lunes, 16 de enero de 2012

El típico resuelve chapús


  El típico resuelve chapús. Toda manualidad está a su alcance: pintó las rejas de la rampita de entrada al Centro (a horas de cierre, porque la dirección técnica no podía oficialmente consentirlo), pintó una bicicleta, desalojó escombros de un almacén, arrumbó muebles, pintó paredes y adecentó un garaje. Sobre todo, durante un par de semanas, se levantó a las seis de la mañana para estar en el Mercado del Rosario a donde prepararía un puesto de pescado hasta el momento de apertura: cubriría el mostrador de "nieve", distribuiría convenientemente los pescados, etc. El dueño le había advertido: "Mi madre es muy quisquillosa, ordena mucho, tú dale coba, no te preocupes". Este era conocido de haber laborado juntos en la lonja de pescado, en el muelle, a la llegada mañanera de la flota costera. Le contó que antes que él habían ejercido la tarea de ayudante un número apreciable de personas y todas habían salido escaldadas por la cargazón de la madre. Inconformista permanente con la ultimación de la tarea encomendada, solapamiento de una y otra, según le asaltaban las ocurrencias. La charla hiriente, ácida, malhumorada, contagiando insatisfacción y nervios. Poca cordialidad. Total, que acababan hartos y abandonando.
  Juan se empleó a fondo. La menuda fisonomía no obsta para trabajar como una hormiguilla laboriosa, sin descanso, tomándose las pausas naturales para departir largamente, conciliándose con los manipuladores vecinos. Afable, minucioso; aunque de un zureo, a veces, quedamente desgastador.
  Aguantó una semana larga a la madre de su amigo; después, como los otros, abandonó. Tras él vendrá otro, y luego otro, y así irá la puestera liquidando la paciencia de todos los errantes chapuceros de esta urbe, que, eventualmente, recalan allí, y se ponen a sus órdenes.

  A veces algunas deferencias extras pueden acostumbrar malamente y luego venir a obtenerlas con alguien inadecuado. Yo no tengo inconveniente en servirle cena sobrante, si baja de madrugada con el estómago burbujeante, me es igual haya cenado o no esa tarde, si tuviere o no alguna otra ocupación, que le justificara. Al bajar otra noche, el compañero se la negó. Había apartada comida, pero con otra finalidad: posibles llegadas nocturnas, la correspondiente a f j vázquez, trabajando en el Foster's... A menudo amanece intacta, es decir, que acaba en el cubo de la basura. Pero el compañero se atuvo a las normas del Centro, y no le ofreció ni eso, ni ninguna clase de condumio alternativo (galletas María, exasperantemente desmenuzables al contacto...) Juan regresó a su cama molesto, enardecido por los nervios. Volvió a bajar a los pocos minutos y a pedir marcharse, firmando lo que fuera, si era necesario, la baja voluntaria. Pretendía aclararlo a la mañana con la asistenta social. Presumía en ella su claro apoyo.
  A las pocas semanas me lo cruzo por la calle. Hubo hablado con la asistenta social, quien había entendido sus explicaciones, pero en absoluto alteró una decisión ajustada a las normas. La cordialidad profesional sustituyó la afectuosidad maternal de otras veces. Nunca exigiría que le compensasen por el pintado de las rejas y otros chapús internos (me ayudó a cambiar el pomo de un cuarto de baño), todo aquello parecía olvidado, como si el favor hubiera sido a la inversa.

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