viernes, 27 de enero de 2012

Germán a ruedas

Había esperado entrar en una
vivienda de protección oficial.
En el Centro se valía, aunque siempre sobrevienen las
dudas cuando hay una silla de ruedas circulando.

Aparca la motorizada, haciendo hueco
en el hall, se maneja en la manual, los traslados
a saltos de trapecista sin trapecio y sin red,
las piernas encogidas e inmóviles,
el tronco regrandón.

Para acostarse, esfuerzo ímprobo
de lanzarse a la cama, jadea, reniega,
aparta la mesilla,
expulsa hacia atrás la silla,
la aparta, cuando se mueve.
La ducha, de miedo, a rastras sobre
la placa, mejor que los baños públicos,
que la estación de tren.

Habría esperado a entrar… pero
se consumió en una semana. No es
porque no hablara con la asistenta social, sino porque
no aguanta a Vaclau, a Octavian, al alemán,
al rumano, al armenio…

En la sala de TV, en el clásico,
defiende sus colores, y si dice de suerte
al gol en contra, salta Vaclau: Real Madrid
una puta mierda, Mourinho una puta mierda,
Christiano una pueta mierda… Y él: Te crees
muy gracioso… Y a mí: No me pongas junto a ése
en la habitación que no le aguanto…
(contengo los conatos de insultos… ¡ay! el fútbol.)

Habría esperado a entrar, pero, como no,
regresa a los bancos, a las inmediaciones de
la estación, al aparcamiento toldado si no
le ven, porque le cuesta la paga, al baño de
minusválidos y la llave a pedir en Atención al
Cliente (la señorita olivácea muy amable),
media hora de esponja y preces desbocadas;
a cargar la batería en el bar del amigo.

¿Y quién asegura que no está ya en la
lista de espera? Conocía en San Juan un bajo
adaptado, de Manuel Gafasgruesas, el que
vendía diarios en la calle Compañía esquina
Urquinaona, al que le amputaron las piernas por glucemia.
Le hubiera venido muy bien.

Dolores consulta


Interrumpe a la operaria despachante
de uniforme chaqueta oliva
para hacer una consulta estentóreamente
no sabe cómo esto, cómo lo otro,
la voz malhumorada y urgente,
mientras desdobla un billete manido,
rancio, abyecto, de cincuenta euros,
(¿imaginas cómo lo ha ganado?)
las uñas sucias, el pelo revuelto,
ensortijado y largo, teñido de azufre,
las prendas como una cascada de coloridas serpentinas
después de azotarle un tornado,
la voz acornetada y displicente.
La otra, la despachante operaria olivácea,
al fin se pone en su papel, Está bien, sí entiendo
lo que dice, pero espérese a que atienda al caballero.
El caballero debe ser alguien interpuesto malévolamente
para entretenerla y ella lo mira de pronto para
fustigarle su lengua escarnecedora.
Queda perpleja:
-Ah. Eres tú.
-Sí; soy yo.
-No me había dado cuenta.
La voz aterriza en un suspiro y un susurro equívoco
que contrasta con la anterior escandalera. La despachante
que nos mira de reojo la sorpresa, no entiende este entendimiento
amistoso, se le escapa de las manos.
-Vas a Sevilla, por lo que veo.
-Sí; a casa de mi hermana.

Una mierda de sombrero


  - ¡Este sombrero es una mierda! –lo arroja al suelo, desternillándose, a la manera de recalcitrante borrachuzo de risa ronca y calma.
  Lo recoge, es un sombrero barato, negro de cuña y ala, al agacharse se tambalea, la cabeza es una bola de billar, la barba espesa, entrecana, desordenada, las gafas gruesas, ahumadas, pardas, los ojos, tras ellas, danzan como peces en una pecera de luz venusiana.
  Lo compró para satisfacer a Menchu, la asistenta social de Agua y Sol, le insistieron porque el otro está ajado, manido; sin embargo, es mucho mejor sombrero:
  - Es un Signes… Sig… -vocaliza… - … ness… Me costó sesenta pavos… Casi ná.
  Volverá a ponérselo, está desencantado con este, se siente ridículo, por hacerle caso a… Bueno; les debe la… vida. Porque le han leído la cartilla y transigen con él, con su no beber…
  -Es imposible que yo beba, porque –poorquee… la lengua estropajosa- la pancreatitis me lo impide, explotaría, además… -carraspea, penduléa levísimamente… -adeemáass… si mezclara la bebida con las pastillas… -También es cuestión de hábitos- ¿Cómo voy a tener ganas. Atiende… Por la mañana- poor… - Salgo, cojo los callejones, la plaza la cruz verde, y, haciendo esquina, en el bar las Brisas, pido: un zumo naranja, un descafeinado y media tostada… -enarca las cejas. ¿Debo interpretarlo? –Listo. Satisfecho. No apetezco más en toda la mañana –y pienso yo: pero por la tarde…-.
  El típico bebedor que niega beber racional y sesudamente, y nos lo demuestra con hechos palmarios… No hay manera de rechistarle. La lengua estropajosa es de nacimiento, del nacimiento diario, del amanecer tabernáculo, sobre el horizonte de la barra.
  Hace una reverencia, quitándose el sombrero, aparece un cráneo pulido, redondo, como una bola de billar, el rostro, barbado y gafas turbias.
  La camisa, desabotonada hasta la mitad, los pelos pectorales asomando como hierbajos sin regar, abrasados por el sol y rígidos por la brisa. La ropa ajada, instalada como una doble piel, por los restos de sudor y otras manchas parejas y propias a su devenir. El calzado es de material plástico, con ranuras ventilatorias.
  -Mi madre es una hija de la graaan putaaa… - los ojos inyectados; una pausa; una sonrisa socarrona para disipar la tensión-. Ocheinta y cuatro años de mala hostia acumulada. Ahora se interesa por su hijo: ¿Tienes escurridora? Yo te la compro. Sin escurridora no puedes entrar a vivir en el piso.
  Y sin luz ni agua, que todavía no se la han dado, en espera de que los servicios sociales certifiquen la concesión de la ayuda, y asuma los pagos.
  Tintinea las llaves. El cuerpo se tambalea, sonríe.
  - Ya lo tengo todo… Lo he logrado sin ella, sin que se interesara lo más mínimo, hasta ahora. ¿Qué quiere? ¿Quedar bien? La escurridera, menuda tontuna. Hija de puta.
  Por sí mismo ha contactado con un corredor de pisos en la Caleta, se lo ha encontrado, el alquiler lo pagará con su pensión.
  -Y mi hija es otra… -se retoca el sombrero, un rubor le sube al rostro.
  -¡De mayor haré lo que me de la gana! –decía, rebelándose. Vale, de mayor –mirada turbia evocadora. Entonces le quedaban años para la mayoría de edad-. Y ahora, de mayor, lo que ha hecho es pasar de su padre.
  La sonrisa sarcástica, un último vaivén y reverencia con el sombrero antes de marcharse a la cama.
  -Quería estudiar –balbucea-. Pues ahora, que estudie. A ver lo que le aprovecha.
  El gasto de dinero en un sombrero Sitges es provechoso, en unos estudios, no.
  Toma el ascensor para dirigirse a su dormitorio.

Dione. Talento derretido en los fosos


Talento derretido en los Fosos.
Una estela negra dribla al viento y mete gol.
A ver quién te hiciera una prueba, le dicen los amigos.
Es quisquilloso y simpático.
Los humos de un veinteañero.

Papeles sin identidad. ¿Qué
fórmula hay para aparecer inscrito
en un suelo? La burocracia no entiende
de fútbol.

Ilegal por soñar con Europa,
por alcanzar rápido, lo que, otro compañero,
más paciente, logró cuando un ojeador lo destinó
a Francia, a un equipo de segunda.
(Y tú callejeando.)

Hay domingos solitarios que
pelotea solo contra un muro inexpresivo.
La ilusión le escuece, y así pretende
mantenerse en forma.

Hay domingos que sale guaperas, con
gafas de sol y música en los oídos.
Pensando en otra vida; en otro país, acaso.
Sandalias de pescador, vestimenta de las
Monjas. Los estadios cerrados, la equipación
en la taquilla.

Los teléfonos suenan, los mensajes se cruzan.
Él sólo camina sin acento, sin balón, las manos
en los bolsillos.

Nariz respingona


  En la calle Sagasta -tono gris y pardo-, caminando hacia abajo -es cuesta-, repeinado, la nariz respingona, los pantalones estrechos, los zapatos de punta, la barriga prominente, destacando en su delgadez... Lo sabía en un centro de rehabilitación, allá por el extrarradio de Tarifa. Accedió después de un largo tiempo de espera -expectación reposada, sin ansia, hasta que llegó su turno-. No es la primera vez que asomaba por aquellos centros, conoce su funcionamiento, los horarios, la disciplina, los grupos de terapia. La guitarra no la llevó consigo -una buena guitarra-, la dejó en casa de la hermana. En la etiqueta de la funda: JuanLu de Cádiz. Encima suele llevar unas señas de internet: los días que hay atraque de buque turista; los propicios para tocar de terraza en terraza. Recuerdo cuando se jactaba solapadamente, abriendo la cartera -un bulto siempre prieto en el bolsillo trasero del pantalón vaquero negro-: "Hoy me saqué 40 euros... No estuvo mal la cosa" -risita pícara, desdentada.
  La última vez apareció con permiso -sujeto a los cauces administrativos- para recoger una dentadura postiza. La extrajo de la boca para enseñarla. Al elegir la tonalidad del blanco, lo escogió algo "sucio", para que no cantara. Sonrió abiertamente para mostrar el resultado. La incomodidad al hablar se disipa con la práctica. Por la noche la deja en un vaso con una solución especial disuelta en agua. Se la costeó Agua y Sol.
  -¿Y al cantar? ¿Te molesta?
  Las gafas también las costeó con las ayudas sociales y paciencia.
  Esta vez no era una salida programada, permitida, justificada. Abandonó definitivamente. Ha durado dos meses; lo que él ha querido y había previsto en sus adentros. Los trabajadores del circuito suelen sentirse decepcionados, y se lo expresan. Él, a los que aprecia, les explica que se siente curado del alcohol, antes del ingreso en la comunidad, ya llevaba muchos meses sin probar una gota. La estancia allí sólo vino a corroborar que se sentía sano, fuerte, seguro. Esperar un alta terapéutica, es decir, un documento que acredite su desintoxicación y deshabituación es absurdo. Él sabe qué filos en el mundo "exterior" no ha de tocar. Ha sentido la tentación en tantos meses de espera, y no ha caído. La vida reglada, la fortaleza psicológica que se inculca, no le aportan más de lo necesario para mantenerse abstemio. El principal referente para resistir y retraerse es las malas movidas que le depararon las borracheras. Aunque, claro, muchas se convirtieron en clamorosas aventuras, dignas de rescatar de su difusa y dulzona impresión mental.
  -No sabía dónde amanecía. Lo mismo en Jerez, en Sevilla que en Córdoba. Ni conocía con quienes me había juntado. Ale, juerga. Yo cantando y guitarreando. No veas qué pibas he ligado.
  No es guapo, ni siquiera atractivo. Pero tiene encanto para las mujeres; al menos, cierto tipo de mujeres; y en ciertas ocasiones propicias. La elección de las botas de punta alargada, de tacones resonantes, la apretura del pantalón, marcando formas, el pelo repeinado hacia atrás... hacen pensar en un reclamo efectivo. Aunque indisociable de su arte guitarrero y canturrón. El repertorio es variado y adaptado. Si canta pasodobles carnavaleros, lo hace a su modo, sin gesticulación excesiva, gustando, manifestándose portador del folclore genuino de esta tierra que los foráneos visitan. Luego a ellos, si se encarta, podrá adornarles con anécdotas los temas: de tal o cual autor, de la agrupación del año catapúm etc. Chapurrear inglés es esencial para mantener una mínima comunicación con una guiri interesada. A veces lo avisan de algún local, por ejemplo, el Manteca, no sube a escenario, toca a pie de barra, las paredes cuajadas de fotos añejas, de cuando el dueño intentó una frustrada carrera taurina.
  Parados en la calle Sagasta, se explica con soltura, sin aprensión, seguro de la decisión de haber abandonado el Centro.
  -¿Y dónde paras ahora?
  -Tengo mi pisito, qué te crees. Alquilao –muestra y tintinea unas llaves.

Escandalera a la mañana. Duchas.

  Bajito, macizo, fornido. Escandalera a la mañana. Prisa por el uso del baño, acapara el otro porque se ducha, no es hora, está la tarde para ello. Golpea la puerta, apaga la luz, manipula el pomo, haciendo que abre. Miguel Sancho, gafas-lennon, torso desnudo con rosa tatuada en el pecho, tenue, descolorida, pareja de María, la oblonga desformada, sale protestón, encarándolo, pespunte de pelea, intento vanamente apaciguar los gritos, sin efusión, tranquilo. Juan se dirige al baño y, ejemplificando su uso, lo acapara solo dos minutos: -¡Por la mañana solo lavarse, no más, y andando! -no consigo que baje la voz.
  No desayuna. Cuando va a marcharse le advierto: -Mañana no me monte este numerito.
  No se rinde: -Qué numerito. Si tengo razón.

  Y por la tarde se le expulsó.
  Curioso que viniera con el mismo cántico, a la pareja le reprochara el uso mañanero de los baños, y a Víctor, el chico del portátil, la melena grasa y rizada, las paletas lebrunas y desviadas, que se mirara tanto al espejo, si es que era maricón.
  -Qué le había hecho. Yo soy una persona educada y con vergüenza, si llega a dar con otro. Me ha dado pena verlo sentado en un banco.

miércoles, 25 de enero de 2012

Santi, trabajitos


  »Aparte de chulo me había dedicado en Barcelona a robar bancos con Pilar y Salvador. Ahora me apliqué también. Busqué un socio. Los golpes eran en los pueblos. Algunos salieron bien. Hasta el de Jimena de la Frontera. Nos habían dado el soplo: llegaba una partida de dinero por la mañana temprano, antes de la hora de apertura, estaría el director y algún comercial, poco más. Antes del amanecer estábamos apostados cerca. El Banco estaba en un alto. Al llegar la hora no apareció nadie, no hubo movimientos. De pronto asomaron unos guardias civiles: nos buscaban. Salimos pitando. Abordamos un taxi, le puse al taxista la pistola en la sien: Arranca y a toda hostia, Tira por aquí, tira por allá... Conocíamos las salidas, la carretera, los caminos... Nos metimos por el campo hasta que el coche se jodió. Seguimos corriendo campo a través. Hasta que un río nos cortó el paso. Al otro lado, por detrás de una colina, asomaron más uniformes verdes: estábamos rodeados. Los zarzales nos ocultaban, en la carrera nos habíamos desecho de las pistolas, ellos no lo sabían: Alto, No disparen, Nos rendimos... Tiramos al agua dos piedras pesadas, unos peces aletearon, los dorsos plateados destellaron. Nos trataron a patadas, boca abajo, contra el fango de la orilla, nos golpearon las costillas: ¿Dónde están las armas?, ¿Qué armas?... Se sumergieron en el río los submarinistas y no las encontraron. El taxista declaró en el juicio. Nos metieron unos meses por intimidación. Como no hallaron las pistolas, salimos pronto.

Elvira, marchó su sensualidad.


¿Qué fue de su sensual apostura? Rubia, el pelo caído y espinoso, la sonrisa y los ojos de una calidez inquietante. En derredor, los hombres se mostraban obsequiosos. No tenía desplantes hacia ninguno. También mantenía un halo de independencia y respeto, resultado de una belleza, no ajada, tampoco esplendorosa, conjugada con el saber estar -a lo mejor imaginaban que tendría novio; pero ¿dónde estaba?; igual lo abandonó por tirano e insensible; por eso acabó aquí-. Los días de verla descender delicada las escaleras, con sueño en los ojos, se esfumaron, devolviendo al Centro su punto más sórdido. Marchó a Jerez. Danail Dimitrov la ayudó con el equipaje.

viernes, 20 de enero de 2012

Alemana, dada por desaparecida


  Alemana, dada por desaparecida en su tierra, unos cincuenta, buen ver dentro de su abstrusismo: pelo amarillo, liso, largo; gesto mohíno, apocado; minifalda negra, sobre finos leotardos.
  La PN avisó de madrugada, la habían apalizado en la calle, sin venir a cuento, en el hospital, después de unos puntos de sutura, no tiene destino.
  Recelo ante lo remitido del hospital (no parezca que hablo de un paquete), mejor acuda por la mañana, en horario de trabajadora social.
  A las ocho de la mañana, en pleno apogeo de maletas y cola cao, asoma un uniformado, de oscuro, acorazado de adminículos disciplinarios, la traen.
  Me asomo a atenderlos, me explican, ella cabizbaja, renqueante, les comento el régimen de acogida, la atención social, le dirijo la palabra. Todo lo que el policía deferentemente explicaba, ella lo desdice, más cuando atisba un esbozo de sonrisa por mi parte, le molesta, la reprende.
  -Yo no quere asistente social, mío dinero en el banco, banco extranjero, alemana, pagarme dormire en hotel. Yo lo que quere es uno noche en habitación comisaría... Usté qué se ríe...
  Simplemente me impresionó ese despertar a hablar en torrente cuando había permanecido tan callada, reacción soberbia y hoscamente defensiva. Se me escapó una contracción en la comisura de los labios, no era una risa menospreciativa, como ella la interpretó.
  Tal reacción sume al policía conmiserativo en dudas sobre la prestancia de ella, consulta por el walkman a su jefe, mientras yo regreso al interior del Centro, repoblado de equipajes a punto de partir, lo vislumbro pasear arriba y abajo de la plaza, realizando la consulta.
  Al rato asoma:
  -He hablado con mi jefe, y...
  La situación es clara, ellos no la regresan, la plantan en este destino, sea cual sea la atención que le dispensen, no puedo dejarla entrar, el horario es de cierre, que aguarde a la puerta el turno, no se sostiene en pié, maleada, la pueden sentar allí, les señalo, entonces la asientan a una mesa del bar contiguo.
  Cuando se despiden, es cuando la veo apoltronada, solitaria, ensimismada en su estoica crudeza, una bolsa de plástico negra a la espalda, los mínimos utensilios, al frente los árboles de la plaza, las mesas del bar, algunas ocupadas, la del extremo izquierdo por el alemán informático que disfruta rancho gratuito por la puesta a punto del local.
  Antes de despedirse algunos transeúntes la interpelan, parece sosegada, asequible, pregunta:
 -¿Dónde está el hotal?
  Le explica María, la de cuerpo bubónico y mirada tristona, que esto no es ningún hotel, ella comprende momentáneamente, ¿acaso no se lo había dicho yo ya?
  Al llegar la asistenta, la informo, y después de ella despachar la cola, se acerca a interpelarla, en su poltrona, comiendo una bolsa de patatas recién comprada en el bar. Rehúsa ser atendida, airea sus malas pulgas.
  ¿Pasará ahí el día? ¿Pasará la noche?
  Siempre queda un regusto contradictorio, acibarado, un resquicio de duda, compensada por el devenir del tiempo que sabes que aún media antes de que el día caiga. ¿Y si nos equiparáramos a su delirio (me dio la idea la pregunta que hizo a María: ¿dónde está el hotal?), haciendo del Centro el imaginario "hotal" que ella aguarda? La entraríamos con amabilidad, que ella lo viera, que depusiera su aversión anticipada, prejuiciosa.

jueves, 19 de enero de 2012

Respiras libertad


Respiras libertad en un pobre Centro.
Saliste de León, de la cárcel, recientemente.
De paso hacia Canarias, con el papel del Ministerio.
Veinte días encerrado, para que su hijo no pagara.
La habitación, sobria y austera, logro de una noche
que se las prometía canutas en la Policía, te parece de lujo.
Rebosas agradecimiento y quieres explicar los pormenores
y entender cómo funciona todo, los mecanismos de las rutinarias
normas que para ti son dechado de novedades.
Tu ojo estrábico y nublado por un punto opaco,
subraya el entusiasmo de este ingreso nocturno,
cuando ya te veías vagabundear por las calles.
Un día más. Desde luego. Lo tendrá con que hable con la
Asistenta Social. Hasta tomar el ferry a Canarias.
El acento característico, jovial.
Las comparativas con el tiempo estival todo el año
y los fríos que ha padecido en la celda, en León.
Habían preguntado por teléfono y el conserje zanjó:
-Está completo.
Al personarse por probar suerte, estaba yo (no el otro),
y le hice hueco en la habitación de las mujeres, vacía,
para reinstalarlo a la mañana.
Para unos el Centro es deplorable (recuerda a Rafael Pelayo).
Para otros un festín de novedades.

lunes, 16 de enero de 2012

El típico resuelve chapús


  El típico resuelve chapús. Toda manualidad está a su alcance: pintó las rejas de la rampita de entrada al Centro (a horas de cierre, porque la dirección técnica no podía oficialmente consentirlo), pintó una bicicleta, desalojó escombros de un almacén, arrumbó muebles, pintó paredes y adecentó un garaje. Sobre todo, durante un par de semanas, se levantó a las seis de la mañana para estar en el Mercado del Rosario a donde prepararía un puesto de pescado hasta el momento de apertura: cubriría el mostrador de "nieve", distribuiría convenientemente los pescados, etc. El dueño le había advertido: "Mi madre es muy quisquillosa, ordena mucho, tú dale coba, no te preocupes". Este era conocido de haber laborado juntos en la lonja de pescado, en el muelle, a la llegada mañanera de la flota costera. Le contó que antes que él habían ejercido la tarea de ayudante un número apreciable de personas y todas habían salido escaldadas por la cargazón de la madre. Inconformista permanente con la ultimación de la tarea encomendada, solapamiento de una y otra, según le asaltaban las ocurrencias. La charla hiriente, ácida, malhumorada, contagiando insatisfacción y nervios. Poca cordialidad. Total, que acababan hartos y abandonando.
  Juan se empleó a fondo. La menuda fisonomía no obsta para trabajar como una hormiguilla laboriosa, sin descanso, tomándose las pausas naturales para departir largamente, conciliándose con los manipuladores vecinos. Afable, minucioso; aunque de un zureo, a veces, quedamente desgastador.
  Aguantó una semana larga a la madre de su amigo; después, como los otros, abandonó. Tras él vendrá otro, y luego otro, y así irá la puestera liquidando la paciencia de todos los errantes chapuceros de esta urbe, que, eventualmente, recalan allí, y se ponen a sus órdenes.

  A veces algunas deferencias extras pueden acostumbrar malamente y luego venir a obtenerlas con alguien inadecuado. Yo no tengo inconveniente en servirle cena sobrante, si baja de madrugada con el estómago burbujeante, me es igual haya cenado o no esa tarde, si tuviere o no alguna otra ocupación, que le justificara. Al bajar otra noche, el compañero se la negó. Había apartada comida, pero con otra finalidad: posibles llegadas nocturnas, la correspondiente a f j vázquez, trabajando en el Foster's... A menudo amanece intacta, es decir, que acaba en el cubo de la basura. Pero el compañero se atuvo a las normas del Centro, y no le ofreció ni eso, ni ninguna clase de condumio alternativo (galletas María, exasperantemente desmenuzables al contacto...) Juan regresó a su cama molesto, enardecido por los nervios. Volvió a bajar a los pocos minutos y a pedir marcharse, firmando lo que fuera, si era necesario, la baja voluntaria. Pretendía aclararlo a la mañana con la asistenta social. Presumía en ella su claro apoyo.
  A las pocas semanas me lo cruzo por la calle. Hubo hablado con la asistenta social, quien había entendido sus explicaciones, pero en absoluto alteró una decisión ajustada a las normas. La cordialidad profesional sustituyó la afectuosidad maternal de otras veces. Nunca exigiría que le compensasen por el pintado de las rejas y otros chapús internos (me ayudó a cambiar el pomo de un cuarto de baño), todo aquello parecía olvidado, como si el favor hubiera sido a la inversa.

viernes, 13 de enero de 2012

Buchaca en Texca

  Ocupa actualmente ese emplazamiento que constituye una lujosa cueva para pernoctar, una suite gratuita, por la que han venido desfilando muchos durante distintas épocas. Recuerdo a Carmita (y la vez que allí mismo unos gamberros la rociaron de pintura), algún polaco, etc.
  Hablo de Texca, la tienda de ropa y saltos de cama, mantas, cobertores, sábanas estampadas y de encaje, en calle Pelota.
  La manta mugrienta que cubre al Buchaca, pestilente y grasosa, renegrida y áspera nada se parece a las que lucen tras los escaparates: límpidas y mullidas, suaves y calurosas.
  Líase en ella desnudándose de cintura para abajo, la rocía de polvo de talco creyendo que así la desinfecta, aguarda largo rato semitumbado, antes de disponerse a dormir, por comodidad para respirar; el buto-asma a la mano; el café traído por la inesperada mano amiga. Ya no hay zapato que guardar, va descalzo desde que se le hincharan los pies; en el derecho, se extiende la hinchazón a la pierna e incluye brazo y mano.
  El Sinogán 25mg lo terminó hace tiempo, no ha acudido desde hace meses a su psiquiatra en el Centro de Salud Mental, el dr. Trujillo, ni a la enfermera Flor.
  La no ingesta de la medicación y la vida sin techo han propiciado su deterioro físico y mental. La conversación le escuece, es dura, cortante, no obedece consejos, los rechaza enojado o asiente bruscamente para que no se alarguen.
  Entiende lo que le dicen, pero es incapaz de elaborar las respuestas. Acusa un tic nervioso del rostro, no llega a fijar la mirada, cabecea como un borrico disconforme, tozudo y malhumorado. La piel se le ha endurecido, estirado y adquirido el color de un café tiñoso y cargado. El pelo rizado es puro estropajo y lija a un tiempo, oxidada pelambre de aluminio.
  Instado a acudir a una asistenta social, lo rechaza; lo mismo al hospital, al Centro, etc. Recordando el tiempo que compartió piso con Pintiño, desalojado por finalización de contrato, renuncia a intentar una vida semejante: los 300 euros de paga por enfermo mental se consumían en seguida: el alquiler, la luz, el agua... Encima había humedad y padecía las naturales tensiones de convivencia.
  Administrarse los 300 euros para todo el mes le ha obligado a ciertas renuncias: no tomar cerveza, no consumir tabaco. Eran hábitos que practicaba con Pintiño en la boyante etapa del piso de alquiler. Allí aumentaban el capital común pidiendo en la iglesia castrense. Los 300 euros, a razón de 10 euros al día, los deja para exclusivamente comer.
  Deploraba los comedores sociales. Decía bastarle aquellos diez euros para alimentarse: un menú diario es suficiente; más si de él aparta en una fiambrera para la noche. Pero la calidad alimenticia declinó; el dinero escapaba hacia otros menesteres: cafés, talcos... Ahora acude al comedor de la calle Santiago.
  Aquí también se provee de ropa. Vestir un cuerpo sucio, castigado, hinchado, curtido a la intemperie, con ropa limpia, causa raro contraste. Antes iba a Jesús Abandonado, hoy cerrado. Los trabajadores de allí lo atendían por haber sido antiguo huésped, durante casi diez años. Una famosa directora, de porte y maneras hombrunas, dio por cambiar el sentido de la antigua asociación benéfica, y todos los enfermos mentales fueron despachados. Tuvo suerte de evitar la calle entonces, alquilando un piso junto a su sempiterno socio y también defenestrado huésped Pintiño.
  Cinco años de alquiler han pasado rápido. A Pintiño le recogió un hermano de Sevilla; tuvo más suerte.
  El año de estancia en la calle pasa factura. Reconoce que no estaba acostumbrado a la misma. Es últimamente cuando parece precipitarse hacia un creciente deterioro, el cuerpo le ha dicho basta.
  Como una paloma que se retrae en un rincón para dejarse morir a la vista de todo el mundo, así hace él. La decadencia, el deterioro, es progresivo. Su estampa despatarrada y denigrante a la puerta de la iglesia de San Agustín, es ignorada.
  Un viandante piensa que si alguien estuviera dispuesto a saltar de un piso para suicidarse, le retendrían que exigir una cuantía, para limpiar la mierda que dejara estampada en la acera. Ha querido decir que indigentes como Buchaca, abandonados a sí mismos, deberían pagar por adelantado por empañar e infectar la calle de mierda.
  No es extraño este sentimiento de repugnancia. La compasión está pasada de moda, es progre o afeminada. No hay redaños para acercarse e interesarse por sus circunstancias y la manera de evitarlas o paliarlas. No los hay para convencer al suicida de que no se tire o al indigente de que cuide su higiene y salud. Acercar a este último un café caliente cuando anochece o convidarle a un almuerzo de calidad al medio día es una memez.
  R. Oitaben amaneció muerto bajo un amasijo de trapos andrajosos un domingo por la mañana. La policía local acordonó el espacio entre los dos kioskos donde pernoctaba. La ambulancia no tardó en aparecer, sí el forense y el juez de guardia. La gente discurría ante aquél bulto barruntando si se trataría de una de las chatarras oxidadas de la venta ambulante.
  El destino de Buchaca se presume similar.

jueves, 12 de enero de 2012

Purri

Si el Purri me notara dormido,
abandonaría el Centro cuidadosamente,
cerrando tras de sí la puerta;
sin molestar, siguiendo el curso de sus hábitos.
Aun habiendo acabado el trabajo playero,
está programado para levantarse a las seis.

Vuelvo a detenerme en su rostro,
bello en su arrugada perfección,
sofocado y redondo, oriental y ronco, gaditano.
La mano gesticulante: batuta directora de los gestos,
ilustrativo diálogo mudo.

martes, 10 de enero de 2012

Robo de un chándal


  En vista de que el ladrón no aparecía y suponiendo que estaba entre los presentes lo insulta públicamente:
  - Hijo de puta, cobarde, maricón… Me cago en tus muertos… ¿Es que no tienes cojones para dar la cara? No, por lo que veo. Me cago en sus muertos, y no da la cara.
  A las siete de la mañana abrí la puerta de la azotea a Juan Melgar, a las siete quince asomó Antonio González y no vio una chaquetilla de chándal. Miró en los cubos de basura y de ropa sucia, preguntó al bosqueño, quien expuso que igual el viento la había arrancado de los tendales y arrojado a la calle, él había perdido una prenda así. Antonio González se aseguró, no le convenció, rellenó una hoja de reclamaciones, sin dejar de despotricar, ya Juan Melgar ausente, y F J Vázquez:
  - Es que no se puede abrir las zonas comunes, azotea y consigna, a las seis de la mañana, porque unos cuantos quieran salir. Que esperen al horario. Luego desaparecen cosas, aprovechan para robar. Estamos hartos de que tengáis aquí un ladrón, y luego paguemos los demás con restricciones. ¿Por qué no se le expulsa? Ahora me tengo que buscar la ruina, porque como le vea puesta la chaqueta le abro la cabeza, por las cenizas de mi padre.
  La mirada vacilante, la voz en grito, visajes amenazantes con los brazos, Rosario, Juan Cortes, etc., asintiendo cuando refirió que a ellos también les habían robado.
  No le repliqué pormenorizadamente. Tan solo dudé que el robo hubiera sido por la mañana, más bien la tarde anterior. Despiertos estaban también F J Vázquez y Andrés Garrido. Al primero lo zarandeé a las siete menos diez. El segundo lo vi sentado en la cama cuando entré a avisar al primero.

Jodar, el cojo

La suela del tenis derecho
luce un alza
le ha costado 20 euros
mucho más barato que en Madrid.
Otras cosas le asombran de aquí:
las voces para llamarse la gente: ¡picha!, ¡carajo!
Y las discusiones teatrales que hacen gracia.
Y la falta de papel higiénico en los bares,
porque los hurtan.

El renqueo es aparatoso,
aunque está acostumbrado,
le pasó con 14 años.
Huían de robar la caja de caudales
de una fábrica
en dos coches
4 millones de pelas
se despistó y rodó por un precipicio
dando vueltas de campana.
Le sacaron por la ventanilla
solo pendientes de la brecha en la ceja
(queda la cicatriz, aproxima el rostro achatado,
el mentón prieto).
Al cabo de las horas notó las molestias,
las dificultades al caminar
(de las horas de gasto del dinero en droga y
mujeres “finas”).
Las radiografías revelaron dislocación
de la cadera derecha y
fractura de la rótula.
La cojera le acompañó
el resto de pillerías hasta la fecha.
No se la opera, aunque le han explicado
el ensamblaje de la prótesis. Porque tiene el “virus”
y, por tanto, las defensas bajas.

Entre las manos gruesas, bastas, como
inflamadas y endurecidas, sostiene una cadena
que encontró en el suelo: buena para una pelea, aunque
la emplearía más gruesa (ensaya el giro de muñeca
y el latigazo, a compás de un paso cojo).
Me la da; por si la necesito…
(para amarrar la bici, claro.)

Hoy hace un día soleado.
Ideal para solazarse como una lagartija
y fumar unos porros.

jueves, 5 de enero de 2012

Sofio delante del Supercerka

Delante del Supercerka
bajo los porches de la Avenida
de pie
rasgando la guitarra
desafinando “los peces en el río”.
Sobre la funda, en el suelo,
un nutrido suelto de monedas,
los cd`s en hilera con el rostro
adusto y taimado de Orzowai remake
o último Mohicano del Bosque.

La risa al verme
forcejea con la persistencia
del cántico navideño,
sucumbe al yo decirle:
¡Con razón no va a llover!
Y él: ¡Qué va! Si conmigo
ha salido el sol.

Hago un gesto para que prosiga
mientras desenfundo la cámara
del móvil. A duras penas
la risa le permite una actuación seria.
Lo retrato para la posteridad cósmica
(seguro que mi álbum viaja al espacio
en el próximo trasbordador).
Queda como salido del cristal
del supermercado, como figura de
expositor, como maniquí taimado 
del que colgaran supercherías.

La charla de catedrático de las calles:
la guitarra nueva-prestada con
raja en la tapa incluida,
que hace vibrato y chasquea
como la lengua sincopada de los peces
en el río, para mayor inri de las letras.

La famosa guitarra roja (que yo conociera
antes de que entrara en el Centro, cargándola
a la espalda como la misma borrachera
alegre que traía: “¡una monéa, por caridá,
pa mantené el morazo!”, y después de
abandonarlo, bostezando en la calle Ancha),
está convaleciente pero a buen recaudo,
lista para incorporarse a un museo de
reliquias del rock. No en vano ha actuado en
el recuperado Valcárcel, ensordeciendo a la audiencia.

Ya no pernocta en el cementerio,
por mejor decir, en la obra frente al cementerio,
porque han (¿quiénes “han”?) asaltado y
ocupado una casa desocupada, puesta a la venta.

Las marujas charlotean alrededor muestra,
alguna esbozó: ¡qué arte!, y yo, correspondo
depositando mi dádiva en la funda, porque estoy
de acuerdo, y quién sabe si la inversión me
devengará beneficios a largo plazo.
“¡No tienes por qué!”, sentencia, con una
mueca cómplice en su rostro orzowaiano.

miércoles, 4 de enero de 2012

No debía haber bebío

   » No tenía que haber bebío, ni aunque fuera noche vieja. Llevaba tres mese sin probar el arcohó; y ahora... No; no tengo excusa. Pa ti no será un problema; pa mí sí que lo es. Ha sido un culo de champán; medio de cava y otro asín, hasta arriba, también de cava. Es poco; vale. A mí eso no me afecta; con lo que yo acostumbraba... Pero no vale; ahora me da cargo de conciencia; y es porque no estoy aún curá; haber bebío me lo demuestra. El marte se lo digo a la asistenta sociá y a la sicóloga. No; no me lo puedo callá. Podía haber disho no perfectamente. Me he dejao arrastrá. No es culpa del Centro, es lo normal que tenga un detalle, tal día como hoy. Pa`l gallego, el mallorquín o la extremeña no será un poblema y se lo pueden permití; pa mí lo es; es decí, debería haber disho no. Y si pa ellos también lo es, a mí no me imporrta; a mí quien me imporrta, soy yo; yo soy la que debe cuidar de mí misma. Me han animado; vale; pero tenía que haber disho no. El arcohó es una enfermedá, yo la padezco, y no estoy curá. Soy muy impulsiva y podía haber apetecío otra copa, y otra, y otra, y otra. Entonces la hubiera liao. Yo sé que no estoy curá. Que necesito ir a un centro con profesionales que sepan curarte. He probao Arca y otras terapias de grupo y no me han servío. Necesito quedar interna. No voy a relacionarme con las demás, no voy a tener amistad con las demás, porque pueden influirme, porque su historia es la mía, porque el problema se soluciona aprendiendo de las buenas compañías, de los profesionales. No quiero volver a mi casa. Tengo casa. No la que salió ardiendo; no la que yo quemé. La Administración me ha dao unas llaves, se las he´ntregao a la asistenta y a la sicóloga, yo no quiero ocupar la nueva casa, no estoy curá. Dicen que fui yo; no lo recuerdo. Había salío. A lo que yo salía de noche, a recolectar colillas, si es que no conseguía que nadie me diera tabaco. Había bebío, ¡claro que había bebío! Pero otras veces había bebido más y podía recordar perfectamente. Dicen que me dejé las velas encendidas. Las usaba porque tenía cortá la´lectricidá; no la pagaba; el dinero pal´arcohó, naturalmente. Los vecinos se pusieron a insultarme. Los comprendo; claro que los comprendo; yo en su lugar haría lo mismo: ¿cómo permitir que una borracha les pusiese en peligro de muerte? Me los pude haber cargao a tos. Porque casi sale ardiendo la finca. Y a tiempo detuvieron las llamas los bomberos: antes que alcanzaran la bombona de butano; si llega a explotar, no te digo na. Entonces pensaba en vorvé a ocupá la casa. Me dije: por mu mal que esté... Y a los vecinos que les fueran dando. Al día siguiente, después de pasá aquí la noche... ¿fuiste tú el que me reciste, verdá?, ¿ves?, haciendo cuentas, lo supuse; estaba histérica perdía y no recuerdo na...; al día siguiente me acerqué a la casa y estaba tó destrozá. Los bomberos la habían arrasao: tabiques desmoronaos, muebles´strozaos, enfangao el suelo... Ahora veo que los vecinos tenían razón. Era un peligro. Y como sigo siéndolo, no quiero ocupá la nueva casa que m´an dao, las llaves que las guarden la asistenta y la sicóloga, no las quiero hasta no estar curá. Tres mese no son na, ya lo has visto. ¿Y si hubiera habío más champán? Y no me lo niegues si te digo que quiero; es peor; musho peor. Yo sé que tú sabías cuál era mi problema; pero como yo diga quiero, no lo impidas, que entonces cojo la puerta y lo busco en la calle. A mí me da igual que los otros beban y yo no; no ha sío por seguirles el juego; no ha sío porque no quisiera parecé rara. Sencillamente, me apetecía. ¿Has visto cómo he bebío? De un solo trago cada copa. Esto demuestra que no estoy curá. El arcohó te destroza. Fíjate si te destroza que mis niña las tiene su padre, a mí no me las dejan; y yo quiero a mis niña una cosa mala, no te vayas tú a creé. Pero, y el peligro que corrían... Ahora me doy cuenta; ahora es cuando estoy viendo las cosas; después de tres mese sin bebé... ¿Tú crees que una madre hace esto? Estaba atacá de los nervios; estaba encebollá. Y me puse a berrear y a tirar cosas. Las niña se asustaron: ¿qué le pasa a mamá?, ¿qué le pasa a mamá? A la que se me acercó le volqué un paquete de azuca en la cabeza, salió pitando, aterrada, el pelo blanco de azúcar, esparciéndola por los suelos. ¿Tú crees que una madre hace eso con una hija? Vino, la inocente, preocupada por mí, y voy y le vuelco el paquete. Tiene guasa. La otra se escondió también, y yo no sabía dónde cuando cogí el cuchillo de cocina. La hoja así de grande, afilada, de cortar carne. Me corté la muñeca, lo pasé por las venas, pero no acerté; me hice sangre, sí; pero no me las corté. Y como vi que no podía, que no era capaz, después de un par de intentos, apoyé la punta en el vientre, y venga, apretando con las dos manos; nada; era incapaz; no conseguía matarme. Y como no lo conseguía, de la frustración, arremetí contra los muebles; una puerta la destrocé a puñaladas. Recorrí frenética la casa con el cuchillo, clavándolo en tos laos como si fueran enemigos. Eso pasa con el arcohó. Ves alucinaciones. Las cosas vuelan y saltan sobre ti, no hay manera de quitártelas de encima. Y yo, venga, con el cuchillo. ¿Y quién crees que había escondida bajo las sábanas cuando arremetí contra la cama, cuando hundí el cuchillo en el colchón? No me di ni cuenta. ¡No sabía que estaba allí mi niña! ¿Te das cuenta de lo peligroso que es el arcohó? Por su culpa he causao mucho daño; vete a sabé si a mis niña no las he traumatizao. ¿Crees que querrán volver a ver a su madre? Yo las quiero con locura, una jartá. Pero comprendo que me las hayan quitado. Ahora lo comprendo. Ahora veo lo que he sío. Por eso sé que no quiero bebé. No sé lo que quiero, pero sí sé lo que no quiero. No quiero volvé a bebé, no quiero causá tanto daño. El arcohó es una enfermedá, y yo necesito profesionales que me traten. No puedo estar sola; no puedo tener mi casa, hasta que no esté curada. Sé que no quiero volvé a esa vida; pero me tienen que ayudá; sola no me valgo. Aquí me he dado cuenta. En el Centro. Los tres mese que llevo. La mayor parte del día en la calle da para aburrirse y pensar en todo. He aprendío a verme viendo a los otros. Por ejemplo, al Henry. ¿Crees que puedo odiarlo porque haya pegado fuego a su habitación, y casi al Centro?, ¿porque casi salimos todos ardiendo? No. No, porque él, he sido yo; no puedo volverme en su contra; él no es consciente. ¿Qué dice si le preguntas? Que han venido por él. Que han intentado matarle. ¡Claro! ¡Las alucinaciones! ¡Los demonios! Los demonios que asoman, rugen, te atrapan. Los demonios me han sobrevolado cuando he tomao el champán y luego el cava. No importa que sea noche vieja. El martes se lo digo a la asistenta y a la sicóloga. Cuanto antes me manden al Centro, mejó.