viernes, 20 de abril de 2012

Amanecer vírico


  Hay días que amanece que parece haber infectado un virus la calma de la noche. Habiéndolas perturbadoras, con exigencia de atenciones extremas (ambulancias, vomiteras…), las calmas, sobre todo porque todos duermen como si habitara un vacío extremo, impregnan un cándido pasmo de quietud en el ánimo, que disuaden de pensar en un amanecer revuelto. Pero así ocurre.
  Dos euros y medio han desaparecido del bolsillo del pantalón a P., hombre mayor, ininteligible el habla, pequeñito, cano, ademanes amplios, nerviosos. Está seguro de quién es el culpable, logro descifrar sus protestas más por la gesticulación que por las palabras. El pantalón estaba en la mesilla de noche, nadie más que otro compañero ha podido manipularlo, con uno lleva compartiendo habitación varios días, y no ocurrió nada, ha debido ser el de entrada más reciente.
  A mi entender se han debido extraviar, pospongo una mirada inspectora para el momento de recoger las habitaciones, sin rehuir la interpelación a los compañeros, y al nuevo en cuestión. Ambos dos están de acuerdo en que el viejo desvaría.
  El señalado como hurtador es un joven gay, de los de refinado gusto y maneras, nada cutre, bien perfumado hasta la exageración, de verbo amistoso con las mujeres, especial y ocasionalmente con una gitana que también pasa por aquí. Ha podido ser él, no digo que no; parece hábil en el arte del disimulo. Pero también es bastante admisible que no use maneras arteras, que recurra a tales siseos de pobre enriquecimiento.
  No queda aquí esta riña que se prolongará hasta el toque de salida, una hora después. Viendo P. que el encargado, o sea, un servidor, hace caso omiso, o más bien encauza el problema con natural diligencia y parca prosopopeya, arremete directamente contra su sospechoso, el cual niega toda implicación, sin que la cosa vaya a mayores sino a recalcitrante y pesarosa insistencia. “Me tiene que devolver los euros. Si se hubieran caído del bolsillo, no estaría el mechero dentro.” Esto es lo que logro traducir de su lenguaje indescifrable gracias a que muestra el dicho mechero, sacándolo del mismo bolsillo donde se encontraba la calderilla, en su caso, inestimable capital.
  Como lo fuera para T., un hombre delgado, bajo, de enanismo corregido en la niñez, me da a mí con operaciones de acondroplasia en brazos y piernas, o quizás sin ellas, solo que habiendo nacido en ese amago que resultó admisible para afrontar con mala leche la hipócrita conmiseración humana. De primeras, habiéndome descubierto mañanero en el despacho del director, luego de verme en el cajón de conserje, me pregunta si soy el director, porque si es así, tuviera para mí unas quejas muy serias que hacer, de lo cual me libro por ser simple trabajador. Y por serlo, tal como está la cosa actualmente, debería no quejarme. Y dije yo: ¿es que lo hice? Si no me quejé de mi trabajo.
  Cualquier conato de simpatía apaciguadora está condenado al fracaso frente al virus mala hostia mañanero, así que opto por un silencio calmo, distante, desapasionado, que suele causar buen efecto. Quizás hubiera podido sondearle a ver la concreción de sus quejas, pero iba a empeorar las cosas, y a fastidiarme yo solo. Así que, sí, soy un mero trabajador; me libré de ser director.
  Probablemente tuvieran que ver con el hurto mañanero, aunque no puedo estar seguro. Los sucintos comentarios deslizados así lo revelan: “Ahora me toca ir a la iglesia a pedir” o, dirigiéndose a P.: “Si a mí me pasara, no quedaba aquí la cosa”. O sea, metiendo cizaña.
  T. lleva su hostilidad hasta en el servicio de desayuno, en el cual, el vaso de cola-cao, a su entender, está solo templado. No me cuesta calentarlo. Pero hay que ver las maneras de un domingo plácido, donde los pájaros ensordecieron la plaza Macías Retes a las seis de la mañana con su alegre piar y las palomas acudieron al alpiste que la vecina disemina todas las mañanas, ahuyentándose al abrir la puerta de entrada, con súbito estampido de alas.
  Qué curioso cuando al otro día por la mañana ha desaparecido aquel virus. ¿Qué ocurrió? ¿Quién inoculó la vacuna? ¿Cuál fuera esta? Ningún signo revela el malestar del día anterior. P. ya no tenía reproches contra el marica. T. se mostraba amable, incluso para someterse cumplidamente a todo el ritual de la terminación del contrato. Precisamente hoy que podía hablar con el director y quejarse vehementemente. Hasta está excesivamente amable conmigo, es decir, con el mero trabajador-conserje. Como para preocuparse.

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