Ocho hijos desperdigados por Madrid,
vendedora de estampas y llaveros principalmente en las iglesias, quedándose en
casa de alguno de ellos cada vez.
No es pareja suya el acompañante, no es
cónyuge, no es familia, no es amigo, es... un poco de todo. Alguien que,
pernoctando en el albergue de Puerta de Ángel , le propone una escapada a
Cádiz, conocen la tacita de plata de una visita hace años, y quien viene una
vez, repite. ¿Qué será?: la gente, las playas, las calles... Pueblo jovial
confinado en un espacio virgen, genuino y esplendoroso. Imán de turistas en
verano, de los que copan los hoteles.
Luego de agotar las noches estipuladas que
supondrán un par de días completos de paseos, comidas y playa, viajarán a
Sevilla. Pero el programa se frustra al cabo del primer día, al él sacar a
relucir su violento carácter.
La cosa es que intuyó que Laureana traería
consigo un papeleo que le interesaba destruir. Cuando lo intentó con embelecos,
fracasó, así que cambió de táctica. El papeleo es la denuncia por agresión de
hace seis meses y la solicitud de orden de alejamiento.
Explotó durante un funeral, Laureana a la
puerta de la iglesia: lo considera momento y lugar propicios para su venta
ambulante. Pedro arremetió contra ella en medio de los contristados asistentes.
Le propinó un puñetazo a la altura del ojo que casi se lo salta. Por evitar un
segundo funeral, los dolientes acudieron en su auxilio.
La segunda noche en el Centro ya cada cual va
por su lado. Ella lo evita, él la sigue a hurtadillas hasta el baratillo
dominguero, y allí la asalta. El forcejeo concluye con la intervención de un
viandante que se la juega.
Acercándose al Centro a por los susodichos
papeles, ante la acosadora presencia de Pedro, rompe en sus narices los
billetes a Sevilla. Luego queda él al acecho, en la plaza inmediata, aguardando
su caminar solitario, el cual, a la sazón, no se produce por ir acompañada de
mí, que recién termino mi turno.
Viendo Pedro que nos dirigimos a la comisaría
de policía, se adelanta a sus pasos. Cuando Laureana se presenta allí, ya él ha
llegado: "¡Vengo a denunciar a ese señor!".
Ese señor pasa la noche en el calabozo para,
a la mañana siguiente, prestar declaración ante el juez de guardia. Laureana,
tras agotar su última noche en el Centro, da por zanjada su escapada turística
a Cádiz. De aquí marcha a Sevilla, y de Sevilla a Madrid, donde las estampitas
y llaveros le aguardan.
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