martes, 27 de diciembre de 2011

El Diógenes de la ropa

  Aún no tiene los sesenta y aparenta setenta : delgaducho, enchepado, andar lento, cansino sin ser soporífero, la cabeza gacha pero los ojos avispados, observando al sesgo todo cuanto le rodea, sin perder detalle, registrando las pequeñas incongruencias de sus compañeros de vagabundaje. Dos rasgos resaltan notablemente al primer vistazo: la labia y el variopinto ropaje.
  Alguien del servicio social, o asistencia médica, o apoyo psicológico, o grupo terapéutico dijo que padecía la enfermedad de Diógenes, que consiste en hurgar en las basuras. En efecto; pero hay que precisar para comprender que es algo más que eso, o va más allá de eso, de donde la conformidad con dicho encasillamiento haría perder una visión más completa y justa.
  La traslación de las costumbres adquiridas antaño a su presente situación hace parecerlo rocambolesco y excéntrico. Al manejar dinero, mucho, y gastarlo sin que le duelan prendas, el vestuario lo conformaban prendas de marca; las que ofrecen las tiendas de prestigio: Zara, Springfield. Su esposa e hijas estaban encantadas; no podía negarles a ellas tan característico y regocijante proceder en las mujeres. Las combinaciones eran chillonas, surrealistas, chocantes; pero las llevaba con entera normalidad. Hoy no tiene peculio para permitirse esos lujos, pero lleva incrustada aquella costumbre. Las roperías de los centros de beneficencia o los montículos de los rastros o de los baratillos suplen aquellas tiendas. Y como entonces, la ropa apenas le dura una semana, o poco más en el caso concreto de alguna prenda favorita; no se molesta en lavarla: cuando ya el sudor y la suciedad han impregnado sus señales odoríferas y mugrosas, la tira y cambia.
  ¿En qué trabajaba para permitirse aquél lujo, y otros que añadir? Era agente inmobiliario. Pero a la antigua usanza, sin formación ni título, a lo que daba el buen tino y olfato negociador. Compraba la casa a menor precio del que luego la vendía; en la transacción se sacaba los cuartos. Empleaba mañas como decir que una casa ya era suya sin serlo todavía, asegurándose así la inversión del comprador. Tras una buena operación: a viajar, con su mujer, eso sí, y a renovar el vestuario.
  En los hoteles tomaban las mejores habitaciones, suites incluso. Luego él se perdía, ¿dónde andaba? En la cocina del hotel, departiendo con los empleados. Quiere esto decir que no se las daba de rico, que se sentía más cómodo entre la gente llana.
  Comprar y luego vender. Hoy no deja de ensayar aquel método. Las latas de pintura adquiridas en el baratillo se las compran en una tienda a más valor; en la transacción gana sus euros, los justos para regalarse una copichuela en el bar, en tanto espera el ingreso de la paga a principios de cada mes. Si no hay suerte, no importa: le fían; le conocen tiempo ha; aunque ya no se excede como en otra época; esto es, corta cuando nota los primeros síntomas de embriaguez.
  Mal negocio es una separación. Les fue bien durante más de dos décadas, gozaban de prosperidad, hasta para regalarse aquellos viajes. Ay, pero los niños...
  El cuidado de los niños la absorbió a ella, quien, por otro lado, para no perturbar su ser, le concedió entera libertad para moverse como antes hicieran juntos. Así cogió confianza y libertad, y más libertad, y más... Los hijos le dieron libertad.
  Descubrió las discotecas. Qué hermoso sentirse joven, codearse con la juventud, sobre todo del sexo opuesto. Disimuló cuando se echó una amante, pero ella acabó descubriéndolo y todo cambió. Los niños ya mayores: ¿para qué seguir juntos?
  Reconoce que fue su culpa. A ella le abrumaba pensar que podían haber dudado de su honra, ya saben cómo es la gente de Cádiz, que todo lo larga. Él despeja las dudas: fui yo el que falló, el culpable.
  Hoy se ven, se tratan. Ha surgido otra relación. Aunque, por descontado, no se rejuntan. Los hijos tienen sus propias vidas, ella tiene las propiedades y él se desenvuelve estupendamente en el Centro cambalacheando, mientras espera a entrar en una residencia de mayores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario