jueves, 5 de enero de 2012

Sofio delante del Supercerka

Delante del Supercerka
bajo los porches de la Avenida
de pie
rasgando la guitarra
desafinando “los peces en el río”.
Sobre la funda, en el suelo,
un nutrido suelto de monedas,
los cd`s en hilera con el rostro
adusto y taimado de Orzowai remake
o último Mohicano del Bosque.

La risa al verme
forcejea con la persistencia
del cántico navideño,
sucumbe al yo decirle:
¡Con razón no va a llover!
Y él: ¡Qué va! Si conmigo
ha salido el sol.

Hago un gesto para que prosiga
mientras desenfundo la cámara
del móvil. A duras penas
la risa le permite una actuación seria.
Lo retrato para la posteridad cósmica
(seguro que mi álbum viaja al espacio
en el próximo trasbordador).
Queda como salido del cristal
del supermercado, como figura de
expositor, como maniquí taimado 
del que colgaran supercherías.

La charla de catedrático de las calles:
la guitarra nueva-prestada con
raja en la tapa incluida,
que hace vibrato y chasquea
como la lengua sincopada de los peces
en el río, para mayor inri de las letras.

La famosa guitarra roja (que yo conociera
antes de que entrara en el Centro, cargándola
a la espalda como la misma borrachera
alegre que traía: “¡una monéa, por caridá,
pa mantené el morazo!”, y después de
abandonarlo, bostezando en la calle Ancha),
está convaleciente pero a buen recaudo,
lista para incorporarse a un museo de
reliquias del rock. No en vano ha actuado en
el recuperado Valcárcel, ensordeciendo a la audiencia.

Ya no pernocta en el cementerio,
por mejor decir, en la obra frente al cementerio,
porque han (¿quiénes “han”?) asaltado y
ocupado una casa desocupada, puesta a la venta.

Las marujas charlotean alrededor muestra,
alguna esbozó: ¡qué arte!, y yo, correspondo
depositando mi dádiva en la funda, porque estoy
de acuerdo, y quién sabe si la inversión me
devengará beneficios a largo plazo.
“¡No tienes por qué!”, sentencia, con una
mueca cómplice en su rostro orzowaiano.

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