; la mirada fija, tras los cristales aguados de las gafas, inquieta y hasta causa pavor cuando te engancha como un garfio, empeñado en una de sus terquedades.
  Los primeros años de cárcel era un rebelde que no consentía una y se llevaba muchos palos de los guardas, los funcionarios. Allí está el Tigre para dirimir las diferencias, no en medio del patio, que obligaría a la intervención funcionarial. Nada más trasponer la puerta del retrete, con calculado disimulo y parsimonia, comenzaban a repartirse cates a mansalva, con profunda mala hostia, registrando así su sabiduría de calle, su prepotencia, los límites de penetración del otro en tus cosas, sacudiéndose la ropa al concluir, salía primero el vencedor, el que resistía más entero, con total parsimonia, si bien magullado y resentido. Pero no todas las diferencias se dirimían de esta forma reglada y honesta, intervenía igualmente la imprevisión, la traición, la astucia, el golpe fiero y certero en el lugar y momento más imprevisible, p.ej., buscándole la espalda a uno que bajaba las escaleras, y empujándolo para que rodara y se desnucara; o en la fila del comedor, un movimiento rápido, concentrado y enconado, con el vaso (menos mal que era de plástico) lleno de agua estampándolo contra el cráneo del que desvirtuó sus ínfulas. Cobró fama de intratable, vengativo, a pesar de ser él mismo quien generaba obcecaciones dirigidas a repentinos enemigos que lo eran por sus gestos, algún rumor o comentario. Muchas veces se ganó el envío al módulo de aislamiento, 24 horas del día, durante los días o semanas pertinentes, sin compañía, sin paseo, un jergón de malas pulgas, un ventanuco irrisorio entre las cuatro macizas paredes. Cierta vez los funcionarios lo trasladaron hasta allí en volandas, unos nueve, lo sorprendieron en la celda, no pisó suelo hasta llegar al sitio, por más que se revolviera como un gato rabioso, el recorrido fue de cinco minutos largos. Alguna vez lo despacharon antes calentito, desnudándolo sobre una alfombra, hartándolo a palos. Al cabo de los años, se amansó; menos mal, que si no hubiera abandonado la prisión maltrecho.
  Aquella vida de antes de la condena no iba a reproducirse, si bien, entró peregrinamente en el inevitable picoteo, porque la droga se lo pide. Había pendientes algunas cuentas, las cuales resolvió "haciendo la cama", esto es, quedando amablemente con el "amigo", que, por cierto, lo veía muy mejorado a pesar del tránsito carcelario, conduciéndolo de buenas a algún paraje apropiado (solitario), y allí cantándole las verdades y amenazas pertinentes como no se dejara de pantuflas amigables y le enmendara la parte proporcional al desajuste pasado, que hay cosas que no se olvidan ni se han de pasar, o si no ya ves que aquí mismo, en este descampado o bosque o vertedero de infausto abandono le da de machetazos.
  Ha cambiado desde que está en el Centro, no solo por estarlo y amoldarse a sus terapias, sino porque ya aquella vida le ha demostrado a dónde conduce el poder y la ostentación, a la nada. ¿Por qué no apartó de aquellos dineros para el futuro? Porque conforme se gana rápido se gasta ligero, calcula 4 mil euros lo más en una sola noche, así es la liviandad del dinero que pasa por las manos en aquella estéril buena vida. Al final el acoso le desinfla, solo con treinta y tantos años, ya le muestra la estupidez de paladear aquellas mieles traicioneras, que es como vivir un laberinto de continua sospecha y virulencia. Lo mejor ahora, según vaya salvando las causas pendientes, resolver el misterio de por qué sus convecinos de Trebujena, cuando anda por allí de permiso, aquellos mismos a los que robó, le saludan con un abrazo.

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