viernes, 18 de mayo de 2012

Nieves, de 72 años

  Mi compañero me dijo al día siguiente: "Sí que tienes paciencia. Y encima le diste un euro para el autobús."
  En realidad le había dado dos, pero le dije solo uno por pudor. Qué cosas. No lo consideré un despilfarro con una indigente. Por la mañana, al yo preguntarle a Nieves, 72 años, puertorealeña pero afincada en Gran Canarias desde muy joven, si le sirvieron, me dijo: "Gracias a que fueron dos euros, pude volver también en autobús".
  Nerviosa, parlanchina incontinente, delgada, mirada fija de las que se te agarran como tentáculos de anémona. "¿Qué me aconseja usted que haga?", me fue preguntando todo el camino. "¿Quedarme en Cádiz o regresar a Canarias?" Pesadita, reiterativa, descompuesta. Vamos, que de la chorla no andaba muy bien, y yo toda la avenida adelante, desierta de domingo tempranero, con la filantrópica intención de acompañarla hasta la jefatura de la Policía Local. Menudo regañadientes me inspiró. En el Centro, claro está, el veredicto unánime: "Está loca". Y como norma depredadora, volaron las insinuaciones de que había que echarla: porque vaya cómo se despertó por la mañanita, con qué histerismo y vocerío protestón por no haber podido dormir. "Mucho ruido. Mucho ruido..." Lo normal: puertas, chorrito en la taza, toses... Nada excepcional, y con el suficiente espaciamiento como para coger el sueño en el ínterin. "Es normal. Usted no está acostumbrada. Seguro que esta noche, con el cansancio acumulado, cae redonda." Pues acerté. La segunda noche durmió.
  Yendo a la aventura se había encaminado hacia Cádiz, llegando a principios de semana. Las primeras noches durmió en un hostal. Hasta que se le agotó el dinero. La intención que traía era vivir aquí, no por añoranza, sino por ciertas ventajas pensionales que se me escapan, de las cuales quedó desengañada. Le dijeron que tenía que empadronarse para optar a las prometidas ventajas. Todo parecía complicarse. En Canarias estuvo en piso alquilado, abandonándolo por lo exiguo de sus recursos, las subidas, y no sé qué paranoias. De geriátrico ni hablar. Porque eso lleva mucho tiempo, hay larga lista de espera, etc. Claro, claro... Pero se queja de los menús por la dentadura y no reconoce que, por ejemplo, en un geriátrico le pondrían una dieta adecuada.
  Total, que de angustiada y desabrida por la noche en vela, la acompañé un tramo por la avenida. Hasta que decidí que era mejor darle para el autobús. Ella, tan contenta, aunque hubiera preferido mi sacrificio, a tenor del cual hube de regañarle a mitad de camino por sus intransigencias y sus voceríos. Ambos quedamos satisfechos. Me explicó al día siguiente que había alcanzado la Policía, preguntado y... para nada.
  Le perdí la pista. ¿Regresaría a Canarias? Lo más probable.

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