viernes, 20 de enero de 2012

Alemana, dada por desaparecida


  Alemana, dada por desaparecida en su tierra, unos cincuenta, buen ver dentro de su abstrusismo: pelo amarillo, liso, largo; gesto mohíno, apocado; minifalda negra, sobre finos leotardos.
  La PN avisó de madrugada, la habían apalizado en la calle, sin venir a cuento, en el hospital, después de unos puntos de sutura, no tiene destino.
  Recelo ante lo remitido del hospital (no parezca que hablo de un paquete), mejor acuda por la mañana, en horario de trabajadora social.
  A las ocho de la mañana, en pleno apogeo de maletas y cola cao, asoma un uniformado, de oscuro, acorazado de adminículos disciplinarios, la traen.
  Me asomo a atenderlos, me explican, ella cabizbaja, renqueante, les comento el régimen de acogida, la atención social, le dirijo la palabra. Todo lo que el policía deferentemente explicaba, ella lo desdice, más cuando atisba un esbozo de sonrisa por mi parte, le molesta, la reprende.
  -Yo no quere asistente social, mío dinero en el banco, banco extranjero, alemana, pagarme dormire en hotel. Yo lo que quere es uno noche en habitación comisaría... Usté qué se ríe...
  Simplemente me impresionó ese despertar a hablar en torrente cuando había permanecido tan callada, reacción soberbia y hoscamente defensiva. Se me escapó una contracción en la comisura de los labios, no era una risa menospreciativa, como ella la interpretó.
  Tal reacción sume al policía conmiserativo en dudas sobre la prestancia de ella, consulta por el walkman a su jefe, mientras yo regreso al interior del Centro, repoblado de equipajes a punto de partir, lo vislumbro pasear arriba y abajo de la plaza, realizando la consulta.
  Al rato asoma:
  -He hablado con mi jefe, y...
  La situación es clara, ellos no la regresan, la plantan en este destino, sea cual sea la atención que le dispensen, no puedo dejarla entrar, el horario es de cierre, que aguarde a la puerta el turno, no se sostiene en pié, maleada, la pueden sentar allí, les señalo, entonces la asientan a una mesa del bar contiguo.
  Cuando se despiden, es cuando la veo apoltronada, solitaria, ensimismada en su estoica crudeza, una bolsa de plástico negra a la espalda, los mínimos utensilios, al frente los árboles de la plaza, las mesas del bar, algunas ocupadas, la del extremo izquierdo por el alemán informático que disfruta rancho gratuito por la puesta a punto del local.
  Antes de despedirse algunos transeúntes la interpelan, parece sosegada, asequible, pregunta:
 -¿Dónde está el hotal?
  Le explica María, la de cuerpo bubónico y mirada tristona, que esto no es ningún hotel, ella comprende momentáneamente, ¿acaso no se lo había dicho yo ya?
  Al llegar la asistenta, la informo, y después de ella despachar la cola, se acerca a interpelarla, en su poltrona, comiendo una bolsa de patatas recién comprada en el bar. Rehúsa ser atendida, airea sus malas pulgas.
  ¿Pasará ahí el día? ¿Pasará la noche?
  Siempre queda un regusto contradictorio, acibarado, un resquicio de duda, compensada por el devenir del tiempo que sabes que aún media antes de que el día caiga. ¿Y si nos equiparáramos a su delirio (me dio la idea la pregunta que hizo a María: ¿dónde está el hotal?), haciendo del Centro el imaginario "hotal" que ella aguarda? La entraríamos con amabilidad, que ella lo viera, que depusiera su aversión anticipada, prejuiciosa.

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