viernes, 25 de mayo de 2012

-¡Mierda!

   –¡Mierda!
   Lanza una tarascada contra el tablón al no verse en la lista.
   –¡Plaf!
   Debiera condolerse de la mano, pero más le duele no trabajar. Hablará con su cuñado.
   Con su ex cuñado debería decir, pues si su mujer ya no es su mujer sino su ex mujer, su cuñado debe ser su ex cuñado.
   –¡Cuñado!...
   El cuñado ya imagina a qué viene, y más con solo ver la cara que trae: echa humo por los orificios nasales y el pelo se le ha erizado.
   –Ya sé Juan, no me lo digas.
   –Sí te lo digo. ¿Es que no puedes hacer nada?
   –Sabes que no, que por encima de mí hay otros...
   Juan Pájaro se pasma, hincha la barriga y truena:
   –¡Tú estas encarajotao!– y se retira.
   –La semana que viene llegan dos barcos. Haré todo lo posible porque te convoquen...
   El cuñado se pasa el pañuelo por la frente y se deja caer en el asiento ante el escritorio.
   El consignatario de buques donde trabaja el cuñado y para quien lo hace Juan Pájaro cuando aparece en la lista se llama Fletamentos Cádiz. La convocatoria de hoy para descargar el próximo lunes el Cape Batleras, de bandera liberiana, que trae un cargamento de carbón desde Besmon Texas. Los dos barcos a los que se ha referido el cuñado y que arriban la semana que viene son el Blumarlin, de bandera portuguesa, que partirá de Cádiz con destino a Thessalinki, y el Argelia I, de bandera panameña, que viene de Oran con destino a Mombasa. Ambos cargarán harina en los muelles de la zona Franca.
   Juan Pájaro se dirige al bar ambulante a la puerta del edificio Atlas. Por el camino piensa en los dieciocho años de trabajo en Astilleros y los cinco para Fletamentos. En Astilleros entró de joven. Después del bachillerato en el colegio Salesianos, a la escuela Taller de Astilleros de Puerto Real. Cuando acabó aquí entró en Cádiz, de soldador. La bronquitis que padece es del polvo inhalado durante tantos años. Entonces era propicio a liar la pajarraca. Actualmente también, claro. Pero en aquellos años a muchos iba a afectarles la privatización de los Astilleros, de ahí que los alborotos se produjeran y él solidariamente se convirtiera en un cabecilla. Ingenió una huelga de una hora en la que no trabajaron en todo el día. Sencillamente, al depender unos trabajos de otros, bastó que a horas distintas le declarasen en huelga oficios distintos. También encabezó una caminata a Sevilla. Además de algún cachiporrazo de la policía también consiguieron seguir adelante. El último año se aficionó a denunciar en el Diario de Cádiz a los altos cargos de Astilleros. Es verdad que los tiempos habían cambiado, que ya no había tanta necesidad como para que un operario hurtara una docena de tornillos o un par de hilos de cobre con que sacase unas perras, pero evitar que esto sucediera más despidiéndolos, era una pasada. Y más cuanto que los propios altos cargos eran los primeros y más notables ladrones. Las vigas de sus chalets en Puerto Sherry pertenecían a Astilleros. Aunque en sus denuncias al Diario nunca puso nombres y apellidos, estaba claro a quienes aludía. Por eso comenzó a recibir llamadas telefónicas amenazándole de muerte. Demasiado lejos había llegado. Así que se bajó del burro.
   En Fletamentos entró porque su cuñado trabajaba aquí. Aprendió el oficio de estibar con facilidad y pronto compitió con el automatismo de las máquinas. Todo se basa en sincronizarse y tener puntería. Tuvo un aprendiz a su cargo y le enseñó a apilar los fardos correctamente y a colocarse sin peligro en la uña de la elevadora. Pero el pobre era un negado y Juan Pájaro le dijo a su cuñado que lo metiera en las oficinas. Lo que demuestra que cualquiera no vale. Claro que hay que ver cómo le pagan su destreza últimamente. Sobre todo desde que hace un año se separó de la mujer. Desde entonces el cuñado es más huidizo y él más irascible. Por eso será que ya no lo convocan con la misma frecuencia de antes.
    El bar a la puerta del edificio Atlas es una furgoneta sin costado, con una barra, una nevera, una cafetera y una plancha para freír. Pertenece a su amigo Antonio Nogueira.
    –¿Qué tal Juan?–le pregunta –¿Cómo ha ido eso?
    Por la cara que trae no resulta difícil adivinarlo. Y menos para Antonio que hace mucho que le conoce y con sólo mirarlo adivina su humor. De jóvenes, ya antes de salir en el coro de carnaval, se divertían juntos. Tenían facilidad para marcharse a otro pueblo o ciudad de copas con sólo que se les pasara por la cabeza: a Jerez, Sevilla, Marbella e incluso Madrid. Luego no dudaron en unirse al coro de Julio Pardo cuando este se lo propuso en la peña los Pitirolos. Demostraron tener buen oído y buena voz. Aparte de la desenfrenada e imprescindible afición a la farra. La filosofía del carnaval la llevaban gravada en la sangre: es tiempo de disipación y orgía.
   –Tú me has conocido siendo carnavalero, así que no esperes que porque me haya casado cambie. El carnaval es el carnaval –le advertía Juan Pájaro a su mujer.
   Lo que quería decir que en esa semana todo estaba permitido.
   –Me he liado con unas tías tan buenas que, después de la cogorza, al día siguiente, las miraba y me decía: ¿Cómo has hecho para acostarte con ellas con lo feo que tú eres, Juan Pájaro? –le comentaba a su amigo Antonio Nogueira. Claro que este sumaba a la de él su propia perplejidad, pues tampoco escasearon entre sus brazos buenas hembras.
   Llegaba a casa y la mujer le preguntaba a Juan Pájaro:
   –¿Por qué hueles a perfume de mujer?
   –¡Por qué va ser! –respondía ofendido por la suspicaz pregunta.– Del roce con las niñas que van por la calle arriba y abajo toda maquilladas.
   Y a la hora de acostarse otra acometida:
   –¿Por qué llevas los calzoncillos del revés? Esta tarde saliste con ellos puestos del derecho...
   El propio Juan Pájaro se daba cuenta en ese momento de este detalle:
   –¡Que no, hija! ¡Que cuando salí ya los llevaría malamente colocados!
   Donde no cupo evasivas fue cuando lo pilló en la Caleta con una joven de diecisiete años.
   –La muy cuca fue expresamente a la Caleta a descubrirme. Algo se olía. Pues toma. Para que aprendiera a no salir de casa en carnaval, si es verdad, como decía, que no le gustaba. Además, ¡qué carajo!, aquella niña merecía la pena: estaba que quitaba el sentido –le decía a su amigo Antonio Nogueira, pasando del acíbar de una relación que se rompía, a la felicidad golosa de un amorío fugaz.
   Además que su mujer no hacía menos méritos que él. Se marchaba con la madre a gastarse en el bingo el dinero que había ganado honradamente. Algunas veces no ocultaba lo que hacían y él las dejaba. Pero otras muchas sí. Cuando a final de mes notaba la precaria economía, ella se excusaba:
   –Tú no sabes lo que cuesta llevar una casa...
   –¡La muy carajota creía que yo no me daba cuenta! –le decía Juan Pájaro a Antonio Nogueira.
   Una vez en carnavales se presentó en el bingo a donde sabía que su mujer y su suegra se habían reunido secretamente.
  Como llevaba el disfraz del coro, el vigilante de la puerta no le permitió el paso.
   –¿Usted no sabe que no llevando máscara en la cara puedo perfectamente entrar?
   Pero el vigilante no cedió, ni porque Juan Pájaro se pusiera bronco. Así que fracasó su intento de sorprender in fraganti a su mujer y a su suegra.
   –¡Mal!–contesta Juan Pájaro a Antonio Nogueira. No estoy en la lista y mi cuñado pasa de mí. Anda, sírveme una cerveza a ver si se me quita el cabreo que tengo encima. A este paso cualquier día monto la pajarraca.
   Antonio Nogueira planta la cerveza delante de él, sobre la barra de la furgoneta.
   –Tranquilízate. Ten confianza. La semana que viene habrá un par de barcos para cargar harina. Necesitarán más mano de obra y te convocarán. Seguro.
   Juan Pájaro Cañamaque se bebe la cerveza de un trago.

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