viernes, 30 de diciembre de 2011

Al principio resultaba molesto



  Al principio resultaba molesto, por el mero carácter nervioso, ávido, vuelto hacia afuera, como un pulpo al que se invierte la caperuza (en algún momento de su vida) y no puede volverla del derecho.
  Infinitas manías: levantarlo a las seis de la mañana, sin aparente motivo, para largo entretenimiento en la ducha, desayuno tempranero, incursión en consigna, fumada en la extrapuerta, renuevo constante del agua del botellín, etc. Eludía explicar por qué la salida tan temprano. Una vez dijo: "Para no cruzarme con toda esa gentuza" -despectivo. Pasado el rato rectificó: "Para gentuza ella, gentuza yo ¿verdad? Está claro. No he querido decir eso" -pero lo dijo.
  Habla en voz alta, trompetera, la usual extroversión gaditana, en versión adaptada a treintañero de la viña, cabraloca en vías de recuperación. Cuando susurra, por imperativo mío, también susurra en alto. Pródigo en yerros, y a continuación disculpas atolondradas e insistentes, más cansinas que aquellos. Las manías del desayuno: temperatura de la leche, nivel de cola cao, limpidez del cristal del vaso... no las comprendí hasta que supe que había sido cocinero.
  La ronquidera nocturna es resignadamente tolerada por los compañeros de habitación, sin que por ello excusen meneos de cama y cuerpo para intentar mitigarla. "Las pastillas..." -justifica él. Las ojeras mañaneras dan cuenta de la abismación onírica.
  Moreno de tostado nacido, pulseras de cuero, aro en una oreja, pelo cuidado, tirando a punta, señaladas patillas... Bahameño gaditano. Por las mañanas padece alexia -el término no está bien escogido-: le falla el habla tras la dormida nocturna. Y con lo que habla, tiene que ser frustrante. A menudo es fácil intuirle lo que pide, por costumbre repetitiva. En el momento de atrancarse, de probar distintas modulaciones de voz, a ver cual resulta audible, da tiempo a componer su deseo. Si hay gente en derredor, en puro acoso solicitante, él no elude añadirse como el más pintiparado. Eso sí, luego pide disculpas: "Per..  per… dona... Atiéndelos a ellos primero..." -se percata de que estaban antes.
  Una noche asomó Andrés Garrido –barrigudo, cincuentón- cagándose en sus muertos porque se había orinado en su mesilla de noche y además algunas salpicaduras le cayeron. Tomó vehemente el cubo de la fregona.
  Lo encontré en la taza del baño, le interpelé, runruneó respuestas ininteligibles. Andrés Garrido terminó de secar la catarata úrica. Es la segunda vez que le pasa. Es sonámbulo.
  Por la mañana me preguntó: "¿Algo pasó anoche? Noté que me hablabas, que me ordenabas..." Sí; que se acostara, ya había hecho lo que tenía que hacer, la sentada en la taza del váter era inútil, además de inopinadamente confortable para tan gran sueño. Pidió disculpas a Andrés Garrido por lo de la meada. "Lo siento, lo siento..." -histriónico. "Si yo fuera tú, estaría mosqueado, no me faltarían ganas de darte de guantadas". "No pasa nada..." –le disculpó el otro. La anterior vez se meó detrás de la puerta de la habitación.

  Desde que entró a trabajar en el Foster Hollywood de la plaza San Juan de Dios tolero más sus manías -nunca se me notó el fastidio, la verdad es que había pasado a jugar con él a no despertarlo a su hora: ¿me quedé dormido?, así debió ser, uf, las pastillas...-. De cocinero en el Foster son cuatro, los gritos menudean, nunca había trabajado en una cocina donde se chillara tanto, generalmente solo hablan los jefes de cocina. Comida a base de pollo, chicken tal, chicken cual. La plaza acoge mucho turista, y se nota. Llena la terraza, lugar de solaz y distensión visual entre el aroma portuario y el consistorial. No sale de la cocina, no trabaja cara al público, le traen en un apunte el pedido, lo pincha en un alambre delante de la jeta y a maquinar con las manos untosas. Le pagan semanalmente, descansa un día a la semana, termina -es época estival- a las dos de la madrugada, un poco más tarde viernes y sábado.
  Al regresar de noche al Centro conserva consigo el tren de trabajo notándosele al dirigir la preparación de la cena apartada para él. Los refinamientos previos que obligan a rectificar la presentación del plato, contrastan con el amasijo de pan, servilleta de papel y restos que me devuelve. El botellín de agua hay que llenárselo, previo desalojo de la ya estanca -alguna vez hice como que la desalojaba, pues la discusión sobre el malgasto de agua que hacía no me daba vencedor ni por asomo-. La botella de tres cuartos de litro se la lleva a la habitación para afrontar las sequedades nocturnas, después de ver cualquier extracto de programa televisivo, fumar en la puerta de la calle y retirar el neceser granate de consigna.
  Da prioridad a la rehabilitación de la droga. Esto es, si le avisan del centro en cuya lista de espera está inscrito, abandona de inmediato el curro. Para él no es difícil encontrarlo. Lleva muchos años de cocinero por muchos bares y restaurantes.

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