viernes, 27 de enero de 2012

Nariz respingona


  En la calle Sagasta -tono gris y pardo-, caminando hacia abajo -es cuesta-, repeinado, la nariz respingona, los pantalones estrechos, los zapatos de punta, la barriga prominente, destacando en su delgadez... Lo sabía en un centro de rehabilitación, allá por el extrarradio de Tarifa. Accedió después de un largo tiempo de espera -expectación reposada, sin ansia, hasta que llegó su turno-. No es la primera vez que asomaba por aquellos centros, conoce su funcionamiento, los horarios, la disciplina, los grupos de terapia. La guitarra no la llevó consigo -una buena guitarra-, la dejó en casa de la hermana. En la etiqueta de la funda: JuanLu de Cádiz. Encima suele llevar unas señas de internet: los días que hay atraque de buque turista; los propicios para tocar de terraza en terraza. Recuerdo cuando se jactaba solapadamente, abriendo la cartera -un bulto siempre prieto en el bolsillo trasero del pantalón vaquero negro-: "Hoy me saqué 40 euros... No estuvo mal la cosa" -risita pícara, desdentada.
  La última vez apareció con permiso -sujeto a los cauces administrativos- para recoger una dentadura postiza. La extrajo de la boca para enseñarla. Al elegir la tonalidad del blanco, lo escogió algo "sucio", para que no cantara. Sonrió abiertamente para mostrar el resultado. La incomodidad al hablar se disipa con la práctica. Por la noche la deja en un vaso con una solución especial disuelta en agua. Se la costeó Agua y Sol.
  -¿Y al cantar? ¿Te molesta?
  Las gafas también las costeó con las ayudas sociales y paciencia.
  Esta vez no era una salida programada, permitida, justificada. Abandonó definitivamente. Ha durado dos meses; lo que él ha querido y había previsto en sus adentros. Los trabajadores del circuito suelen sentirse decepcionados, y se lo expresan. Él, a los que aprecia, les explica que se siente curado del alcohol, antes del ingreso en la comunidad, ya llevaba muchos meses sin probar una gota. La estancia allí sólo vino a corroborar que se sentía sano, fuerte, seguro. Esperar un alta terapéutica, es decir, un documento que acredite su desintoxicación y deshabituación es absurdo. Él sabe qué filos en el mundo "exterior" no ha de tocar. Ha sentido la tentación en tantos meses de espera, y no ha caído. La vida reglada, la fortaleza psicológica que se inculca, no le aportan más de lo necesario para mantenerse abstemio. El principal referente para resistir y retraerse es las malas movidas que le depararon las borracheras. Aunque, claro, muchas se convirtieron en clamorosas aventuras, dignas de rescatar de su difusa y dulzona impresión mental.
  -No sabía dónde amanecía. Lo mismo en Jerez, en Sevilla que en Córdoba. Ni conocía con quienes me había juntado. Ale, juerga. Yo cantando y guitarreando. No veas qué pibas he ligado.
  No es guapo, ni siquiera atractivo. Pero tiene encanto para las mujeres; al menos, cierto tipo de mujeres; y en ciertas ocasiones propicias. La elección de las botas de punta alargada, de tacones resonantes, la apretura del pantalón, marcando formas, el pelo repeinado hacia atrás... hacen pensar en un reclamo efectivo. Aunque indisociable de su arte guitarrero y canturrón. El repertorio es variado y adaptado. Si canta pasodobles carnavaleros, lo hace a su modo, sin gesticulación excesiva, gustando, manifestándose portador del folclore genuino de esta tierra que los foráneos visitan. Luego a ellos, si se encarta, podrá adornarles con anécdotas los temas: de tal o cual autor, de la agrupación del año catapúm etc. Chapurrear inglés es esencial para mantener una mínima comunicación con una guiri interesada. A veces lo avisan de algún local, por ejemplo, el Manteca, no sube a escenario, toca a pie de barra, las paredes cuajadas de fotos añejas, de cuando el dueño intentó una frustrada carrera taurina.
  Parados en la calle Sagasta, se explica con soltura, sin aprensión, seguro de la decisión de haber abandonado el Centro.
  -¿Y dónde paras ahora?
  -Tengo mi pisito, qué te crees. Alquilao –muestra y tintinea unas llaves.

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