viernes, 27 de enero de 2012

Una mierda de sombrero


  - ¡Este sombrero es una mierda! –lo arroja al suelo, desternillándose, a la manera de recalcitrante borrachuzo de risa ronca y calma.
  Lo recoge, es un sombrero barato, negro de cuña y ala, al agacharse se tambalea, la cabeza es una bola de billar, la barba espesa, entrecana, desordenada, las gafas gruesas, ahumadas, pardas, los ojos, tras ellas, danzan como peces en una pecera de luz venusiana.
  Lo compró para satisfacer a Menchu, la asistenta social de Agua y Sol, le insistieron porque el otro está ajado, manido; sin embargo, es mucho mejor sombrero:
  - Es un Signes… Sig… -vocaliza… - … ness… Me costó sesenta pavos… Casi ná.
  Volverá a ponérselo, está desencantado con este, se siente ridículo, por hacerle caso a… Bueno; les debe la… vida. Porque le han leído la cartilla y transigen con él, con su no beber…
  -Es imposible que yo beba, porque –poorquee… la lengua estropajosa- la pancreatitis me lo impide, explotaría, además… -carraspea, penduléa levísimamente… -adeemáass… si mezclara la bebida con las pastillas… -También es cuestión de hábitos- ¿Cómo voy a tener ganas. Atiende… Por la mañana- poor… - Salgo, cojo los callejones, la plaza la cruz verde, y, haciendo esquina, en el bar las Brisas, pido: un zumo naranja, un descafeinado y media tostada… -enarca las cejas. ¿Debo interpretarlo? –Listo. Satisfecho. No apetezco más en toda la mañana –y pienso yo: pero por la tarde…-.
  El típico bebedor que niega beber racional y sesudamente, y nos lo demuestra con hechos palmarios… No hay manera de rechistarle. La lengua estropajosa es de nacimiento, del nacimiento diario, del amanecer tabernáculo, sobre el horizonte de la barra.
  Hace una reverencia, quitándose el sombrero, aparece un cráneo pulido, redondo, como una bola de billar, el rostro, barbado y gafas turbias.
  La camisa, desabotonada hasta la mitad, los pelos pectorales asomando como hierbajos sin regar, abrasados por el sol y rígidos por la brisa. La ropa ajada, instalada como una doble piel, por los restos de sudor y otras manchas parejas y propias a su devenir. El calzado es de material plástico, con ranuras ventilatorias.
  -Mi madre es una hija de la graaan putaaa… - los ojos inyectados; una pausa; una sonrisa socarrona para disipar la tensión-. Ocheinta y cuatro años de mala hostia acumulada. Ahora se interesa por su hijo: ¿Tienes escurridora? Yo te la compro. Sin escurridora no puedes entrar a vivir en el piso.
  Y sin luz ni agua, que todavía no se la han dado, en espera de que los servicios sociales certifiquen la concesión de la ayuda, y asuma los pagos.
  Tintinea las llaves. El cuerpo se tambalea, sonríe.
  - Ya lo tengo todo… Lo he logrado sin ella, sin que se interesara lo más mínimo, hasta ahora. ¿Qué quiere? ¿Quedar bien? La escurridera, menuda tontuna. Hija de puta.
  Por sí mismo ha contactado con un corredor de pisos en la Caleta, se lo ha encontrado, el alquiler lo pagará con su pensión.
  -Y mi hija es otra… -se retoca el sombrero, un rubor le sube al rostro.
  -¡De mayor haré lo que me de la gana! –decía, rebelándose. Vale, de mayor –mirada turbia evocadora. Entonces le quedaban años para la mayoría de edad-. Y ahora, de mayor, lo que ha hecho es pasar de su padre.
  La sonrisa sarcástica, un último vaivén y reverencia con el sombrero antes de marcharse a la cama.
  -Quería estudiar –balbucea-. Pues ahora, que estudie. A ver lo que le aprovecha.
  El gasto de dinero en un sombrero Sitges es provechoso, en unos estudios, no.
  Toma el ascensor para dirigirse a su dormitorio.

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